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“Vivo a 200 metros del asesino de mi hermano”

Una familia de Alcalá de Henares denuncia un auto judicial que ha dejado libre al presunto homicida de un familiar

Patricia Ortega Dolz
José F. C., presunto homicida, en su bar de Alcalá de Henares.
José F. C., presunto homicida, en su bar de Alcalá de Henares.p. o. d.

El día del entierro de Oscar Ruíz Rodríguez, Isabel, su madre, de regreso del cementerio puso unos claveles rojos y blancos en la puerta del bar Casa Ana, en el barrio de la Virgen del Val de Alcalá de Henares. Los colocó en el sitio exacto donde su hijo se encontró con la muerte, después de que un cuchillo jamonero le atravesara desde la espalda hasta el corazón.

Ana, regente del pequeño local y pareja de José F. C, propietario del establecimiento y presunto asesino, cogió las flores y las puso en una jarra con agua en la mesa más cercana a la ventana. Allí estuvieron hasta que se marchitaron. Víctima y agresor habían sido amigos del barrio de toda la vida. Pero la noche del 27 de agosto pasado todo se terminó de truncar. Uno encontró la muerte a los 40 años y otro la ruina a los 55. Pero ahora, a la espera de que se celebre el juicio, los hermanos y la madre de Oscar viven a 200 metros de su asesino, que ayer seguía poniendo cervezas en su garito.

— Aquí estoy, esperando a que vengan a buscarme, le decía ayer José detrás de la barra a unos clientes de confianza, mientras les ofrecía unas tapas con las consumiciones.

Aquella noche de verano, Oscar volvió al bar de Jose. Todavía tenía frescos los puntos en uno de sus glúteos, un pinchazo de una de las últimas peleas. “Los últimos meses iba a una paliza por semana”, reconoce su hermana Olga. Llevaba casi una década viviendo al borde de todos los abismos. Desde que murió Gema, su novia, hace ocho años “entró en barrena”. Había dejado el taller en el que trabajó como mecánico tanto tiempo. “Se quería ir con ella”, dice Olga, “pero no así”. Se había metido en la chatarra para sacarse unas perras. Todos recuerdan su imagen con un carrito y cuatro hierros vagando por el barrio. Siempre con su botella de cerveza. Siempre “hasta arriba de pastillas”. Vivía con su madre y, de vez en cuando, invitaba a otros transeúntes que no tenían donde caerse muertos a dormir a casa o a un bocadillo. Más de una vez le recriminaron que atase el carro a una farola cercana a su casa y eso también le costó más de un enfrentamiento. Se había cambiado la dentadura, pero no le daba la vida para ponerse aparatos que la recompusieran con tantas veces como le rompían la boca. La última vez tuvieron que ingresarlo en el hospital de La Princesa. Pero, casi por inercia, volvió al bar aquella noche de finales de agosto pasado.

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— ¿Por qué has mandado a esos tíos a que me den una paliza?, le espetó a Jose.

No era la primera vez que le acusaba públicamente de haberle enviado a una especie de sicarios para que le dieran una tunda. “Estaba obsesionado con esa idea”, recuerda Olga. Jose ya no le fiaba en el bar como antes. Y el deterioro de Óscar corría en paralelo al de esa antigua amistad. Esa fue la última vez que pasó por allí. Minutos más tarde yacía en el suelo con un cuchillo jamonero clavado por la espalda. El arma que le mató.

Jose entregó el cuchillo y no puso ningún impedimento al registro policial que vino después. “José Antonio F. C. asumió la autoría de los hechos, se entregó voluntariamente a la Policía y tiene pleno arraigo familiar, lo que determina que en este momento del procedimiento no haya indicios de que vaya a eludir la acción de la justicia. El acusado, además, autorizó el registro de su domicilio y entregó a la Policía el arma utilizada”, reza el auto de la Sección 15 de la Audiencia Provincial de Madrid, adonde recurrió su abogado para solicitar la libertad provisional en contra de la decisión de la juez del Juzgado número 4 de Alcalá de Henares, que en agosto dictó la prisión provisional comunicada y sin fianza.

Aquel recurso fue estimado por los magistrados de la Audiencia Provincial de Madrid, que revocaron la decisión de la titular del juzgado de Alcalá. Y ahora Jose pone cervezas y tapas en su bar, junto a su chica, Ana. En el local se vive un ambiente de naturalidad, aunque se percibe algún cuchicheo, recelos y desconfiadas miradas de reojo ante la llegada de desconocidos. Jose intercala los tonos. Habla en voz baja cuando se refiere a la posible “llegada de una orden judicial” y en voz alta cuando bromea con los clientes. Todos saben lo que ocurrió allí hace unos meses.

Estoy esperando a que vengan a buscarme, dice el presunto homicida

“Iba camino del banco y me topé con él ahí, a la altura de la marisquería”, cuenta Olga. “No me lo podría creer, de hecho me tuve que volver, me di la vuelta para comprobar que era él a quien había visto, cuando me vio se metió dentro”, recuerda.

Sucedía esta misma semana. Se daba de bruces con el presunto asesino de su hermano. A escasos metros de su casa. “Ha salido”, pensó. “¿Cómo es posible?”, se preguntó. Se acordó de su madre y prefirió no decirle nada. Y después de su hermano Ignacio, y sintió miedo de lo que pudiese haber ocurrido si en lugar de encontrárselo ella se lo hubiese encontrado él… Desde entonces, y ante la incomprensión de la última decisión judicial, han optado por acudir a los medios de comu nicación para que todo el mundo lo sepa: “Vivo a 200 metros del asesino de mi hermano”.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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