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Columna
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Carta abierta al papa Francisco

Turquía quiere hacer de Santa Sofía una mezquita, mientras la de Córdoba es ahora catedral

Antonio Elorza

Con fecha 25 de marzo del pasado año me dirigí a Vuestra Santidad en carta privada a efectos de exponer un problema que afectaba de modo directo a la relación entre las dos grandes religiones monoteístas, y sobre el cual, a mi juicio, Su autoridad moral podía desempeñar un papel positivo. Por quedar retenida en alguno de los filtros vaticanos de la comunicación, o simplemente por estimarse que el tema carecía de suficiente importancia, aquella petición careció de eco alguno. En la medida que desde entonces los motivos para abordar esa cuestión se han incrementado, e incluso adquieren carácter de urgencia, me permito insistir sobre el tema, por un procedimiento ciertamente inusual, y de acuerdo con los cambios de situación experimentados desde entonces.

La cuestión arranca de la historia, ya que dos de los principales centros de oración del Islam y del cristianismo en Europa, la mezquita de Córdoba y la basílica de Santa Sofía en Estambul, quedaron incluidos en Estados de la otra religión, la mezquita en la España católica y Santa Sofía en la Turquía islámica. A lo largo del siglo XX, las corrientes de pensamiento favorables a la tolerancia lograron una solución de equilibrio al convertir ambos edificios en museos. Solo que la presión integrista lo amenaza en los últimos años: el vicepresidente turco anunció el propósito de “hacer sonreír” a Santa Sofía, convirtiéndola en mezquita, y desde el año 2006, mediante una simple inscripción en un registro, el obispado de Córdoba ha convertido a la mezquita de Córdoba en dependencia de un templo cristiano. En la actualidad, es éste el problema candente, ya que no parece fácil que el Gobierno turco dé ahora el paso previsto.

No es una cuestión simplemente formal, como puede comprobarse en que allí y aquí la justificación es la misma: el derecho de conquista. Por Mehmed II tras la toma de Constantinopla en 1453, y por Fernando III tras la de Córdoba en 1236. Resulta obvio que semejante argumento, ridículo en nuestro caso ya que la propiedad solo se reivindica en 2006, descansa sobre una inaceptable imagen de religiones en guerra, donde al vencido solo le toca desaparecer. En la encíclica Lumen fidei Vuestra Santidad afirmó el criterio opuesto: “Resulta claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro”. Y es también obvio que esa convivencia de estimación recíproca y de respeto al otro se vuelve incompatible con la invasión del espacio sagrado que para todo musulmán representa la antigua mezquita.

Más aún cuando la discutible propiedad da lugar a una profanación, pues no es otra cosa la ocupación de la mezquita por la exposición en curso de “arte conventual”, de imágenes religiosas católicas que chocan frontalmente con el carácter iconoclasta y en sus temas con la sensibilidad de la fe islámica. Es como decirles a los musulmanes: “Aguantaos, que esto es nuestro”. Desde la concepción cristiana que despuntó ya bajo Juan XXIII en el Vaticano II, tal planteamiento resulta incomprensible. Incluso desde un enfoque arquitectónico, pues el espacio cristiano de la catedral en el seno de la mezquita trazó una nítida divisoria que nunca debió vulnerarse.

Sin olvidar las circunstancias actuales, de subida en flecha de la conflictividad interreligiosa, con el yihadismo como protagonista, y la réplica malsana de la intolerancia y la xenofobia antiislámicas. Los símbolos cuentan, y mucho. No hace falta echar aceite sobre el fuego, sino desarrollar “la serena convivencia” con el Islam que Vuestra Santidad propuso en Tierra Santa, algo que la actual situación de la mezquita de Córdoba contraviene abiertamente, y que sin la intervención de Su alto magisterio no sería corregida.

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