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La reforma constitucional quiebra el histórico consenso de 1978

La reforma constitucional del PSOE y PP sale adelante con una imagen de desunión Socialistas y populares no logran forzar in extremis siquiera la abstención de CiU

Carlos E. Cué

El Congreso avaló ayer una reforma histórica de la Constitución sin el consenso con el que se aprobó esta norma fundamental en 1978. Los dos artífices del cambio para imponer la estabilidad presupuestaria en la Constitución, PP y PSOE, fracasaron al buscar el consenso de las grandes ocasiones.

Un “no puedo” pronunciado por Josep Antoni Duran, el portavoz de CiU, acabó de rematar media hora frenética en la que todo se movió para intentar atraer al grupo nacionalista que ha sido el fiel de la balanza de la política española muchas veces y podría volver a serlo si no hay mayorías absolutas tras las elecciones del 20 de noviembre. Se intentó todo, y fue en vano. CiU no quiso ni votar.

Tal vez lo más interesante de la política, las negociaciones hasta el último minuto, suceden casi siempre de forma discreta, a puerta cerrada para la prensa. Por eso ayer, los periodistas que estaban en la tribuna de prensa del Congreso asistían atónitos a una escena en el hemiciclo muy difícil de contemplar casi en toda su dimensión, como si fuera un teatro. Faltaban los diálogos, aunque muchos se intuían. Todo sucedió a la vista de todos, y grabado por las cámaras de televisión, porque en vez de suspender la sesión para negociar, como es habitual, el presidente José Bono concedió un receso de cinco minutos que luego fueron muchos más. Hasta 30. Así todos se quedaron en el hemiciclo y la negociación se pudo ver en directo con imágenes inéditas.

Corrillo de socialistas y populares junto al presidente del Gobierno, ayer, durante el pleno.
Corrillo de socialistas y populares junto al presidente del Gobierno, ayer, durante el pleno.ULY MARTÍN

La primera reforma de la Constitución de calado en sus 33 años de historia vivió momentos de enorme tensión con los principales actores de la política española en juego. El objetivo era importante. Ni el PP, que quiere cortejar a CiU por si la necesita para gobernar, ni el PSOE, que quiere evitar a toda costa la imagen de un pacto en soledad con el PP —con el acompañamiento de UPN— dejaron de intentar durante toda la semana que los nacionalistas aceptaran al menos abstenerse en la votación. La ruptura con una formación que, como CiU, estuvo en el pacto constitucional, y gobierna en Cataluña, era algo que nadie deseaba.

El PP, por su futuro, y el PSOE, por su presente, querían intentar salvar la pésima imagen que se temían y que finalmente quedó plasmada en las fotografías y las televisiones: una reforma constitucional apoyada por menos diputados que los que votaron en 1978 el texto original —316 frente a 325, informa Efe—. Tres diputados socialistas se ausentaron y uno quiso votar en contra. 34 quedaron así fuera del pacto, uno menos de las firmas necesarias para que se convocara un referéndum, aunque no todos, ni mucho menos, están dispuestos a firmar.

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Pero sobre todo se produjo una imagen de distancia total de las formaciones de la izquierda —especialmente significativa la de IU, que también estuvo en el pacto constitucional cuando era solo PCE— y de los nacionalistas de CiU y PNV. Estos dos últimos se quedaron y no votaron. Duran, que siempre cuida los gestos, quiso hacer uno muy claro: mientras los demás diputados apretaban el botón él leía tranquilamente el libro Narració d’una asfixia premeditada, de Ramón Trias Farga, que trata sobre los problemas financieros de la Generalitat.

Pero el gesto aún más llamativo, después de discursos durísimos en los que acusaron al PP y al PSOE de haber secuestrado la Constitución que era de todos, fue el de los grupos pequeños, ERC, BNG, NaBai, ICV, que decidieron abandonar el pleno antes de la votación.

Y eso que, por la mañana, todo parecía indicar que al menos CiU se abstendría. La noche anterior, socialistas y populares, dirigidos por José Antonio Alonso y Soraya Sáenz de Santamaría, habían preparado una enmienda transaccional para satisfacer a CiU y permitirle que se abstuviera. En ella se permitía que, en caso de catástrofe, los parlamentos autonómicos puedan pedir al Congreso endeudarse más. Pero es este último quien decide, y no los primeros como pedía CiU. El propio Alfredo Pérez Rubalcaba habló con Duran y creyó que la abstención estaba cerca aunque CiU nunca llegó a comprometerse del todo.

PP y PSOE señalan que Duran habló finalmente con Artur Mas y decidió no votar el texto pasara lo que pasara. Ni abstención ni nada. Muchos lo atribuyen a un momento de campaña electoral y al intento de CiU por rematar al PSC, que tiene así más dificultades para explicar en Cataluña la reforma. Las caras de algunos diputados socialistas catalanes a la hora de votar algo criticado en su propia Ejecutiva, incluida por la ministra Carme Chacón, que ha mostrado sus dudas, reflejaban esa preocupación.

CiU buscó entonces cuadrar el círculo. No votaría el texto, pero sí estaba dispuesta a apoyar la enmienda transaccional pactada con PSOE y PP. Ahí llegó el receso de esos supuestos cinco minutos. Y las dudas en el PSOE y el PP.

Cristóbal Montoro, después de hablar con Rajoy, insistía ante Rubalcaba y Zapatero en que no tenía sentido mantener unas transaccionales pensadas para incluir a CiU en el consenso si los catalanes se negaban en redondo ni siquiera a abstenerse. En medio de un enorme revuelo, al que tanto los diputados de base, los ministros y los periodistas asistían estupefactos, comenzó una larga negociación pública primero entre socialistas y populares para tomar una decisión. Todos se consultaban, alrededor del escaño de Zapatero, que observaba mientras Rubalcaba hacía todo tipo de aspavientos con Montoro. Rajoy permanecía en su escaño completamente ajeno a todas las negociaciones, aunque los suyos le informaban de vez en cuando.

Los socialistas insistían en que las enmiendas no suponían modificar lo sustancial, y que valía la pena votarlas para que al menos con ese mínimo gesto CiU se comprometiera. La escena era cada vez más parecida a un ritual de atracción, y Sánchez Llibre recorría los escaños mientras Duran permanecía impasible en el suyo. Al final, PSOE y PP se pusieron de acuerdo después de que Elena Salgado llamara a Rajoy a capítulo para que aceptara presentar esas enmiendas. Y entonces sí llegó la escena más espectacular de todas. Duran no tenía intenciones de moverse de su escaño. Así que fueron los grupos mayoritarios —Alonso y Sáenz de Santamaría— los que acudieron a la casa del pequeño, Duran, para intentar rematar las transaccionales. Lograron pactar dos. Todos los diputados minoritarios salieron para mostrar su enfado salvo Llamazares, que se guardaba un último as en la manga: vetó las transaccionales porque le parecían una “tomadura de pelo” con lo que no se pudieron votar. Y al final, una imagen aún más extraña. Los diputados del PSOE, cuyo presidente había propuesto la reforma, no aplaudieron. Los del PP, con Rajoy a la cabeza, sí lo hicieron con entusiasmo. Todo un paradigma.

[El presidente francés, Nicolás Sarkozy, como había hecho la cánciller alemana Angela Merkel un día antes, ensalzó la iniciativa española poniéndola como ejemplo de buen hacer. “A mí también me gustaría que en Francia los políticos quisieran más a su país que a sus partidos, quisieran más el interés general que su situación personal. Cuando los socialistas españoles y la derecha española se han puesto de acuerdo es porque quieren más a su país que a sus partidos”, señaló Sarkozy].

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