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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Azaña vuelve al Congreso

El político alcalaíno logró salvar la frágil unidad del Gobierno republicano-socialista

Miguel Ángel Villena
José Bono junto al busto del último presidente de la II República Manuel Azaña.
José Bono junto al busto del último presidente de la II República Manuel Azaña. Paco Campos (EFE)

Las multitudes que asistieron a los mítines de Azaña nunca olvidaron la figura de aquel político regordete y poco agraciado físicamente, calvo y con sus lentes de miope, enfundado en chaquetas y chalecos estrechos, de voz clara y profunda para expresar un castellano preciosista, de formas suaves pero de una firmeza de principios a prueba de adversidades. Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880-Montauban, 1940), que fue jefe de Gobierno (1931-1933) y más tarde presidente de la República (1936-1939), encandilaba a sus auditorios por su capacidad de hablar durante horas sin un solo papel delante. Riguroso y didáctico al mismo tiempo, partidario de la regeneración del pueblo español a través de la cultura, Azaña dominaba la oratoria de tal modo que hasta sus más furibundos enemigos reconocieron en aquel político al parlamentario más brillante que había alumbrado la República. En una época en la que no imperaba la disciplina férrea en los grupos parlamentarios, como hoy en día, el líder de Izquierda Republicana era incluso capaz de cambiar el sentido del voto de algunos de sus oponentes a partir de la contundencia de sus argumentos.

La dictadura del general Franco tuvo un especial empeño en borrar su figura de la memoria de los españoles

A propósito de uno de los discursos más famosos del periodo republicano, en el que Azaña defendió la Ley de Congregaciones Religiosas y en el que proclamó aquella frase de “España ha dejado de ser católica” (en el sentido legal se entiende), el político alcalaíno logró salvar la frágil unidad del Gobierno republicano-socialista con su intervención en las Cortes. Al recordar aquel discurso don Manuel dejó escritas estas impresiones en su diario: “Cuando me puse en pie, la tensión subió; todos los escaños se poblaron, al pie de la tribuna presidencial se arremolinaron muchos diputados. Como siempre que rompo a hablar, yo estaba absolutamente sereno y tranquilo; hubiera podido entretenerme en contar chistes”. Esa facilidad de palabra y de convicción con ideas y propuestas fueron, entre otras cosas, las que convirtieron a Azaña en el símbolo de la Segunda República, tanto para sus contemporáneos como para las siguientes generaciones. Resulta muy difícil imaginar hoy que los discursos de Azaña se retransmitían en directo por Unión Radio y que millones de españoles seguían embelesados sus alocuciones hasta el punto de que las casas comerciales vendían más aparatos de radio en vísperas de una intervención importante del político republicano.

Muerto en el exilio francés de una enfermedad cardiaca (“se me romperá el corazón y nunca sabrá nadie cuánto sufrí por la libertad de España”, había escrito Azaña durante la guerra), la dictadura del general Franco tuvo un especial empeño en borrar su figura de la memoria de los españoles. Quizá fue Azaña el personaje republicano más odiado por el franquismo, ya que fue el político que más se atrevió a eliminar los privilegios del Ejército y de la Iglesia. Su recuerdo tuvo que ser transmitido en la clandestinidad o en el ámbito privado por millones de anónimos ciudadanos que habían apoyado al presidente republicano. La llegada de la democracia permitió la rehabilitación pública de la inmensa talla de un Azaña que fue a la vez político, intelectual y autor de una extensa obra literaria que abarca todos los géneros, incluidos sus diarios y la novela La velada en Benicarló, una de las reflexiones más lúcidas sobre la guerra.

En los últimos años se han reeditado sus obras, han aparecido biografías y se han filmado algunos documentales imprescindibles sobre su trayectoria. Ahora bien, quedaba una asignatura pendiente fundamental, que el pasado 28 de noviembre fue saldada en el Congreso de los Diputados en uno de los últimos actos de la legislatura que termina. El presidente del Congreso, José Bono, representó en el acto al conjunto de la Cámara que, por unanimidad, decidió recientemente que un busto de Manuel Azaña compartiera con la reina Isabel II el salón más noble del palacio de la carrera de San Jerónimo. Obra del escultor Evaristo Bellotti y donada por Izquierda Republicana, la estatua se alza como un magnífico símbolo de reconciliación en la casa de todos. En vísperas del aniversario de la Constitución y durante las jornadas de puertas abiertas que organiza todos los años el Parlamento, Manuel Azaña ha vuelto al Congreso. El que fuera jefe de un Estado democrático, derrocado por un golpe militar, regresa con todos los honores y en medio de las multitudes que visitarán estos días el edificio parlamentario. Son los hijos y los nietos de aquellos que acudían a sus discursos en campo abierto o escuchaban en la radio sus alocuciones.

Miguel Ángel Villena es redactor de EL PAÍS y autor de la biografía Ciudadano Azaña. Biografía del símbolo de la II República.

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