Caídos del cielo
“Tenemos un problema, todos en posición”, gritó el piloto del globo rajado en Capadocia Los españoles heridos en el accidente relatan su experiencia
Llevaban unos 20 minutos sobrevolando los valles de colores de Capadocia, las viviendas excavadas en la piedra, las caprichosas columnas de roca que llaman chimeneas de hadas. Decenas de globos aerostáticos flotaban a su alrededor. “Todo está tan tranquilo allá arriba… De repente, notamos una pequeña turbulencia. Yo miré hacia arriba y me pareció ver un agujero en la tela. Entonces el piloto advirtió: ‘Tenemos un problema, todos en la posición que dije al principio”, en cuclillas y cogidos a unos asideros del interior de la cesta. Fue el pasado lunes. Estaban a 300 metros del suelo.
Verónica Borda, una pamplonesa de 34 años, narra este momento echada en una cama en un hospital de Nevsehir, en Turquía. El globo en el que volaba con otros 23 pasajeros, de la empresa Anatolian Balloons, se acababa de rajar tras impactar con la cesta de otro vehículo que estaba más elevado. “Pensé que iba a ser complicado, pero nunca tuve la sensación de que nos fuéramos a matar. Veía que estábamos cayendo más rápido de lo normal y que íbamos a sufrir un golpe fuerte, pero que no iba a ser mortal”, recuerda Ángel Casado, de 60 años, residente en Madrid, postrado en otra habitación del mismo hospital. “Abracé a mi mujer para protegerla y creo que eso la salvó un poco del impacto”. Casado tiene fracturadas las dos piernas y una costilla. Su esposa también se rompió ambas piernas y, como él, ha sido intervenida. De momento, se encuentra en cuidados intensivos. Por su parte, Borda tiene un tobillo y una vértebra rotos. Su madre, otra de las pasajeras, tiene una pierna rota.
Son 4 de los 11 españoles que el pasado lunes cayeron desde una altura equivalente a la de un edificio de 100 plantas. A pesar de la gravedad de sus lesiones, fueron afortunados: tres mujeres brasileñas murieron a causa del accidente, una en el momento del impacto y las otras dos más tarde. Los demás pasajeros, seis brasileños, tres argentinos y un puertorriqueño, y el piloto portugués resultaron heridos de cierta gravedad, la mayoría con fracturas en los huesos.
El globo se empezó a desinflar lentamente y al principio cayó a una velocidad moderada. El piloto consiguió seguir calentando el aire del interior y amortiguar el descenso, según lo narrado por varios testigos. Hasta que la tela estaba tan cerca de la llama que tuvo que apagarla. Los últimos 50 o 60 metros fueron en caída libre.
“Yo a partir de ahí no recuerdo nada, ni cómo impactamos contra el suelo, ni cómo salí de la barquilla; no recuerdo nada hasta estar en la ambulancia”, cuenta Casado en su cama del hospital. La experiencia de Borda es similar: “Llegamos al suelo y lo primero que dije fue: ‘Vaya, se me han roto las gafas de sol (que necesitaba para proteger uno de sus ojos)’. Y hasta ahí. Luego ya la ambulancia, o entrando en el hospital… no recuerdo nada más”.
Veía que caíamos muy rápido. Abracé a mi mujer para protegerla,
cuenta un superviviente con las piernas rotas
Volar en globo es una de las actividades más populares de la turística Capadocia. Durante la temporada alta, como ahora, unas 100 bolsas multicolores pueden compartir el cielo cada día. Es el lugar del mundo donde vuelan más globos a diario. Entre 300.000 y 350.000 personas pagan cada año unos 150 euros por un recorrido de una hora que empieza con las primeras luces del día. Pero entre tantos vuelos, algunos acaban mal.
Cristina Sánchez, una abogada de Madrid, voló en globo el pasado diciembre, también con Anatolian Balloons. El aterrizaje fue muy brusco: la cesta chocó con el suelo, cayó en un río y finalmente el globo se enganchó en unos cables de alta tensión. Dos de los pasajeros tuvieron que recibir atención médica. Unos meses antes, en abril, otro globo de la misma compañía golpeó una pared de roca y varios árboles durante el vuelo, y luego aterrizó con dureza. Varios pasajeros aparecen ensangrentados, según se ve en una serie de vídeos que tomó uno de ellos. En 2009, un turista británico murió en el que hasta ahora era el único accidente mortal en globo en Capadocia.
Joaquim Boet, piloto y fundador de Baló Tour, comenta que en 1997 apenas había “un par de globos” en esta zona. “Ahora hay decenas y decenas, ¡y todos con entre 20 y 30 pasajeros! Y, por experiencia, estos gigantes necesitan el 100% de concentración del piloto, y más volando con otros globos tan cerca. El tema está en que espaciar el tiempo de despegue u ocupar más espacio para que estén más separados es perder dinero”.
“Menos coches circulando, menos riesgo de accidentes, pues [con globos] es exactamente lo mismo”, coincide Sancho González, un piloto español que lleva cinco años trabajando en Capadocia, ahora en una empresa del mismo grupo que Anatolian Balloons. González lleva 21 años pilotando globos y ha recorrido gran parte del mundo. Dice que los pilotos de Capadocia, cuyos sueldos oscilan entre 2.000 y 4.000 euros, son muy experimentados. “Aquí hay muchas compañías, mucho negocio… pero volar en globo es muy seguro, hay miles y miles de vuelos y ahora, desgraciadamente, hemos tenido un accidente, pero el riesgo es casi de cero”.
En este caso, todas las partes apuntan al piloto del vehículo que rajó el globo accidentado como responsable. Boet y González explican que el globo que está más elevado debe ascender para evitar el impacto. La policía está investigando el incidente, que podría concluir que el piloto de esta nave incurre en responsabilidad criminal, según un oficial que pide permanecer en el anonimato.
Ozan Korucku, responsable de Istanbul Balloons, la compañía de este otro globo, rechaza hacer declaraciones, pero envía por correo un comunicado. Su empresa lamenta el accidente, ofrece sus condolencias a los familiares de las víctimas y declina hacer comentarios hasta que finalice la investigación. Por su parte, Anatolian Balloons también ha emitido un comunicado en el que ofrecen sus condolencias y responsabilizan del incidente a la otra compañía. “Es muy seguro, muy seguro, volar en globo no es peligroso”, insiste por teléfono su director general, Mahmut Uluer.
“Estas cosas pasan y no hay que perder el buen humor y el estado de ánimo, no merece la pena”, comenta Ángel Casado, quien asegura que el año que viene querría volver a visitar Capadocia con su mujer. “No puedes dejar que estas cosas te paren, la vida sigue, ha sido una experiencia y queda como tal”.
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