"He tenido que esconderme en el baño porque venía una inspectora de trabajo"
"Miro con mucha envidia a todos mis amigos que nunca se han encontrado con un mal empresario"
Yo fui mileurista una vez en mi vida...o casi, porque ese mileurismo era tan virtual e inestable como mi contrato legal de media jornada cotizada mientras trabajaba el turno completo. La mitad de esos mil euros eran muy "negros", tanto o más que el futuro que me esperaba y en el que ahora mismo vivo.
Al finales de 2008, entré a trabajar a una empresa de marketing y publicidad que se estaba reinventando. Creí que era mi gran oportunidad de empezar un nuevo proyecto como miembro de pleno derecho. La cosa prometía muy bien, pero la megalomanía de su gerente nos llevó a la bancarrota, a pesar de contar con un consultor de empresas que nos trajo grandísimos y poderosos clientes del ámbito público y privado de la Comunidad Foral de Navarra. Hice buenos trabajos cobrados a precio de oro, pero la mayor parte de ese dinero se iba a pagar enormes deudas que la empresa iba arrastrando. Mis contratos eran de media jornada pero la trabajaba entera y con horas extra. También tuve periodos sin contrato en los que he tenido que esconderme en el baño porque venía una inspector.
Los engaños y mentiras vienen desde mucho más atrás, ya con mis primeros trabajos. Soy licenciado en Bellas Artes en Cuenca con un posgrado en diseño gráfico. Empecé a trabajar en restaurantes de comida rápida para pagar el piso de Madrid donde vivía durante los meses de verano, en los que la escuela de diseño donde estudiaba estaba cerrada. A finales de 2003, conseguí mi primer trabajo relacionado con el mundo del diseño gráfico en una pequeña editorial de barrio, que publicaba una revista de los distritos de Madrid. Me contrataron para ayudar en el diseño y maquetación de la revista. Y acabé pateándome las calles de todo Madrid con un carrito de la compra lleno a reventar de revistas —siendo echado a patadas de algunos portales del barrio de Salamanca— y sin la posibilidad de tener, por parte de la empresa, ni siquiera un impermeable para los días de lluvia. Me di cuenta que no era una empresa de fiar cuando comprobé que sus trabajadores, casi todos miembros de una misma familia, usaban apellidos falsos en los créditos de la revista. Me fui voluntariamente por un problema físico en un pie y cansado de la eterna promesa de "la semana que viene, empiezas a trabajar en la oficina con el ordenador".
A las dos semanas conseguí unas prácticas de ocho horas no remuneradas en una agencia de marketing, en la que teníamos que trabajar como si fuéramos miembros de pleno derecho de la empresa, pero sin ver un duro. Algún día me retrasé al volver a la tarde por culpa del metro y me dijeron que mejor que no me fuera a casa a comer, para no llegar tarde. Cuando les dije que si no me pagaban nada yo no me podía permitir comer fuera, me dijeron que entonces no comiera. Nueve meses después, cuando se acabó el contrato legal de seis meses, me echaron alegando que necesitaban alguien más preparado. Contrataron a otro pringado igual de preparado que yo. Unos meses después la empresa, situada en un duplex de la calle Serrano de Madrid, era un caos —con increíbles deudas— y acabó despidiendo a todo el personal. Cansado de trabajar de teleoperador por 500 euros decidí volver a mi región, Castilla-La Mancha.
En Toledo, me hice hueco en una preciosa agencia de publicidad dirigida por un joven y famoso empresario local. Trabajé a prueba y sin cobrar durante tres meses y cuando exigí algo parecido a un contrato, me encontré con que la empresa no tenía ninguna intención de pagarme y esperaban que agachara la cabeza y siguiera trabajando gratis, aprendiendo de una gran empresa. (A finales de 2007 cerró con deudas por casi un millón de euros). A la semana me contrató otro joven emprendedor de la capital manchega, que me despidió al mes y medio por culpa de una gran deuda con una imprenta y que le impedía pagarme: creo que en el fondo me utilizó para que le terminara un trabajo que tenía pendiente y que no le daba tiempo a terminar.
Decepcionado, en 2005 me volví de nuevo a mi ciudad natal, Puertollano, de la que había salido en 1998 para estudiar y formarme. Un empresario local del mundo de las artes gráficas me dio la oportunidad de trabajar en su oficina. Al principio querían que trabajara sin contrato, para poder "contratarme" cuando llevara 6 meses en paro y poder obtener la subvención correspondiente. Al enterarse de que un inspector de trabajo merodeaba por los alrededores corrieron para hacerme contrato a tiempo completo, a cambio de unos maravillosos 750 euros al mes por nueve horas de trabajo. Intentaban que trabajara en una oficina en jornada partida desde las 8 de la mañana (como los funcionarios del ayuntamiento) hasta las 8 de la tarde (para abarcar todo el horario comercial). Intenté, con toda mi buena intención, modernizar una empresa anclada en la prehistoria, poniendo a su alcance todos mis conocimientos y experiencia previa. Los clientes lo notaron y lo agradecieron; pero no así la dueña de la empresa, que no soportaba que los clientes prefirieran hablar conmigo del diseño de sus trabajos en lugar de con ella. Con esta situación y sin visos de mejora estuve dos años, hasta que por circunstancias personales penosas —la muerte de mi madre y mi hermano víctimas del cáncer— me hicieron tomar una decisión dura pero necesaria: volver a buscarme la vida en otro sitio con mejores perspectivas laborales y poner un punto y aparte en mi vida.
Mi destino fue Pamplona, donde me reuní con mi novia, con la cual mantenía una relación en la distancia durante dos años. Aquí fui encadenando diferentes contratos en grandes superficies, perfumerías, comercial a puerta fría, etc. Después conseguí trabajo en la empresa de la que hablaba al principio de este escrito y que me hizo mileurista. Con una gestión pésima de una cartera de clientes que nos podrían haber dado mucho dinero y que fueron engañados vilmente...y trabajadores que hoy se encuentran en la calle despedidos "procedentemente" por ausencia de liquidez, con unas cuantas nóminas sin pagar y con un futuro bastante negro.
Ahora, ¿que hacemos? Pues yo confío en mis proyectos personales que, si no se me dan muy mal, quizá me permitan hacerme autónomo e intentar ir tirando. Miro con mucha envidia a todos mis amigos que nunca se han encontrado con un mal empresario. Gracias a ello todos tienen casa propia y una vida más o menos tranquila. Otros seguiremos esperando nuestra gran oportunidad y la suerte que siempre me ha dado la espalda. Yo no confío en ningún empresario, porque me han tratado muy mal haya donde he ido probando suerte. Con la nueva reforma laboral se convertirán en auténticos monstruos con vía libre para hacer lo que quieran con nosotros. Yo he sido un pelele en tiempo de bonanza económica; ahora lo veo todo muy negro.
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