De la ansiedad al hormiguero
1975 y 2014 se juntan en unos símbolos por los que han pasado cuatro décadas
En la víspera de la abdicación efectiva de don Juan Carlos, Silvia Pérez Cruz, de 31 años, cantó en Madrid, ante un público mayoritariamente de su edad, versos de Miguel Hernández y de García Lorca. En el repertorio, canciones de la guerra y del exilio. Como si el bucle nos hubiera llevado al estertor del franquismo. Como si los jóvenes de ahora escucharan en directo el clima con el que se cerró (virtualmente) la dictadura. Para terminar sonó el famoso Gallo negro, gallo rojo de Chicho Sánchez Ferlosio…
Era como si 1975 y 2014 se juntaran en unos símbolos por los que han pasado cuatro décadas. Cuando Juan Carlos I accedió al trono, la cultura se aprestaba a resolver la memoria de aquella tragedia, ya sin el peso de la censura. Hasta ahora mismo, sin embargo, decía ayer la escritora Marta Sanz, no ha aflorado el tratamiento de aquella época que se llamó franquismo y que entonces parecía cerrarse. La memoria es la misma, los jóvenes la buscan ahora.
El fin del franquismo, que marcaba aquella coronación, abrió (dice Carmen Riera, académica) “un periodo de ansiedad y de esperanza; ya había buena literatura (acababa de publicarse La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, en el cine se veía Cría cuervos, de Carlos Saura), y se pensaba que ese periodo abierto iba a ser de esplendor”. No iba a serlo, automáticamente, explica su colega Francisco Rico: “Todavía existían escuelas literarias, hasta llegar a los autores del boom, que entonces estaban en todas partes… Pero la libertad política no propició necesariamente mejor literatura. Porque en la literatura es más fecundo el dolor que la alegría”.
Aquel entierro virtual del franquismo puso de manifiesto la ansiedad de un cambio, pero el país estaba aún taponado. Juan Marsé recordaba ayer que su novela Si te dicen que caí había tenido que publicarse en el exilio mexicano. La censura cinematográfica y artística duró más que la censura literaria. Dice Marta Sanz: “Los que nacimos en los sesenta vivíamos la pubertad al tiempo que España vivía su propia pubertad democrática. Pero aquel momento no propició un arte que desvelara la herida sufrida con Franco”.
Cuando se coronó don Juan Carlos, Lorca y Hernández eran nombres tolerados, pero la censura franquista seguía tiñéndolos de rojo. En las ferias del libro había novedades de García Hortelano, de Juan Goytisolo, de Félix Grande, de Vázquez Montalbán, de Benet, y Lorca o Genet (de la mano de Nùria Espert) llevaban rato en la escena. José Luis Gómez preparaba su Azaña, y este nombre propio, como muchos otros, vivían aún el exilio.
El país estaba tapado cuando asumió el padre del Rey que ahora asume. “Salíamos de la noche del franquismo”, como dice Carme Riera; a las “grandes expectativas” de las que habla Juan Marsé se las mira ahora con melancolía. La tecnología y los medios no han servido para que se dé una mejor difusión de la cultura. “Se acabó la ansiedad, comenzó el hormiguero”, dice Rico. El cineasta Fernando Trueba afirma: “Ahora parece que es mejor escribir un tuit que leer un libro, ¡se lee más rápido! Antes ibas con un libro por la calle, ahora ya no se ve”. A los 20 años, los que tenía en 1975, “Brassens estaba prohibido… Todo lo que era interesante estaba prohibido. Ahora no está prohibido, pero no interesa”.
Manuel Vicent, que hace crónica de este país desde aquel 1975 por lo menos, cree que entonces “la cultura consistía en descubrir cualquier clase de creación a través de la libertad… Hoy consiste en mirar sentados en las gradas de un circo y en aplaudir a ciertos equilibristas y a algunos monos”.
En todo caso, resulta legítimo pensar que aquel público que escuchaba a Silvia Pérez Cruz buscaba reintegrar en su memoria el clima de 1975, para salvarlo de la quema. Quizá eso es lo que marca el momento en que a Juan Carlos I le sucede Felipe IV.
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