“Mi marido también habría hablado con los terroristas que lo mataron”
Maixabel Lasa, exdirectora de víctimas del Gobierno vasco, relata su encuentro con uno de los responsables del atentado contra su esposo, Juan María Jauregi
Maixabel Lasa se reunió con uno de los tres asesinos de su marido, Juan María Jauregi, casi once años después de que ETA lo matara. "Decidí reunirme con la persona que más daño nos había hecho en la vida a mí y a mi hija", rememora. "Lo hice, porque, a pesar de todo, creo en las segundas oportunidades para los que han llegado a reconocer que hicieron mal, que el daño que causaron fue injustificado, innecesario, terrible... Que se arrepienten de haber matado a personas inocentes. Prefiero eso a que se enorgullezcan de sus asesinatos, sin duda. Para mí, tiene un valor".
El encuentro tuvo lugar un jueves. El 26 de mayo de 2011, recuerda Lasa con precisión. Cuando ella era aún directora general de la oficina de atención a las víctimas del terrorismo del Ejecutivo vasco, cargo que abandonó el pasado diciembre con el último cambio de Gobierno. Libre ahora de responsabilidades políticas, relata a EL PAÍS en su casa de Huelva, donde pasa unos días de vacaciones, cómo se desarrolló la reunión con una de las personas que habían acabado a tiros con la vida de su marido el 29 de julio del año 2000 en Tolosa (Gipuzkoa), mientras ella estaba en casa preparando la comida. Su marido, gobernador civil de Gipuzkoa entre 1994 y 1996 [con el Gobierno socialista de Felipe González], trabajaba en ese momento en Chile para la empresa Aldeasa. Cada tres meses viajaba a su pueblo natal, Legorreta, para ver a su familia. ETA aprovechó una de esas visitas para matarlo.
Su viuda tardó mucho tiempo en hacerse a la idea de que no volvería a recibir ninguna llamada más; que no volvería a verlo aparecer por la puerta. "Lo pasé muy, muy mal", recuerda junto a una foto en la que aparece la pareja aún adolescente, con apenas 16 años, en el monte. "Nos conocíamos de toda la vida. ETA cortó radicalmente nuestras expectativas. Así, de repente. Pero Juan Mari hablaba con todo el mundo. Creía firmemente en el valor de la palabra. De hecho, creo que por eso lo mataron. Por su talante dialogante; por su interés en tender puentes. Estoy convencida de que él también habría tratado de hablar con las personas que lo mataron. Sé que hay víctimas que no lo entienden, pero yo estoy convencida de que hice bien aceptando el encuentro. Después, sentí alivio".
Lasa formó parte del programa piloto de encuentros entre víctimas de ETA y presos de la banda que puso en marcha el Gobierno socialista en 2010. Los primeros encuentros, cuatro en total, se celebraron en mayo de 2011 -después, dentro del mismo programa, hubo siete más-. Lasa fue, en ese momento, la única que se reunió con uno de los responsables directos del atentado que le había truncado la vida. El condenado había solicitado reunirse con ella. Además, Instituciones Penitenciarias había pedido colaboración al Gobierno vasco, a la oficina que ella dirigía, para buscar víctimas que pudieran estar interesadas en el proyecto.
Fui a ver a la persona que más daño me había hecho en la vida
"Yo era víctima además de directora y, si una de las personas que había matado a mi marido había pedido verme, creo que tenía todo el derecho del mundo de aceptar o no", argumenta. "Además, pienso también que, ya que habíamos llamado a otras víctimas para invitarlas a participar en el programa, era importante que yo estuviera dispuesta a hacerlo. Esto no significa, faltaría más, que todos tengan que hacer lo mismo. Yo no soy mejor que nadie por haber aceptado. Pero tampoco peor".
La Audiencia Nacional condenó el 14 de febrero de 2004 a 39 años de cárcel a cada uno de los tres miembros del comando Buruntza Ibon Etxezarreta, Luis María Carrasco y Patxi Xabier Makazaga como autores del asesinato de Jauregi. Carrasco y Etxezarreta trataron de matarlo un día en un bar, pero desistieron al ver a unos conocidos dentro. Finalmente, otro día, en la cafetería del frontón de Tolosa, Makazaga lo mató de dos tiros por la espalda mientras Carrasco vigilaba fuera y Etxezarreta les aguardaba en un coche robado para facilitar la huida. La noche anterior, Jauregi había soñado que lo mataban, como contó por la mañana a su mujer. Trece años después del asesinato, dos de los miembros del comando pertenecen al grupo de reclusos que han condenado la violencia de ETA. Uno de ellos se reunió con la viuda de su víctima.
Pregunta. ¿Cómo fue el primer momento de ese encuentro?
Respuesta. Estábamos en una pequeña salita de la cárcel de Nanclares de Oca [en Álava, donde cumplen pena la mayor parte de los presos de ETA que han renunciado a la violencia y reconocido el daño causado a las víctimas]. La mediadora nos presentó. Nos dimos la mano y nos miramos a los ojos. Me fijaba mucho en sus gestos, en la cara. Él parecía estar mucho más nervioso que yo. Creo que es lógico, porque yo no había hecho nada malo. Él era la persona que tenía que explicar por qué y para qué había ocurrido todo aquello; por qué habían matado a mi marido. Yo iba a ver a la persona que más daño me había hecho en la vida, pero estaba tranquila.
P. ¿Por qué había acudido? ¿Qué quería saber?
R. Tenía curiosidad, muchas preguntas... Y vi que era la oportunidad. Eso sí, estaba allí porque sabía que era una persona que había hecho autocrítica, que desaprobaba lo que hizo durante los años en los que fue miembro de ETA y que lo condenaba de forma radical. Además, sabía que no iba a tener beneficios penitenciarios por reunirse conmigo; que no iba a conseguir nada material. Por otro lado, siempre he pensado que si Juan Mari hubiera tenido la oportunidad de hablar con sus asesinos, igual les hubiera convencido de que no dispararan.
Si de verdad lamenta lo que hizo, creo que merece una segunda oportunidad
P. ¿Qué sabía de la persona con la que se iba a reunir?
R. Muy poco. Ni siquiera sabía cómo era físicamente. Cuando estuve en la Audiencia Nacional, en el juicio por el atentado de Juan Mari, no tuve la oportunidad de ver a los acusados. Yo acudí como testigo. Pero cuando dijeron que iba a entrar, ellos empezaron a hacer ruido y los sacaron, así que no pude verlos. Tampoco había visto ninguna foto en los periódicos.
P. ¿Qué le dijo cuando finalmente lo tuvo delante?
R. Una de las primeras cosas que le pregunté es si conocía a Juan Mari, si sabía quién era, y por qué lo había matado. Me dijo que no le conocía, que le había llegado una orden y la había ejecutado. Sin más. De hecho, no sabía nada sobre él ni sobre su trayectoria. No sabía que había estado en la cárcel, ni que había formado parte de ETA, ni que había sido miembro del Partido Comunista, ni que había declarado contra el general Galindo en el caso Lasa y Zabala . Ni siquiera sabía que había sido gobernador civil de Gipuzkoa. Ni que teníamos una hija. Realmente, no sabía nada de nada. Ni personal ni profesional. Mató a alguien totalmente desconocido para él.
P. ¿No sabía por qué se convirtió en un objetivo de ETA?
R. No. Yo siempre he creído que lo mataron porque trataba de tender puentes. Juan Mari había trabajado muchísimo para solucionar el problema del terrorismo. Creía que cuanto más se tardara, más difícil sería porque entrarían chicos más jóvenes, sin memoria histórica y más fanáticos, pensando que iban a salvar a la patria cuando llevábamos ya muchas décadas de democracia. Pero la persona que se reunió conmigo no sabía nada de esto. Es sorprendente cómo mataban gente sin conocer siquiera de quién se trataba.
Sentí alivio. Prefiero saber que cree que matar a mi marido fue un error
P. ¿Le preguntó usted por detalles del atentado?
R. Tengo el sumario en casa y, más o menos, conocía lo que pasó: cómo lo mataron, que habían intentado hacerlo días antes y que abortaron la idea porque había mucha gente que los conocía en el bar... El día del primer intento yo estaba con Juan Mari. Le pregunté al preso si lo habrían matado igualmente si yo hubiera estado delante cuando lo asesinaron. Respondió que sí, que daba igual. También quise saber quién había dado la orden del asesinato. Yo había leído que habían sido Soledad Iparraguirre, Anboto , y Mikel Albisu, Antza . Pero él no supo responderme. Tampoco lo sabía. Es sorprendente cómo mataban sin saber a quién ni por qué.
P. ¿Y usted qué le explicó a él?
R. Le conté que todas nuestras expectativas vitales se habían ido al carajo. A Juan Mari lo iban a trasladar a Jordania y yo pensaba pedir una excedencia en el trabajo para estar con él... Pero no pudo ser. Le conté lo mal que lo pasé. Juan Mari vivía entonces en Chile y nos veíamos cada tres meses. Pero hablábamos por teléfono muy a menudo. Le expliqué la de veces que he estado esperando después de su muerte que llamara por teléfono. Alguna vez, incluso he llegado a marcar el número que él tenía en Chile. Tengo todavía su teléfono en casa, en su maleta. Siempre estaba esperando verlo aparecer por la puerta. Como no lo veía a diario, me costó mucho asumir que ya no estaba. Fue muy duro. Todavía pienso en Juan Mari todos los días. Y no una vez; millones.
Otros, sin embargo, aún se sienten orgullosos de lo que han hecho
P. ¿Por qué no da el nombre del preso con el que se reunió?
R. Preferiría no hacerlo sin consultarlo con él. En todo caso, fue una de las tres personas condenadas por su asesinato.
P. ¿Qué fue lo que más le impresionó del encuentro?
R. El preso me dijo que no sentía nada bueno en él; que muchas veces pensaba que todo lo que él era, era malo. "Si eso fuera así tú no estarías aquí ni yo tampoco", le respondí. "Si te has dado cuenta de lo que has hecho y te vas cada día a la cama pensando que hiciste mal, yo pienso que algo bueno existe en ti. Pienso que has recuperado la libertad y el derecho a ser un ciudadano". Enfrentarse al pasado y reconocer el error de la violencia tiene su mérito. Creo que es el camino correcto. Sé que no todos los presos lo van a hacer, que son pocos... Pero los que han emprendido ese trayecto merecen una segunda oportunidad.
P. ¿Entiende que haya víctimas a las que suene raro dar una segunda oportunidad a quienes, como usted dice, más daño les han hecho en la vida?
Me sorprendió que no sabía nada de mi marido. Ni quién había sido
R. Lo entiendo. Pero yo siempre he pensado así. Necesitamos recuperar a estas personas para la democracia y la futura convivencia en paz. Creo, además, que la postura de este tipo de presos es la forma más intensa de deslegitimar la violencia. Y, en un plano más personal, yo me siento mejor después del encuentro. He visto que, de alguna forma, las personas que mataron a Juan Mari están arrepentidas del dolor que han causado. Al menos dos de ellos. Supongo que el tercero seguirá estando muy orgulloso. Pero a mí me alivia que los otros dos piensen que fue un error. Al menos, sientes que lo que estamos haciendo todos, los mediadores, las víctimas... y lo que ellos han ido madurando durante estos años en prisión, ha servido para algo. Para ellos, tampoco debe ser fácil. Es más sencillo quedarse entre la masa y seguir defendiendo la violencia sin enfrentarse al dolor que han provocado ni ser tildados de traidores por la banda.
P. Habla de dos condenados por el atentado de su marido que lamentan su muerte. ¿Ha tenido contacto con más de uno?
R. Otro de los presos que mataron a Juan Mari me escribió una carta hace poco; este año. Me impresionó mucho. Decía que lo sentía mucho; que le costaba escribirme por todo el daño que me había hecho; que no sabía cómo expresar lo que sentía pero que le gustaría verme. Aunque ya sabía que ahora el programa de encuentros estaba medio parado. En todo caso, yo sí estaría dispuesta a esa reunión.
Otro recluso me ha escrito hace poco una carta para pedirme perdón
P. ¿Se tendrían que fomentar desde el Gobierno este tipo de actitudes entre otros presos?
R. Creo que sí, que deberían impulsarse de nuevo programas de encuentros y talleres entre los presos. Por pura lógica, solo si hay debate interno en las cárceles se podrá evolucionar. Es preciso que cada uno asuma su responsabilidad por el pasado. Creo que estos presos lo están haciendo, mientras también critican desmanes como el terrorismo de Estado. Creo que llevan ventaja incluso a la izquierda abertzale , que no acaba de asumir ciertas responsabilidades.
P. ¿Cómo se despidió del preso?
R. Me pidió perdón. Le dije que se lo agradecía, pero que eso era una cosa muy personal y que no le podía contestar. Le di un abrazo y le dije que no me importaría volver a verlo. Y así es.
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