¿Existe el PSOE?
El reciente episodio de la división del voto socialista sobre la “consulta” para la autodeterminación de Cataluña ha sido resuelto a corto plazo de una forma cuando menos sorprendente. Apenas expresado el descontento, seguramente real, de algunas figuras históricas del PSOE, los focos se centran en la actitud de Carme Chacón, por no participar en el voto, como si esta cuestión personal fuera el gran problema. Recordemos el tratamiento del tema en las páginas centrales de un diario: tres cuartos de espacio a la información sobre la discrepancia y como única imagen, gran foto de la exministra.
El tema capital, la fractura del voto entre PSOE y PSC, una vez constatada, se presenta como algo no muy grave, o por lo menos de perfecta solución en el marco de unas “nuevas relaciones” a establecer en un futuro indeterminado; “nuevas relaciones” de contenido tan evanescente como la solución federal con que el partido piensa resolverlo todo. Y para que no se diga que no se hace nada, las multas, como si se tratara de una simple cuestión de tráfico, que, además, recaen en la misma medida sobre los socialistas catalanes indisciplinados y sobre la diputada Carme Chacón. A esta le toca también la declaración de interdicto pronunciada por Pere Navarro sobre su futuro en Cataluña. Balance: aquí no ha pasado nada irremediable y, de paso, se designa un chivo expiatorio, tanto para el sector nacionalista del PSC como para el secretario general del PSOE, que así se quita de medio a un ya disminuido rival.
En este diario, Pere Navarro declara: el único puente de diálogo existente entre Cataluña y el resto de España “es el PSOE y el PSC”. La concordancia incorpora una contradicción, porque si estamos ante dos partidos, se impone “son”, y si es un único partido, habría que decir “el PSOE y en su marco el PSC”, algo que Pere Navarro no está dispuesto a conceder. Conviene traer aquí la experiencia de otra fractura histórica, la del PCE y el PSUC en Cataluña: sin una articulación clara y, hasta hoy, buena o mala, existía entre PSOE y PSC, su ruptura de facto, en una cuestión sustancial, supone el principio del fin, ya que implica una impotencia total del primero —a no ser que se trate solo de eludir responsabilidades— y no evita el descenso a los infiernos del segundo. El resultado es catastrófico para nuestro país, con el partido de la izquierda contribuyendo a desmantelar el orden constitucional, aunque sin duda sirva para que en Ferraz todo siga igual.
Y es que aun manteniendo el apoyo a la consulta de su programa, la jugada de CiU y ERC copiando el texto PSC para sumarle a la resolución pro referéndum tenía fácil respuesta: bastaba exigir a los catalanistas que declarasen que el principio de consulta “en el marco de la legalidad” ahora afirmado, corregía abiertamente su resolución de enero en el Parlamento catalán, algo que no hubieran aceptado. Quedaría explicada de paso la aparente contradicción entre los dos votos del PSC, uno negativo en Barcelona y otro afirmativo en Madrid. No pasaba nada porque fueran presentadas dos resoluciones proconsulta en el Congreso de los Diputados, una con la cláusula de rigurosa legalidad. A no ser que Pere Navarro piense ante todo en sumarse a la riada independentista, acaudillada por Pere Mas y Oriol Junqueras. Dada la gran importancia de la actitud del PSC, apoyarles a fondo para decir que luego rechazará la independencia es simplemente inefable. Y a no ser que estuviéramos ante una maniobra de encubrimiento, según el criterio de que todo pueda hundirse si todo sigue igual.
A las ideas y a los debates políticos, Alfredo Pérez Rubalcaba debe ser alérgico; de otro modo resulta incomprensible no haber discutido a fondo con PSOE y PSC la autodeterminación catalana. Claro que así, desde la pasividad, podía llegar al momento de salvar la cara con un “no”, permitiendo de hecho que el PSC avalase la consulta, sin debate previo alguno, minimizando costes. En esta línea, el aldabonazo antimonárquico de Navarro pudo ser una simple coartada para que no extrañase su ulterior alineamiento con CiU-ERC, aparentando que el PSC piensa siempre por su cuenta. A partir de ahí, opiniones divergentes sobre la “consulta”, y entrada en escena de un coro que intenta conjurar la tragedia de un divorcio PSOE-PSC. Como si un-partido-que-son-dos al afrontar la crisis del Estado fuera efectivamente un partido político, y no un simple aparato de poder preocupado únicamente por la propia supervivencia.
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