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El pisotón

El juicio a Baltasar Garzón también recuerda ese medio ambiente forzado, decadente, un estado de penumbra legal y moral

Manuel Rivas

Vean. Tanto denostar la “memoria histórica” y resulta que es fantástica. Teníamos a Manuel Fraga como un genio del transformismo político, un caso prodigioso en la metamorfosis del poder autoritario, y se ha quedado, en la despedida, como un gran arquitecto de la democracia y un bravo, pero moderado, luchador por la libertad. En un estupendo artículo, Rosa Montero resaltaba con humor un mérito del difunto: al menos se había comido a los caníbales. Tal vez cabría añadir que, como buen omnívoro, también se comió a los vegetarianos. Creo que a él mismo le sorprenderían algunas hagiografías, en esta atmósfera nostálgica de No-Do. Podría decir lo que Mark Twain de tanto bombo: “Me molestan los elogios, porque siempre se quedan cortos”. Requiescat in pace. He pensado en este y otros episodios, donde se confunden el día y la noche, a propósito de Agosto (Condado de Osage), en el teatro Valle-Inclán de Madrid, y que pone al público en pie después de cuatro horas de función. El escenario es una casa en la que los propietarios han cegado las ventanas para que no se distinga el día de la noche. Los descendientes acabarán sufriendo ese trastorno lumínico. El juicio a Baltasar Garzón también recuerda ese medio ambiente forzado, decadente, un estado de penumbra legal y moral, donde el juzgado es el justo, el capitán que nunca abandonó un barco. En el caso del juez que encausó a Pinochet y más ha luchado contra el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, no estamos ante un dilema entre dos formas de entender la justicia, o entre un choque entre dos bloques de jueces: conservadores versus progresistas. No. El dilema es entre justicia e injusticia. ¿Por qué se ha llegado hasta aquí? Cuando se confunden el día y la noche, no hay mucho lugar para los porqués. Por ahora, conformémonos con una pista bíblica: el pisotón de Pepe a Messi en el Bernabéu.

Vean. Tanto denostar la “memoria histórica” y resulta que es fantástica. Teníamos a Manuel Fraga como un genio del transformismo político, un caso prodigioso en la metamorfosis del poder autoritario, y se ha quedado, en la despedida, como un gran arquitecto de la democracia y un bravo, pero moderado, luchador por la libertad. En un estupendo artículo, Rosa Montero resaltaba con humor un mérito del difunto: al menos se había comido a los caníbales. Tal vez cabría añadir que, como buen omnívoro, también se comió a los vegetarianos. Creo que a él mismo le sorprenderían algunas hagiografías, en esta atmósfera nostálgica de No-Do. Podría decir lo que Mark Twain de tanto bombo: “Me molestan los elogios, porque siempre se quedan cortos”. Requiescat in pace. He pensado en este y otros episodios, donde se confunden el día y la noche, a propósito de Agosto (Condado de Osage), en el teatro Valle-Inclán de Madrid, y que pone al público en pie después de cuatro horas de función. El escenario es una casa en la que los propietarios han cegado las ventanas para que no se distinga el día de la noche. Los descendientes acabarán sufriendo ese trastorno lumínico. El juicio a Baltasar Garzón también recuerda ese medio ambiente forzado, decadente, un estado de penumbra legal y moral, donde el juzgado es el justo, el capitán que nunca abandonó un barco. En el caso del juez que encausó a Pinochet y más ha luchado contra el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, no estamos ante un dilema entre dos formas de entender la justicia, o entre un choque entre dos bloques de jueces: conservadores versus progresistas. No. El dilema es entre justicia e injusticia. ¿Por qué se ha llegado hasta aquí? Cuando se confunden el día y la noche, no hay mucho lugar para los porqués. Por ahora, conformémonos con una pista bíblica: el pisotón de Pepe a Messi en el Bernabéu.

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