“Creí que mi novio estaba muerto. Solo vi sus zapatos”
Reconstrucción de la tragedia del Madrid Arena, donde perecieron aplastadas cuatro jóvenes
Los atrapados en las montañas humanas de la noche de Halloween en el Madrid Arena casi no hablaron entre sí. Unos sobre otros, aprisionados. Filas de hasta seis cuerpos de altura, de los que solo salían lamentos y súplicas de auxilio. Era estéril hablar entre sí. Sus mentes estaban centradas en lograr sacar un brazo o una pierna con la esperanza de que alguien tirase de ese miembro. Esa es la imagen de espanto que describen las víctimas con las que ha contactado El PAÍS. Era noche de Halloween. El reloj pasaba de las tres de la madrugada. Había sensación de puente largo.
María C., estudiante de Económicas, de 18 años, estuvo 30 minutos presa en esa montaña humana. Se le hizo una eternidad. Recuerda que tenía cuerpos encima; y que debajo de ella una chica gritaba sin descanso. “¡Tranquilízate, que ya saldremos, tranquilízate!…”, le pidió María. No recuerda si se tranquilizó. A María y a su novio se los llevó por delante una estampida humana. Estaban en la pista central, agobiados (“no se podía andar de tanta gente como había”). Se encaminaron hacía el túnel. Buscaban salir de allí, ignorantes de que una marabunta se le acercaba por la espalda. “Vimos un tapón dentro del túnel, pero empezaron a empujar y caí sobre los que ya estaban en el suelo, y otros sobre mí”, evoca María C.
¿Qué estaba pasando? Pues que la pista central del pabellón Madrid Arena se estaba anegando de personas. Nunca debió albergar más de 3.900, pero todo se desbordó esa noche. La equívoca conducción hacia la pista central de una riada de jóvenes procedentes de dos largos botellones celebrados en el exterior del recinto (en la Casa de Campo de Madrid) es la causa de la tragedia de Madrid Arena. En la pista, muchos pensaron que había que salir de allí.
Los que intentaron salir de la pista se toparon en el túnel con otra masa humana que pretendía alcanzarla por el mismo lugar. Y que provenía de la calle, de un macrobotellón celebrado en el parking del recinto, público, en coches, con la música a tope, o a la intemperie, durante las tres horas anteriores. Estaba vallado. 10 euros costó aparcar.
La gestión de los 40 minutos de horror fue nefasta, según los investigadores
La inminencia de la actuación del DJ estadounidense Steve Aoki, anunciada para las tres de la madrugada, fue como un imán para los botelloneros de la zona, que deshicieron su singular celebración y entraron al pabellón. Pero, en lugar de acceder al recinto por la puerta principal, que da a la segunda planta de la instalación, los vigilantes del Madrid Arena desviaron a buena parte de ellos por un pasillo que casi directamente los descargó, pasado el túnel, de tres metros de ancho, en la pista central, de la que otros salían, agobiados. Y todo colapsó. Los que entraban, además, iban “superborrachos”, según declaró al juez Miguel Ángel Flores, propietario de Diviertt, la firma organizadora del espectáculo.
Los altavoces ya tronaban con la música del estadounidense. Cuatro chicas tropezaron en el vomitorio y fueron aplastadas por el peso (en torno a 400 kilos) de otras también aprisionadas en uno de los túneles de acceso y salida de la pista central. Convertido esa noche en “una ratonera”, como lo definen fuentes de la Fiscalía del Tribunal Superior de Madrid. Murieron Katia Esteban, Rocío Oña, Cristina Arce y Belén Langdon. Eran estudiantes, tres de ellas amigas entre sí. Y una menor de edad. Una quinta se aferra a la vida en un hospital, pero su cerebro estuvo diez minutos sin oxígeno
Flores, el promotor del multitudinario evento, era un empresario de sólidos agarres en el Ayuntamiento de Madrid. Un privilegiado. El Ayuntamiento firmó con él un contrato que le mantenía durante 2012 y 2013 como exclusivo organizador de eventos lúdico-musicales del Madrid Arena. Y sin competencia.
Ese contrato ya se ha llevado por delante a quienes lo firmaron: a Jorge Rodrigo, el destituido director gerente de la sociedad Espacios y Congresos, gestora del recinto. Una sociedad con personalidad jurídica propia, pero 100% propiedad del Consistorio madrileño que dirige la alcaldesa Ana Botella, esposa del expresidente José María Aznar. También ha embestido, judicialmente, al hermano del dueño de la empresa organizadora del evento, Diviertt, José Maria Flores.
La fiscalía lo ha pedido y es previsible que el juez Eduardo López Palop los impute en la causa por cuatro homicidios imprudentes, sin contar otros de lesiones graves y leves (las víctimas), que ha abierto a raíz de la tragedia de Halloween. Ya van cuatro imputados. Y muy pronto pueden ser once. Solo una cabeza política, aunque parcialmente, pues se ha reservado el acta de concejal, se ha cobrado esta tragedia: la de Pedro Calvo, que dimitió del área de Economía del Ayuntamiento de Madrid, de la que depende el recinto. Y a medio plazo también puede alcanzar al concejal de Seguridad, jefe de la esa noche casi ausente Policía Municipal de Madrid, Antonio de Guindos (hermano del ministro de Economía).
Y es que confluyó todo, y todo muy grave. La ausencia de controles policiales campó a sus anchas la noche de Halloween en el Madrid Arena. Demasiadas dejaciones ante los ojos perdidos del Ayuntamiento madrileño. Nadie controló el botellón (en realidad se celebraron dos esa noche; el más multitudinario en el mismo parking municipal del recinto y otro a escasos minutos de allí) y tampoco nadie supervisó el aforo.
Delante de todos los abogados, una comisión judicial empezó a contar el viernes cuatro de las ocho cajas en que los porteros echaron las entradas de los asistentes. En esas primeras cuatro cajas había más de 9.000 entradas; y se supone una cantidad similar en las restantes, que se examinarán esta semana. No es, pues, aventurado decir que la organización dejó acceder esa noche al recinto a unas 18.000 personas. Nunca debieron entrar más de 10.600. Y ya eran demasiadas…
El pabellón duplicó su aforo al permitir la entrada de unos 18.000 jóvenes
¿Por qué no se prohibió el botellón? ¿Por qué se vendieron muchas más entradas que aforo existente? ¿Dónde estaba la Policía Municipal de Madrid antes, durante y tras los botellones de la zona? 39 vigilantes con placa, los de Seguriber, y unos 70 sin ella, los de Kontrol 34 (muchos de ellos porteros de discotecas y adeptos a la noche del ocio madrileño) tenían la obligación esa noche de velar por la seguridad de los asistentes. Los de Seguriber, los de la placa, eran los contratados por el Ayuntamiento de Madrid. Los que vigilan el recinto haya o no espectáculos. Y los de Kontrol 34, cuya ninguna placa era un mero chaleco reflectante, la vigilancia dentro del recinto. Un directivo de Kontrol 34, Carlos Manzanares, señaló el jueves al juez López Palop que la misión de sus hombres se ceñía a pedir el DNI a los asistentes y a distribuirlos en las filas, y siempre a las órdenes de los de Seguriber.
Los documentos que constan en el sumario demuestran que la gestión del horror fue nefasta. Rafael Pastor, exdiputado del PP entre 2003 y 2007 en la Asamblea de Madrid, es el director de seguridad de Seguriber. Ante la policía, apenas unas horas después de la tragedia de Halloween, medio se autoinculpó. Admitió que la labor de sus agentes era evitar la entrada de objetos peligrosos al espectáculo, cacheando si fuese preciso, e impedir botellones dentro y fuera del recinto.
Decenas de testigos han declarado a la policía que entraron al pabellón sin que nadie les registrase ni pidiese el DNI. Es decir, Seguriber, la contrata de seguridad del Ayuntamiento de Madrid, incumplió sus obligaciones más elementales. Sara F. P., de 17 años, confesó que 18 de los 20 miembros de su pandilla eran menores y que ni siquiera les pidieron el DNI para entrar. Y más aun: el ruido de petardos y bengalas fue profuso esa noche sobre la pista y gradas del Madrid Arena, donde tampoco se echaron en falta botellas de alcohol, según el sumario.
También era cometido de la Policía Municipal controlar los dos botellones de la zona. Manzanares, el directivo de Kontrol 34, señaló al juez que casi no vio policía local allí esa noche. Ni dentro, con un pabellón atestado de jóvenes, ni fuera, donde varios miles de jóvenes hacían un botellón ilegal.
Al día siguiente de la tragedia del Madrid Arena, a María C., le dolía todo el cuerpo. Sobre todo el brazo del que alguien de rostro desfigurado le tiró para arrancarla de aquella mole de cuerpos aplastados. Aaron B, cuatro años mayor que ella, pasó una experiencia similar. 10 minutos de horror. No los 30 de María C., pero “fueron horribles; no podía moverme”. “Mi novía intentó sacarme, pero no podía. Y lloraba... hasta que se rompió una puerta que había en el pasillo y quedó liberado en la descompresión.”
Al quedar liberada, María C. se apresuró a buscar a su novio en el túnel. Se le adelantó cuando trataban de salir ambos del recinto y cayó antes que ella en aquel amasijo de cuerpos. Pero unos vigilantes la apartaron de allí, para que no estorbase. Deambuló por la pista y volvió al rato, al túnel, ya despejado. Su novio no estaba. “Pensé que podía estar muerto, y que se lo habrían llevado”. En el suelo del túnel había zapatos mezclados. Y reconoció entre ellos los de su novio. “Los recogí y, con ellos en la mano, me fui a buscarle por la pista, entre la gente, deambulando. Al rato nos vimos, él iba descalzo, y nos abrazamos fuerte. Sin hablar. Después me dijo que él también pensó que yo podía estar muerta…”. Entre lo poco que se dijeron aquella noche los atrapados, estremecen las palabras que una de las víctimas mortales, Katia Esteban, le dijo a otra chica que se hallaba varios cuerpos más arriba en la mole humana: “Despídeme de mi padre; dile que lo quiero mucho...”.
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