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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acompañar al rey

Don Felipe llega sin tacha, eso puede significar un impulso regenerador

 Las ventajas del automatismo monárquico que los adictos resumen en esos dos gritos sucesivos “¡el Rey ha muerto!”, “¡Viva el Rey!”, apenas se han cumplido durante los últimos siglos en España por eso el desconcierto de estos días de abdicación de don Juan Carlos y de proclamación de don Felipe. Aquí lo más frecuente han sido los destronamientos en medio de fiestas populares que acompañaban también a las restauraciones subsiguientes. En esta ocasión al concluir el reinado de don Juan Carlos conviene anotar que ha sido uno de los de más larga duración de nuestra historia y que al comenzar tuvo los pronósticos en contra.

Como todos los regímenes personales, el franquismo estaba condenado a extinguirse con Franco pero en parte alguna estaba escrito lo que vendría después. No hubo pizarra en 1945 de Pedro Sáinz Rodríguez, ni de Torcuato Fernández Miranda en 1976, ni de Adolfo Suárez, ni de los socialistas de Suresnes, ni de Manuel Fraga y los siete magníficos. Además, aquello que repetían los de la adhesión inquebrantable—“después de Franco las instituciones”— era un mantra quitamiedos, que a nadie aliviaba el vértigo de la desaparición del caudillo. Se presentía que vendría alguna suerte de desfranquización, como tuvimos desestalinización y hasta Vaticano II después de Pío XII.

Hubo desfranquización, concordia, recuperación de las libertades, homologación con las democracias europeas, constitución reconciliadora, después de cuarenta años de victoria cainita se alcanzaba la paz y se construía un nuevo orgullo en el que todos los españoles podían coincidir porque no humillaba a ninguno. Don Juan Carlos mientras renunciaba a los poderes heredados impulsaba el proceso de la transición que admiró al mundo. Todo fue posible porque dejamos de comportarnos como pasionales ribereños del mediterráneo para imbuirnos de la fría racionalidad de los bálticos sujetos al discurso del método, al diálogo a la búsqueda del acuerdo y llegamos al consenso luminoso que luego derivó en patología del encubrimiento.

Pasado mañana jueves día 19 llega el nuevo Rey don Felipe VI, que será proclamado ante las Cortes Generales, sin que el artículo 61 de la Constitución tenga determinado quién haya de hacerlo. Sólo señala que habrá de prestar juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas. Puede deducirse que estamos ante una autoproclamación o que sea el presidente de la sesión quien le proclame. Lo que sí despeja el artículo 72.2 de la Constitución es que esa presidencia corresponde al presidente del Congreso. También se precisa que todo deberá hacerse conforme al reglamento mencionado en esa misma disposición, que 36 años después sigue faltándonos.

La llegada del Rey don Felipe VI se produce en tiempos muy difíciles, como aquellos referidos por Luis Vives, “donde no es posible hablar ni callar sin peligro”. Pero la dificultad de los tiempos era incomparablemente mayor cuando la llegada de don Juan Carlos en 1975. Son las actitudes degradadas las que marcan y ensombrecen el presente. Es la espiral del cinismo, el y tú más como excusa de la propia corrupción, Por eso, porque don Felipe llega sin tacha puede significar un impulso regenerador que deberíamos acompañar.

 

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