Aguirre se atrinchera en Madrid y los marianistas ven su sucesión en marcha
El nombramiento de González, enfrentado a Rajoy, prueba que ella quiere resistir
En la calle Génova están ya acostumbrados a la guadaña implacable de Esperanza Aguirre con sus colaboradores. Pero incluso así, la destitución sin miramientos del que fuera uno de sus hombres más fieles, Francisco Granados, sorprendió ayer a todos. La explicación inmediata de los fieles de Mariano Rajoy consultados era muy clara: ella ha visto que su poder está en cuestión ahora que el marianismo, al que se enfrentó, va a tener en sus manos el control de todo el partido y el poder institucional, y ha decidido atrincherarse en Madrid. Esta era la interpretación más extendida de la destitución de Granados y sobre todo del nombramiento como secretario general de Ignacio González.
El vicepresidente y mano derecha de Aguirre está abiertamente enfrentado a Rajoy hace años, sobre todo desde que cuestionó su liderazgo en un durísimo Comité Ejecutivo después de la derrota de 2008. González, como las otras tres personas que fueron críticas con Rajoy ese día —Juan Costa, Gabriel Elorriaga y Carlos Aragonés— fueron apartados de la dirección inmediatamente. Pero el enfrentamiento con González siguió. En octubre de 2009, en una tensa reunión en su despacho con Aguirre, Rajoy le vetó para presidir Caja Madrid e impuso a Rodrigo Rato. El hecho de que la presidenta le coloque ahora, en plena ola de poder marianista, al frente del PP de Madrid, un partido clave, es todo un desafío al líder.
La batalla por el poder entre Rajoy y Aguirre, a veces sorda, a veces descarnada, con aparentes reconciliaciones y permanente recelo de fondo, ha dominado el PP en los últimos cuatro años. Ella siempre fue más rápida, muchas veces le ganó la carrera, incluso consiguió en 2008 vetar a Alberto Ruiz-Gallardón como diputado. Pero él esperó y esperó, y ahora tiene todo el poder. Ganó por agotamiento, como le gusta.
Madrid es la única organización del PP que escapa al control de Génova
Los marianistas utilizaban ayer todo tipo de epítetos para definir el estilo de Aguirre a la hora de cortar la cabeza de Granados, que fue uno de sus hombres más fieles. Pero sobre todo ofrecían explicaciones políticas de fondo. Para ellos, Aguirre está ya empezando a pensar en su sucesión —esta es su tercera legislatura— y quiere evitar que Rajoy pueda intentar controlarla.
El líder ha convocado un congreso nacional en febrero, que será el de su aclamación definitiva con todo el poder, y después congresos regionales, en los que irá consolidando un proceso lento en el que ha logrado hacerse con el control de todas las federaciones.
Todas menos una. Madrid se ha convertido en una especie de aldea gala en la que el marianismo no ha logrado entrar. Y este último movimiento, al colocar a González al mando del partido a pocos meses de ese congreso regional, es interpretado como un paso para la sucesión. No solo González está en primera fila para eso, también la consejera de Educación, Lucía Figar, está en todas las apuestas, pero este movimiento parece un claro gesto para controlar el proceso e impedir que Granados u otros, y sobre todo Rajoy, pudieran intentar cualquier maniobra alternativa.
Cada vez que algún dirigente importante del aguirrismo se ha acercado a Rajoy, ha sido fulminado. También Granados intentó hacer de puente, y finalmente fue decapitado. Ella exige lealtad total y eso incluye no jugar a dos bandos. Aunque lo que en Madrid conduce a la caída segura es enfrentarse con González, como hizo Granados. El caso más evidente es el de Alfredo Prada, que fue vicepresidente y hombre de confianza de Aguirre. Se acercó a Rajoy, chocó con González, y fue destituido sin miramientos. El líder lo rescató y ahora es un hombre de su equipo —podría ocupar algún puesto relevante—, al que ha colocado de cabeza de lista en León. Antes hubo otros que se acercaron a Rajoy y acabaron fulminados, como Manuel Lamela, el del polémico caso Leganés, o el último en caer, Juan José Güemes, un ratista que también se acercó a Rajoy y podría tener un papel en el nuevo Ejecutivo.
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