La gran esperanza blanca
Rubalcaba debe hacer una descripción realista de cómo hemos llegado a esta situación y qué podemos hacer para superarla. Sin demagogia ni falsas promesas, con pedagogía, mesura y autocrítica
Las encuestas hechas públicas a lo largo del último fin de semana no muestran ningún signo de cambio en la intención de voto de los españoles. Ni siquiera después de la designación de Rubalcaba como candidato a las próximas elecciones generales. Parece como si, se haga lo que se haga, pase lo que pase, ya no hubiera forma de reanimar a ese paciente terminal llamado PSOE. Sus constantes permanecen inalteradas, no se vislumbra ningún signo de recuperación. Nada ni nadie, ni siquiera un enorme error de estrategia por parte de la oposición a lo largo de los próximos meses se vislumbra con capacidad para revertir el diagnóstico. Es como si hubiera entrado en una fase de no retorno y solo cupiera esperar al desenlace final; como si la sentencia de su desalojo del poder del Estado ya se hubiera dictado y no fuera más que una mera cuestión de tiempo, el que pueda quedar hasta la próxima convocatoria de elecciones generales. Si esto es así, esperar a su plazo natural en marzo no significaría más que alargar la agonía.
Sin embargo, los más voluntaristas siguen pensando que aún queda un resquicio para la esperanza. Si no en la victoria, sí al menos en evitar la mayoría absoluta del PP. Hasta hace bien poco esta esperanza se sustentaba sobre uno de los presupuestos clásicos de la izquierda, el presunto temor que en este país se tiene a la derecha y la falta de entusiasmo que suscita la alternativa de Rajoy. Una vez más, las últimas encuestas lo han refutado. Como se comprueba por la de Metroscopia del pasado domingo en este periódico, una mayoría de españoles ve a Rajoy mejor preparado que a cualquier otro rival para hacer frente a la crisis económica. Y, sobre todo, el líder del PP cuenta con una fidelidad del 90% entre los suyos y los socialistas solo pueden contar con el 56% de fidelidad entre sus antiguos votantes. Es un dato demoledor.
Hace falta una política realista regenerada por el trabajo bien hecho
La otra esperanza se llama Alfredo Pérez Rubalcaba. Para cualquier observador externo esto no deja de ser extraordinario, ya que el candidato, aun viniendo de mucho más atrás, ha estado desde el principio pegado al proyecto zapaterista. Como vicepresidente primero no puede forjarse, además, un perfil propio que lo distinga de un grupo que parece estar ya más que amortizado. Es posible que sea el más listo de la clase, pero sigue perteneciendo a ella. No puede presentarse así como la “diferencia que hace la diferencia”, el elemento díscolo dentro de una misma estructura. Con toda seguridad, y esto se ve por su nota en las encuestas, es también el menos quemado del grupo gubernamental y el más temido por la oposición, quizá su mejor credencial en estos momentos.
La gran cuestión que se abre es si su indudable estatura política puede disipar en tiempo récord ese estado de ánimo al que ya hemos aludido y que parece haberse asentado en nuestro país; a saber, la necesidad de jubilar al actual liderazgo en el poder y pasar a otra cosa; que quienes están en el poder se vayan y entren otros, y luego ya veremos si volvemos o no a “los nuestros”. Revertir esta marea se ha convertido en una tarea titánica. Sobre todo porque el partido no ha hecho ningún gesto serio de autocrítica y ha encontrado en la combustión política de Zapatero la excusa perfecta para que todo siga igual.
Bajo estas condiciones de pérdida de confianza en todo un proyecto ¿qué puede hacer Rubalcaba para recuperar a los hijos pródigos de la tribu socialista? La posibilidad de que quepa ganar algo desprestigiando a la oposición parece excluida. También, dados los tiempos que corren de impotencia de la política, debe abandonarse toda esperanza en reilusionar a una izquierda crecientemente escéptica respecto a nuevas propuestas. Solo le queda erigirse en portavoz de algo que hemos echado en falta en estos últimos años y que él controla como ninguno, una descripción realista de cómo hemos llegado a esta situación y qué podemos hacer para superarla. Sin demagogia ni falsas promesas, con pedagogía, mesura y autocrítica. Queremos que nos hablen claro y nos justifiquen cuál es la mejor terapia para salir de donde estamos; ahora sobran proclamas ideológicas y críticas destempladas. El objetivo es evitar el mal mayor, la crisis, y poder volver a confiar en la política. En una política modesta y realista con capacidad para regenerarse ante los ojos de los ciudadanos mediante el trabajo bien hecho. Puede que sea demasiado tarde, pero no hay otra opción.
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