Suárez en el verano del '95

He aquí mi recuerdo de Adolfo Suárez. Esta imagen pertenece al programa especial Adolfo Suárez Memoria de la Transición, emitido por Televisión Española en 1995.

No le conocí, frente a frente, en privado, hasta el verano de 1995, el año al que pertenece la imagen. Él tenía entonces 62 años. Y, huelga decirlo, aunque había fracasado en su intento de volver a la política nacional a través del CDS, daba la impresión de ser el perejil en la gran cantidad de las salsas que se guisaban en la cocina política española. En despachos de abogados, restaurantes y cuarteles generales de partido.

Era yo entonces adjunto a la dirección del diario EL PAÍS y estaba tras los pasos de una operación chantaje. Cuando me recibió una mañana de finales de junio en su despacho de la madrileña calle de Antonio Maura, 4, él ya sabía lo que yo buscaba. Intentaba armar el rompecabezas de esa operación. Y Suárez era una pieza que alguien había movido. Resultaba, por tanto, de gran interés saber el alcance de dicho movimiento.

Lo primero que aclaré, pues, fue mi objetivo. No tenía intención de hacer una entrevista o citar alguna frase suya. Esta declaración de intenciones pareció caer como un bálsamo. 

Todo fue un intercambio de cromos. Noté que disfrutaba, como -suponía- que lo solía hacer en sus viejos tiempos. Me ayudó con algunas de mis obsesiones, que, según descubrí, era también algunas de las suyas. Las fechas, las escenas, la gente, los lugares, las llamadas telefónicas. Pudimos comenzar juntos a armar, desde ese primer encuentro, el rompecabezas. A lo largo de varios meses, hasta el 18 de septiembre de 1995, nos reunimos varias veces. Siempre en su despacho. Con carpetas y sobres.

 La historia arrancaba de un encuentro que había tenido lugar en su despacho de Antonio Maura, 4, primera planta, el 22 de febrero de 1995. El director del diario El Mundo, Pedro J. Ramírez, y el coronel Juan Alberto Perote, ex responsable de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) del CESID (actualmente CNI) habían acordado con Suárez pasar a verle para transmitirle una información anunciada por teléfono como muy seria.

Perote aportó en la reunión una cinta magnetofónica. Según explicó, en una visita que Suárez había realizado a las instalaciones del CESID, que se remontaba a 1978, los servicios le habían grabado. La cinta se había conservado. La tesis ya expresada en titulares del citado diario era que el CESID, bajo control del Gobierno de Felipe González, buscaba testigos para establecer un nexo entre el GAL y el Batallón Vasco Español.

Esto casaba, o más bien era una buena percha, para colgar una afirmación de González en el Congreso, hacía dos semanas, el 8 de febrero de 1995, en el sentido de que los grupos terroristas GAL tenían antecedentes que ya existían antes de llegar los socialistas al gobierno, en octubre de 1982.

La cinta, sostenía Perote, podía ser manipulada en ciertos espacios y alguna frases de Suárez eran suceptibles de causar escándalo.

Los visitantes dejaron una copia de la grabación a disposición de Suárez. La publicación de la cinta tuvo, días después, fuerte impacto.

El coronel Perote estaba, a su vez, en contacto con Mario Conde, ex presidente del Banco Español de Crédito (BANESTO). Conde había tejido en aquellos días un plan en la cárcel de Alcalá-Meco, donde coincidió con Julián Sancristóbal, ex director de la Seguridad del Estado.

Se trataba de una audaz operación de presión sobre el Gobierno de González para conseguir frenar la investigación del caso Banesto mediante el cambio del juez Manuel García-Castellón en la Audiencia Nacional y una indemnización de 14.000 millones de pesetas (unos 87 millones de euros) que debía pagar Emilio Botín, nuevo dueño de Banesto, para compensarle por sus presuntas pérdidas patrimoniales en la entidad.  

Para ello, Conde tenía bajo control las 1.200 microfichas robadas por Perote al abandonar el CESID. El presunto material que documentaba la guerra sucia del Estado contra el terrorismo de ETA.

Suárez era una baza importante para llegar a González y al rey Juan Carlos. Y Conde creía tenerle en sus manos. En el sumario del caso Banesto, que se instruía en aquellas mismas fechas, había una operación de retirada de caja del banco de 300 millones que, según un ejecutivo de la entidad, Conde le había ordenado entregar a una persona, en una calle de Madrid, con destino a Suárez.

El 21 de marzo de 1995, Conde visitó a Suárez en su chalé de La Florida, en El Plantío, Madrid. El ex banquero, según la versión que me dio Suárez, le transmitió que tenía un material muy sensible sobre la guerra sucia. Y quería que lo comunicara a La Moncloa y a La Zarzuela.

Suárez quedó impresionado por la información verbal y la promesa de que recibiría documentos. El enlace entre Conde y Suárez era un ex colaborador del ex presidente del Gobierno. El abogado Jesús Santaella. Suárez transmitió los datos. Santaella, a su vez, pidió ayuda a Suárez para persuadir a un vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a fin de que votara una determinada propuesta en relación con la renovación de la comisión de servicios del juez García-Castellón. Suárez se negó.

Se reunió varias veces Suárez a solas con Felipe González y otras tantas con el ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch. Habló también con el rey Juan Carlos.

En una de las reuniones en Moncloa, Suárez le entregó a González los papeles sobre la guerra sucia que Conde le había hecho llegar a través de Santaella.

El caso es que Felipe González recibió a Santaella el 23 de junio de 1995. Representaba los intereses de Conde y del coronel Perote, que había sido detenido unos días antes.

Santaella transmitió las exigencias antes apuntadas para Conde, las económicas (14.000 millones de pesetas por las acciones y su contrato blindado incumplido) y habló del estado de sus recursos en el Tribunal Supremo contra el juez García-Castellón. Pidió para Perote la mediación del presidente a fin de lograr su libertad. El Gobierno hizo algunas averiguaciones para dejar algún rastro de su buena voluntad, pero nada de lo que pedía Conde estaba en sus manos garantizar.

Durante aquel verano de 1995 mis contactos con Suárez no tuvieron trascendencia pública. Pero al confirmar a mediados de septiembre de 1995 los principales movimientos con otras fuentes de indudable solvencia, el lunes 18 de septiembre, teníamos la historia bien amarrada. El entonces director de EL PAÍS, Jesús Ceberio, me pidió que escribiése para la edición del día siguiente la historia del chantaje.

El martes 19 de septiembre de 1995, EL PAÍS abrió la portada a cuatro columnas con el titular "Conde chantajea al Gobierno desde hace meses con material sustraído del CESID".

La tierra parecía abrirse. La noticia y los múltiples detalles de las reuniones y contactos entre los protagonistas de la operación empezaron a concitar polémica. Algunos en el Gobierno decían no sentirse chantajeados; otros reconocían abiertamente la realidad.

Pero fue Adolfo Suárez quien cortó por lo sano las especulaciones. Ni falta hizo que le llamara. Actuó por su cuenta y riesgo.

Difundió la mañana del 19 de septiembre, desde la calle de Antonio Maura, donde nos habíamos reunido durante los últimos meses, el siguiente comunicado:

"El señor Jesús Santaella, antiguo colaborador mío en mi etapa de presidente de Gobierno, pidió verme para hablarme de cuestiones profesionales, en su opinión importantes. En la entrevista me informó de quie tenía conocimiento de temas muy delicados de los que quería informar al Gobierno, y me pidió que transmitiera a éste su deseo de entrevistarse con algunos de sus miembros. Hablé del tema con el presidente del Gobierno [Felipe González] y le sugerí la conveniencia de que el Gobierno recibiera al señor Santaella, cosa que se produjo posteriormente".

  Adolfo Suárez rechazó sumarse a la campaña contra la información y contra EL PAÍS. Cuando le agradecí su gesto, le resto toda importancia. Consideró que era su deber.

Más tarde, negó en el juicio oral (ya lo había declarado, voluntariamente, durante la instrucción) que Mario Conde, cuya versión había ido cambiando, le hubiese dado dinero como pago de presuntas gestiones realizadas, según el ex banquero, ante las autoridades del Banco de España.