"La calle es gratis"
Hay carteles-nostalgia que huelen a París y arena de playa bajo los adoquines: “Sed realistas, exigid lo imposible”
“La calle es gratis”, proclama un cartel pegado en los cristales tintados de la nueva estación de la Puerta del Sol. Ese monstruo oscuro, imitador fallido de la pirámide del museo del Louvre, se va cubriendo de escritos, ocultándose, cobrando una vida invisible, mejor, como la de la estatua de Pasquino en Roma. Cada persona elige el texto de su indignación, la escribe y pega el pasquín donde puede. Dos voluntarias, jóvenes y en forma, son las encargadas de escalar hasta el cogote del adefesio y buscar huecos entre un mar de palabras escritas.
Hay carteles-nostalgia que huelen a París y arena de playa bajo los adoquines: “Sed realistas, exigid lo imposible”; “como sabían que era imposible… Lo hicieron”.
Un cartel grande recorre parte el lomo norte de la cristalera: “Si no nos dejáis soñar no os dejaremos dormir”. En los edificios de enfrente nadie duerme. Muchos están vacíos, sin oficinistas. En el tejado del hotel Europa, un equipo de televisión filma. Suenan las campanadas, pero no hay uvas en verano. Un helicóptero ronda amenazante al entrar la noche.
Unos saltan divertidos, “un bote, dos botes, banquero el que no bote”. Las personas dan vueltas o brincan alrededor del adefesio de cristal y leen frases: “Los derechos humanos no se consiguieron pidiéndolos por favor, lucha”.
En la Puerta del Sol los organizadores tratan de mantener la moral y advierten de los movimientos de la policía. La que se ve, no se mueve. Mira, espera órdenes. No parece que la revuelta del 15M tenga unos líderes visibles. En frente, en el edificio de la Comunidad, las ventanas y los oídos están cerrados. No lejos, en la plaza de la Paja, Tomás Gómez, mitineó a media tarde ante un puñado de fieles.
Los carteles recogen hartura: “Todo es mentiraza, abre los ojos”; “quiero una alternativa real”; “lo queremos todo y lo queremos ahora”; “yo creo en (casi) todo”. Los hay esperanzados: “El poder nos teme porque la revuelta enamora” y felices de sentirse parte de algo: “Por fin un movimiento en el que me veo representado”.
Los hay ocurrentes: “Si nos gobiernan los mercados, ¿para qué sirve mi voto?”. Los hay que gritan: “Quiero ser libre”. Y filosóficos: “Utopía es reformismo”; también los hay exigentes: “No a una democracia sin principios”. Y divertidos: “Fíate de un banco y dormirás en él”; “si el punk ha muerto que viva la rumba”.
Una viñeta ampliada de El Roto preside un cartel. Al lado, un frase escrita por un pesimista: “Nos han robado hasta la sonrisa”. Y otras dos cercanas por optimistas: “Si se pudo en Islandia, aquí también se puede”; “lo queremos todo y lo queremos ahora”. Entre tanta proclama -- “No nos callarán hasta que empiecen a escuchar”; “la locura es vuestra cordura”; “nadie por encima de alguien”--, un aprovechado, quizá un capitalista clandestino: “Vendo garaje Gran Vía-Sol. Plaza grande”.
La plaza está repleta. Miles de personas. Las edades se entremezclan, aunque abundan los jóvenes. En la cara oeste del adefesio de cristal, una cita de Gandhi: “Primero te ignorar, después se ríen de ti, después te atacan, entonces ganas”. Dos frases anónimas piden acción: “Que se bajen del Audi”; “lee más”. Una cuarta proclama: “Nuestros sueños no caben en sus urnas”. Un hombre rejuvenecido por la acampada escribe: “Tengo 57 años, hoy ¡por fin! parece que tengo 17”.
Me gusta mucho la última al caer la noche. La porta un joven como si fuera una declaración: “Deseo luego éxito”.
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