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Tribuna
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Las urgencias del PSOE

La primera urgencia es recomponer la figura y la otra pasa por replantearse el proyecto político

Jesús Quijano González

Soy de los que piensa que el PSOE tiene dos necesidades, complementarias entre sí, y para satisfacer bien ambas necesita a su vez ordenar bien los tiempos. Y pienso también que las urgencias del PSOE lo son en última instancia de la sociedad española, porque sin equilibrio la democracia funciona peor y sin alternativa los controles se relajan. No están los tiempos, además, para soluciones unilaterales por falta de contrincante en la oposición.

La primera urgencia es recomponer la figura, y ésa no admite mucha espera, porque no están los tiempos para interinidades. El Congreso de febrero debiera servir, al menos, para esto. Los acontecimientos económicos avanzan con tal rapidez, las espirales de la crisis vienen siendo tan sorprendentes, que es imprescindible tener a punto la capacidad de respuesta para poder ejercer la oposición con legitimidad, sea acordando, o sea discrepando. Al menos unos siete millones de ciudadanos lo esperan. Para este primer objetivo debiera bastar una elección limpia de una dirección sólida, dispuesta a garantizar un tiempo de tranquilidad y de sosiego interno, sin que en ello le fuera la vida y sin que se jugara su propio futuro en el intento. Obviamente, además de elegir una dirección, el Congreso deberá fijar un marco de ideas y de principios útiles para el momento, suficientes para orientar el otro debate, el que hay que hacer con bastante más tiempo y, creo yo, con algo más de distancia del último evento electoral para que la reflexión no esté contaminada ni de gestos espasmódicos ni de piruetas brillantes que busquen llamar la atención a cortoplazo.

La otra necesidad es mucho más de fondo y requiere otro tiempo, otro procedimiento y otro clima. Porque el PSOE debe recomponer algo más que la figura; seguramente debe replantearse el modelo de funcionamiento, en algunos aspectos y sin partir de cero, y con toda seguridad debe replantearse el proyecto político, no sólo como expresión ideológica actualizada con carácter general, sino también como propuesta concreta para España en Europa y para el contexto en que vamos a vivir en el futuro. Pero esto, aunque tenga una expresión formal y sistematizada, como es costumbre hacer en los Congresos y Conferencias políticas, no será solo, ni tiene por qué serlo, el fruto brillante de una ponencia aprobada en un cónclave de tres díasque estará más ocupado en otras cosas. Más bien creo que será el resultado, acumulado en el tiempo, de un conjunto de propuestas coherentes y de calado, realistas, comprensibles y adecuadas a la evolución de los acontecimientos, acompañadas de una praxis responsable y de unos comportamientos ejemplarizantes. Porque hoy la confianza y la credibilidad exigen eso, una combinación armónica de principios y de conductas, de ideología y de ética. Y esto se amasa poco a poco y día a día, conscientes de que la forma de hacer lapolítica, y de estar en ella, tienen tanta importancia como el discurso que sequiera construir y difundir. Dicho de otro modo, tenemos también la obligación de dignificar la política, y no sólo de formularla.

De manera que este tránsito necesita tiempoy reflexión, seriedad y rigor; no gestos propagandísticos, ni mensajes artificiales, ni tacticismos equívocos. Por poner un ejemplo, a mí no me gusta la pretensión de marcar distancia con un determinado modelo de funcionamiento por parte de quienes lo han aplicado o compartido, o de quienes han sido más beneficiarios que perjudicados por él; ni creo que la autoinculpación de lealtad mal entendida se deba alegar como eximente, y ni siquiera como atenuante, para encubrir ahora el desacuerdo no expresado en tiempo y forma.

Con frecuencia, y con razón, reclamamos la conveniencia de que la política recupere autonomía; y lo ejemplificamos bien:la legitimidad de la política está relacionada en buena medida con la comparecencia electoral y con la representatividad. Tener un periódico, un banco, o un púlpito, confiere poder; pero la legitimidad política, en el sentido más estricto y clásico del término, no deriva de ahí. Deberíamos, pues,ejercer la autonomía también en nuestros procesos internos, y no facilitar los intentos de condicionarlos desde otros ámbitos interesados, con independenciade las concesiones que estén dispuestos a hacer en su grado de cercanía o dehostilidad.

Dicho esto, sintetizo el temario que va a ser objeto preferente de nuestros debates, sin ninguna pretensión de profundidad. Tan sólo para aportar algunos matices, y algunas prevenciones.

Sin duda que vamos a debatir el modelo departido; lo hemos hecho siempre y a todos los niveles tras los reveses electorales y ahora necesitamos hacerlo. Lo hicimos en los 90 cuando creíamos que la “renovación interna” era la clave de todo lo demás. Y algo deberíamos aprender de la experiencia para no partir de cero, como si fuera la primera vez que pretendemos cambiar los estándares organizativos de un partido que todavía fuera clandestino y centralizado. Porque a veces parece que la historia comienza con nosotros. Tenemos que acomodar las estructuras, que proceden del siglo XIX, a la realidad del siglo XXI, con un nuevo significado de la militancia, de la participación, de la forma de funcionar y de decidir. Pero tenemos que hacerlo mejorando lo que hay, que no es tan inservible como amenudo nos parece. Como muchos otros, yo conocí un partido en el que en los congresos sólo votaba el cabeza de delegación, y lo hacía a mano alzada y por todos los delegados. El partido de hoy, en cuanto a reglas, supera de largo lamedia de calidad democrática de cualquier otro y está más que homologado con la mayoría de los homólogos europeos. Aún así tenemos que cambiar muchas cosas (en las normas, desde luego, y quizá más en los comportamientos) y añadir otras, para que “entre” más sociedad en el partido, aunque sea con distinto grado de compromiso, pero sobre todo para que el partido “salga” más a la sociedad, con transparencia, con nuevas tecnologías de comunicación, y también con las antiguas, que siempre fueron la presencia, la cercanía, la implicación y el ejemplo. Sin engañarnos: está más en cuestión hoy la identidad y el papel externo del partido que su estructura interna; la gente se pregunta más quiénes somos, para qué servimos, qué ideas tenemos, qué intereses representamos, que cómo nos organizamos o cómo funcionamos. En este aspecto, yo no estoy por la refundación; más bien estoy por la refundición, que es volver a fundir la esencia histórica del socialismodemocrático español para mezclarla con las necesidades de una sociedad que ha cambiado mucho más que nosotros.

Discutamos, pues, mucho el modelo departido, pero discutamos más y con más tiempo el proyecto que queremos encarnar. Y en esto no van a caber ni frivolidades, ni simplificaciones triviales. La gente ha aprendido mucho estos años de crisis: sabe que la mera invocación de los modelos conocidos (el socialdemócrata o el liberal) no garantiza por sí misma sostenibilidad o crecimiento; sabe que los grandes servicios públicos y las políticas de cohesión cuestan, y se pagan o con impuestos por anticipado o con tarifas cuando se utilizan; sabe que el déficit galopante cautiva muchos recursos y no ayuda a crear empleo; y sabe, o va a saber pronto, que si los ajustes no se combinan en lo posible con algunos estímulos a la economía, lo que nos espera es recesión y más paro. Tenemos que estar preparados para disponer cuanto antes de una alternativa en esa dirección, que coordine bien esos dos conceptos (ajuste con equidad en gastos y en ingresos, estímulo con rigor en inversión, consumo y actividad); pero sólo será alternativa si es responsable, seria, viable, solvente y técnicamente avalada, además de coherente en lo ideológico. Y tiene que servir también para proporcionar cohesión social y, además, cohesión territorial, que ésta última la hemos dejado un tanto maltrecha a base de tirones autonomistas en unos sitios y de emulaciones artificiales en otros. Durante mucho tiempo, por suerte, no van a valer las alternativas que no tengan esos ingredientes. Porque ni serán consistentes, ni serán creíbles.

Termino ya, y concluyo. Yo no voy a ser delegado en el Congreso de Sevilla. Si lo fuera, apoyaría la opción deRubalcaba. Sin desdoro de cualquier otra opción, creo que conoce el oficio, sintetiza bien lo que somos, nuestro pasado y nuestro presente, y tiene capacidad, experiencia y solidez acreditadas; le veo solvente, da seguridad y fiabilidad, sabe pensar, entender y explicar, y de todo esto hace buena falta en el próximo futuro, en esta etapa de tránsito, o de transición, que he tratado de describir, y que para nada admite la tacha del inmovilismo. Más allá de esta etapa, ya veremos. Ahora necesitamos alguien que sepa hacer bien la tarea encomendada, que es la de hacer oposición, y que aporte tranquilidad y perspectiva para el periodo de reflexión. Si, además, no se juega en el intento una carrera política que ya tiene recorrida, mejor aún; menos riesgos a evitar. Porque en este tortuoso camino hemos aprendido otra cosa: que no es la renovación generacional lo que precisamos, sino la del proyecto político y la de la forma de elaborarlo y transmitirlo.

Jesús Quijano González es catedrático de Derecho Mercantil y exdiputado por Valladolid

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