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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo absoluto

Durante un tiempo, lo que dure la campaña, solo veremos el rostro amable del doctor Jekyll

Manuel Rivas

Todo lo que se acerca a lo absoluto, y más en política, resulta perturbador. Aquí, en España, llevamos ese rumbo, la previsible victoria de lo absoluto, con el inquietante aliciente de que todavía no sabemos quién manda en lo absoluto, si el doctor Jekyll o mister Hyde. Pero se ha creado una sensibilidad climática para aceptar como inevitable e incluso deseable ese absoluto. Durante un tiempo, lo que dure la campaña, solo veremos el rostro amable del doctor Jekyll, con alguna esporádica aparición entre la noche y la niebla de un enojado mister Hyde, saliendo de la guarida de la FAES. En la antesala absolutista, llama la atención que desde España se mire por encima del hombro a Argentina, como una extravagancia, después de la goleada electoral de Cristina Fernández. Puestos a ironizar, creo que tiene su mérito arrasar en unas elecciones apoyándose en una corriente programática de tan enrevesada pronunciación: el kirchnerismo. Es sencillo definirse de derechas o izquierdas, pero hay una alta exigencia fonética en proclamarse kirchnerista. En la metamorfosis peronista, lo que representa Cristina, y el kirchnerismo, es un programa socialdemócrata con código populista. Con sus filias y fobias, pero también con la virtud de no dejarse mangonear por las oligarquías. Lo determinante en la elección ha sido la política social: mejora en las pensiones, asignación universal por hijo, promoción de trabajo cooperativo, la inversión en servicios públicos. El primer efecto, la reducción de la pobreza. Los electores valoraron también, y mucho, el coraje en materia de derechos humanos. Los más notorios verdugos de la dictadura han sido al fin juzgados. La verdad es que Argentina, hace tan solo una década, era un país desahuciado. Para salir de nuestra crisis tal vez habría que empezar por una humilde revolución óptica. Hacia fuera y hacia dentro. No vaya a ser que descubramos, de repente, ¡vaya por Dios!, que Jekyll y Hyde eran la misma persona.

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