Luces y sombras del fin del IRA
En Irlanda del Norte la reconciliación está aún lejos y los disidentes son aún una amenaza
El largo camino para acabar con el terrorismo del IRA en Irlanda del Norte ha estado lleno de momentos históricos como el Acuerdo Anglo-Irlandés firmado en 1985 por los primeros ministros de Reino Unido e Irlanda, Margaret Thatcher y Garret Fitz Gerald; las conversaciones secretas de 1988 entre el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, y el del SDLP, John Hume, consideradas el primer paso para llevar al IRA hacia la vía política; o la declaración de Downing Street firmada en 1993 por John Majory Albert Reynolds, que daría paso al alto el fuego del IRA en 1994 y a las negociaciones que el 10 de abril de 1998 alumbrarían los Acuerdos de Viernes Santo.
Aquellos acuerdos fueron la piedra angular del proceso de paz, pero dejaron varios flancos abiertos que vale la pena tener en cuenta. Significaron el compromiso político de los republicanos irlandeses de buscar por la vía pacífica sus objetivos políticos (en este caso, la unidad de Irlanda). A cambio de dejar las armas, el Sinn Féin/IRA logró su plena integración en la vida política y la liberación en un plazo máximo de dos años de todos los prisioneros que aceptaran esa renuncia a la violencia, además de todos los mecanismos constitucionales puestos en marcha (Ejecutivo y Asamblea de Irlanda del Norte, mecanismos de cooperación Norte/Sur y entre Irlanda y Reino Unido, reforma de la policía y la Justicia, etcétera).
El problema que durante años lastró el proceso de paz y acabó minando la confianza de los unionistas en él fue que aunque la liberación de los presos quedó garantizada en un plazo de dos años, los acuerdos de Belfast fueron más laxos a la hora de precisar las condiciones para garantizar la destrucción o inutilización de los arsenales del IRA y el propio desmantelamiento de la banda armada, que se ha acabado produciendo en la práctica pero no formalmente.
Acuerdos de Viernes Santo
Los Acuerdos de Viernes Santo obligaban a todas las partes a “usar toda la influencia que puedan ejercer para conseguir el decomiso de todas las armas paramilitares en dos años a partir del respaldo de los acuerdos en referéndum en el Norte y en el Sur y en el contexto de la implementación del acuerdo en su conjunto”.
Una manera de establecer el objetivo político de conseguir el desarme en dos años, pero sin fijar mecanismos concretos para conseguirlo. El primer ministro británico de la época, Tony Blair, creyó entonces y durante mucho tiempo que eso era lo máximo que Gerry Adams podía conseguir del IRA y aceptó sus argumentos de que obligar al IRA a entregar las armas habría dado alas a los disidentes que se oponían al proceso de paz o, peor aún, al regreso del IRA a las armas.
Sea eso verdad o mera táctica política, los republicamos aprovecharon esa zona gris de los acuerdos para retrasar el desarme todo lo posible, con lo que en apenas dos años los protestantes empezaron a perder su fe en el proceso. La consecuencia de eso es que el Gobierno autonómico tardó más de lo previsto en ponerse en marcha y luego fue suspendido varias veces, incluso durante años.
Aunque los últimos presos abandonaron la cárcel de Maze en julio de 2000, el IRA no procedió a la primera destrucción de armas hasta octubre de 2001, no pidió disculpas por la muerte de civiles hasta julio de 2002 y no ordenó “formalmente el fin de la campaña”, dejando las armas y comprometiéndose “a luchar por medios exclusivamente pacíficos” hasta julio de 2005. Dos meses después, los inspectores internacionales confirmaron que todos los arsenales del IRA se habían inutilizado.
Aunque en mayo de 2007 el reverendo unionista Ian Paisley formó gobierno con el número dos del Sinn Féin, Martin McGuinness, y el 31 de julio de ese año el ejército británico dio por finalizada la Operación Banner que había iniciado 40 años antes, la reconciliación está aún lejos y los disidentes son aún una amenaza.
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