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La ‘NBA africana’, la espectacular y polémica competición que quiere potenciar el baloncesto en el continente y retener el talento

La liga BAL, creada por la división internacional de la empresa estadounidense, trata de profesionalizar este deporte. La relación con Ruanda, que ha acogido todas las fases finales, provoca acusaciones de lavado de imagen del régimen de Kagame

Desde la izquierda, Solo Diabate, Yanick Moreira y Sergio Valdeolmillos, en Torrejón de Ardoz (Madrid), en septiembre.
Desde la izquierda, Solo Diabate, Yanick Moreira y Sergio Valdeolmillos, en Torrejón de Ardoz (Madrid), en septiembre.RODRIGO SANTODOMINGO

El pívot angoleño Yanick Moreira fue expulsado por acumulación de faltas en la final de 2022 de la Liga África de Baloncesto (BAL, por sus siglas en inglés). Su equipo, el Petro de Luanda (capital de Angola), perdió un encuentro ajustado contra la escuadra tunecina US Monastir. Y Moreira, con amplia experiencia en las principales ligas europeas, se quedó con una espinita clavada. La temporada siguiente jugó en Grecia, luego fichó unos meses por un equipo de Israel y, a finales de 2023, retornó al Petro para ponerse a las órdenes del entrenador granadino Sergio Valdeolmillos. En junio, Moreira y su equipo se alzaron con la BAL tras disputar la final en Kigali, la capital de Ruanda, contra la formación libia Al Ahly Ly. Había terminado la cuarta edición del campeonato de baloncesto más importante en la historia de África.

Moreira y el marfileño Solo Diabate simbolizan uno de los focos estratégicos de esta competición coorganizada por la NBA, que es su propietaria, y por la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA): atraer a jugadores africanos con carreras exitosas fuera del continente para dar lustre al campeonato y servir de referente a jóvenes promesas. Entrevistados en un hotel madrileño —el Petro viajó a España en septiembre para disputar un torneo de verano—, sus siluetas dibujan un fuerte contraste. Diabate es una roca de músculos que apenas supera el 1,80. Moreira mueve con parsimonia su esbelta figura de más de 2,10.

Con una sólida trayectoria en Francia y China, Diabate —que ganó la final de 2022 contra su hoy compañero— explica su decisión de implicarse en la BAL. Dice que siente una responsabilidad identitaria. Una llamada a dar ejemplo a las nuevas generaciones. “Hay muchos chicos que me admiran. Como africano, quería ayudar a su desarrollo”.

Hay muchos chicos que me admiran. Como africano, quería ayudar a su desarrollo
Solo Diabate, jugador marfileño del Petro de Luanda

A largo plazo, se trata de crear un producto vistoso que inocule pasión por el basket. Y, simultáneamente, impulsar estructuras que frenen la fuga de talento, tanto reteniendo a jugadores de los 12 equipos que participan en la competición, como expandiendo su influjo positivo hacia las ligas nacionales. “El objetivo es que el baloncesto crezca en África y que nuestros jóvenes puedan ser profesionales sin tener que irse al extranjero”, explica por videoconferencia el senegalés Amadou Gallo, presidente de la BAL, una liga controlada “al 100% por la NBA en términos operativos y promocionales”, aunque la FIBA tenga su voz en cuestiones como el reglamento, añade.

Ruanda, un socio incómodo

La empresa estadounidense —dueña del campeonato homónimo— ha tirado la casa por la ventana para que la BAL luzca casi tanto como su matriz. “No compartimos datos financieros, pero le aseguro que la inversión está siendo muy fuerte”, afirma Gallo. Valdeolmillos relata desplazamientos por todo lo alto, “hoteles de superlujo” y estadios perfectamente acondicionados. “He jugado en Euroliga [la máxima competición europea] y en mundiales, pero esto es otro nivel”, asegura. Los partidos son un carrusel incesante que combina mates y fintas con actuaciones musicales, entretenimientos acrobáticos y desfiles de moda. Las retransmisiones destilan colorido y producción milimétrica, sello de la NBA televisada. El logo remite inconfundiblemente al icono global que identifica a la competición norteamericana. Se han diseñado equipaciones ad hoc, distintas a las que los equipos visten en sus respectivas ligas. Todo en la BAL está imbuido por esa vocación de espectáculo total que vende la mejor liga del mundo.

Un momento de la última final de la BAL, entre el Petro de Luanda (Angola) y el Al Ahly Ly (Libia), celebrada el 1 de junio en Kigali (Ruanda).
Un momento de la última final de la BAL, entre el Petro de Luanda (Angola) y el Al Ahly Ly (Libia), celebrada el 1 de junio en Kigali (Ruanda).BAL

Pero la polémica no ha escapado a este festín visual. Una sombra de duda se cierne sobre el fuerte protagonismo de Ruanda en la competición. Sin mucha tradición baloncestística, el pequeño país cuenta con una plaza asegurada en la BAL. Varios de los patrocinadores son ruandeses. Todos los equipos lucen en sus camisetas el lema “Visit Rwanda”. Y Kigali ha alojado los cuatro playoffs disputados hasta el momento. Ello ha alimentado sospechas sobre tratos de favor y una connivencia de la NBA con el régimen autoritario de Paul Kagame, presidente de Ruanda desde el año 2000. Un reciente documental de la cadena norteamericana ESPN deslizó que Kagame está utilizando la BAL como parte de una estrategia de sportwashing: lavar la imagen de instituciones o empresas a través de la hipnótica alegría del deporte. El caso generó el interés de dos senadores estadounidenses, que enviaron una carta pidiendo explicaciones a la NBA. Esta se defendió con una declaración de buenas intenciones en la que, por lo demás, remitía a las directrices oficiales de EE UU sobre negocios con otros países, que no contemplan restricciones en el caso de Ruanda.

Quizá el campeonato se antoje una burbuja de ostentación en un continente donde el baloncesto cuenta, por norma, con medios escuálidos. Su despegue se hace esperar, constreñido por economías de ingresos medios y bajos, esquinado por el cuasimonopolio futbolero. El contraste entre la BAL y las ligas nacionales resulta brutal. Tan grande que invita a pensar en la metáfora de la casa por el tejado. Sin embargo, su creación en 2021 fue un paso más en la carrera de fondo que la NBA emprendió en 2010, cuando decidió apostar de lleno por África. Desde entonces, la actividad ha sido frenética, un suma y sigue de mucho trabajo sobre el terreno y algunos hitos para ganarse al gran público. “Hemos organizado multitud de torneos juveniles, dado formación a entrenadores locales y colaborado con muchos gobiernos”, desglosa Gallo.

También se han disputado partidos de exhibición —los NBA Africa Games— a los que acudieron astros estadounidenses como Chris Paul, africanos como el camerunés Pascal Siakam y jugadores top con raíces en el continente y pasaporte europeo, a destacar la superestrella griega (de padres nigerianos) Giannis Antetokounmpo. En 2015 y 2016, los hermanos Pau y Marc Gasol participaron en sendos amistosos, activando así una curiosa conexión española con el baloncesto africano de alto nivel. De las cuatro ediciones de la BAL, tres han sido ganadas por entrenadores españoles. La última, por Valdeolmillos y su Petro. Las de 2021 y 2023, por equipos norteafricanos comandados por el barcelonés Agustí Julbe.

Equipos menores en Europa

A pesar de contar con el amparo de la NBA, la BAL se enfrenta, en su afán de evitar que los baloncestistas del continente emigren a las primeras de cambio, con un enemigo persistente. Se trata de esa mentalidad —tan incrustada en la juventud africana— según la cual el tren pasa una sola vez en la vida.

Moreira y Gallo conocen decenas de casos de chavales que han optado por la incógnita de firmar, al mínimo despunte en sus carreras, por un equipo muy menor en Europa. “Piensan que es mejor jugar en la tercera división portuguesa que en la primera división angoleña. Intento hablar con ellos, decirles que tengan paciencia, pero no escuchan”, lamenta Moreira. Incluso cuando el joven ha destacado en la BAL, los cantos de sirena desde el otro lado del Mediterráneo suenan a veces demasiado tentadores. Gallo menciona a un jugador senegalés, apenas adolescente, que, tras rendir bien en la última BAL, decidió marcharse a la cuarta división francesa. “Me da mucha pena”, admite antes de recuperar su optimismo: “Vamos a llegar a un punto en que estos chicos decidan quedarse en casa y en que la BAL compita con las mejores ligas del mundo”.

Muchos chavales piensan que es mejor jugar en la tercera división portuguesa que en la primera división angoleña. Intento hablar con ellos, decirles que tengan paciencia, pero no escuchan
Yanick Moreira, pívot angoleño del Petro de Luanda

Para que esto cristalice, opina Valdeolmillos, la competición tendría que dilatarse en el tiempo y acoger más equipos. “Un poco como la Euroliga, que se prolonga durante toda la temporada, en lugar de los dos períodos de 15 días que dura la BAL”, sostiene. En el primero, que se celebra en marzo, los 12 clubs se dividen en tres conferencias (Nilo, Sahara y Kalajari) de cuatro formaciones que se enfrentan entre ellos dos veces. Ocho equipos avanzan a los playoffs, que tienen lugar a finales de primavera y siguen un formato clásico a partido único: cuartos, semifinales y final.

Según el formato actual, de los 12 equipos participantes, seis acceden directamente como campeones de la liga nacional en sendos países elegidos por la NBA a partir de criterios deportivos (importancia histórica del baloncesto) y comerciales (tamaño y potencial de mercado). Los otros seis salen de fases clasificatorias abiertas a todos los Estados africanos. Cinco países han tenido plaza fija en las cuatro ediciones celebradas hasta ahora: Angola, Egipto, Túnez, Nigeria y Senegal. El sexto lugar predeterminado correspondió a Marruecos en 2021 y a Ruanda desde entonces.

La expansión de la BAL supondría un reto organizativo. Y más dinero. “No hay límites, somos muy ambiciosos, pero el crecimiento llegará a su debido tiempo”, declara Gallo. Por el momento, estima Diabate, su impacto ya se hace notar en las canchas del continente: “Los clubs quieren invertir y estructurarse para poder participar. El nivel aumenta cada año”.

A diferencia de otros deportes masivos, el baloncesto cuenta en la región con un poderoso aliado inmaterial: el claro acento afro que, al menos desde los años setenta, impera en la élite de la canasta. La mayoría de las leyendas globales presentes y pasadas tienen raíces —si bien lejanas— en el continente. Nadie duda de que los afroamericanos se erigen, en conjunto, como reyes indiscutibles de la NBA. El componente racial en las más altas esferas del basket es motivo de orgullo y celebración. Gallo asegura que la BAL “está generando un gran interés entre la diáspora africana, con muchos telespectadores en lugares como Brasil o el Caribe”. Y Valdeolmillos expresa una evidencia: “El potencial físico de los jugadores de aquí no lo ves en Europa, Asia o Latinoamérica”.

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