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Columna
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Salida o voz

Ante cambios de orientación que disgustan a una parte de los miembros de un colectivo caben dos opciones: salirse o protestar desde dentro para intentar modificar el rumbo, sostiene Albert Hirschman en Salida, voz, lealtad (1970). La lealtad puede matizar esa disyuntiva, retrasando la salida. ¿Podrían explicarse en esos términos las distintas reacciones de los disidentes del PP críticos con la gestión del final de ETA? ¿Será casual que la nueva formación escindida del PP haya adoptado como nombre la palabra latina Vox, o sea, voz?

En ETA contra el Estado (2001), Ignacio Sánchez Cuenca aplicó el esquema de Hirschman a la política de reinserción practicada por entonces. La tesis era que al facilitar la salida de los más críticos con la violencia se debilitaban los incentivos para que planteasen desde dentro el debate sobre el abandono de las armas.

Decir que todo sigue igual sí que ofende a quienes han pasado toda su vida bajo la amenaza de ETA

Los sectores críticos del PP sostienen ahora que nada fundamental ha cambiado (o que lo único que ha cambiado es que “ya no matan”: como si fuera un detalle secundario), y reprochan al Gobierno haber modificado su política antiterrorista y haberse sumado a la teoría de la derrota de ETA cuando “está más fuerte que nunca”, como probaría su pujante presencia en las instituciones.

Pero ya no puede decirse que, concejales o pistoleros, “todo es ETA”. Lo era en buena medida, pero la política antiterrorista consiguió hacer aflorar, mediante la ilegalización de Batasuna, contradicciones entre los intereses de la banda armada en sentido estricto y los de su brazo político, con el resultado de un debate que condujo al cese definitivo de la violencia. Negar ese cambio equivale a renunciar a la victoria de la democracia a través de la política de firmeza aplicada por Gobiernos de distinto signo. Y si los herederos de Batasuna están en las instituciones no es por su legalización sino porque, tras ella, consiguieron los votos necesarios. Tal vez fue prematura la legalizacuión de Bildu por un tribunalal dividido, pero habría sido en todo caso aceptada unánimemente tras la renuncia de ETA a la violencia.

Es cierto que donde pueden, sobre todo en los municipios de Gipuzkoa que controlan, utilizan ese poder de manera sectaria y mantienen actitudes chulescas y amenazadoras. Pero lo que daba credibilidad a sus amenazas era la sombra de una ETA activa; sin ella, la izquierda abertzale mantiene actitudes impositivas, pero que ya no pueden combatirse mediante apelaciones a una nueva ilegalización que, tras el fin de la violencia, sería imposible o contraproducente. Sino planteando políticas y alianzas alternativas para disputarles ese poder.

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La presencia de la izquierda abertzale en las instituciones no significa que ETA haya ganado. Ha tenido que renunciar a su principal seña de identidad, la legitimación del terrorismo. Sostener que todo sigue igual supone una ofensa para los miles de ciudadanos, muchos de ellos miembros del PP, que durante años se han sabido bajo la amenaza verosímil de ser asesinados por ETA. Se comprende por ello la irritación de los dirigentes del PP vasco ante las acusaciones desmelenadas de los que han elegido a la vez la voz y la salida para acusarles de tibieza con argumentos tan artificiosos como falta de ardor para oponerse a la aplicación de la sentencia de Estrasburgo.

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