Restos de bombas de racimo: el legado mortífero que todavía amenaza a los sirios
Equipos especializados en la desactivación de minas buscan y destruyen los restos de estos explosivos, lanzados por el régimen de El Asad y por Rusia, según han denunciado organizaciones internacionales. Estas armas prohibidas por un tratado siguen provocando víctimas, especialmente entre los niños, que confunden los artefactos con juguetes
Es una mañana de domingo de marzo y el equipo de Maamoun al Omar, jefe del Centro de Eliminación de Restos de Guerra de la Defensa Civil Siria (Cascos Blancos) en Ariha (norte del país), acaba de recibir la llamada de un hombre informando de la presencia de un objeto extraño en una zona residencial de Al Nayrab. El equipo se dirige al lugar y acordona la zona para evitar la entrada de civiles. Con extrema precaución, se acercan y fotografían el objeto. El Centro de Defensa Civil confirma que se trata de un explosivo. Dos mujeres lo rodean con bolsas de tierra y lo rocían con una sustancia para provocar una detonación controlada. Al Omar sospecha que el explosivo era una bomba de racimo, aunque todavía un informe deberá confirmarlo. “No pasa un mes sin que destruyamos entre seis y diez bombas de este tipo”, dice Al Omar.
El Gobierno de Siria y su aliado ruso han lanzado desde 2011 misiles cargados con bombas de racimo sobre las regiones del norte del país, según han constatado distintos organismos internacionales. Estas armas portan en su interior decenas de bolas y rectángulos metálicos explosivos que al llegar a su objetivo se esparcen. Sin embargo, aproximadamente un tercio de ellos no explotan en el momento, aunque continúan activos y representan un enorme riesgo para la población, puesto que pueden estallar si alguien los toca. Un total de 124 países se han adherido a la Convención sobre Municiones de Racimo, que “prohíbe todo uso, producción, transferencia y almacenamiento” de este tipo de explosivos. Entre los países no firmantes se encuentran Estados Unidos, que utilizó estas armas en Irak, y Rusia, que las ha arrojado sobre Ucrania y Siria.
Una de estas bombas fue la que hirió a Abdul Rahman al Safar. “Pensé que era una pelota. Pero cuando la tiré al suelo, explotó en mi pierna y sentí el dolor”, dice en voz baja y con mirada triste este niño sirio, que tenía cuatro años cuando una bomba de racimo le destrozó el pie derecho. El accidente ocurrió cuando regresó a su hogar, en 2020. Un año antes, los ataques del régimen de Bachar el Asad en el norte del país habían obligado a abandonar su casa a los ocho miembros de la familia Al Safar. Al retornar, encontraron la vivienda llena de maleza y escombros de guerra. Un día, Abdul Rahman estaba jugando en la hierba y encontró una cinta roja atada a un artefacto y lo cogió. “Escuché una explosión y eché a correr”, recuerda Maryam Matr, de 42 años, madre del pequeño. “Lo llevamos inmediatamente al hospital”, continúa Matr, en una entrevista desde su casa con este diario. La mujer cuenta que su abuela Hassana al Satouf también murió en un incidente similar por una explosión de bomba de racimo en 2019. “Nunca antes habíamos visto estos explosivos en nuestra vida y no sabíamos cómo son. Mi marido ha encontrado varios en distintos lugares”, cuenta la mujer.
“Este tipo de bomba es un arma que perfora que provoca heridas muy graves”, explica Al Omar. Además, algunas, como la M77, llevan una cinta blanca o roja que “llama la atención especialmente de los pequeños, que piensan que es un juguete, pero al tocarla o moverla ocurre la explosión”, alerta el hombre.
Mustafa Muhanna Sukhouri, de 14 años, y su hermano Abdullah, de 16 años, vecinos de Abdul Rahman al Safar, también resultaron heridos por metralla en todo el cuerpo como consecuencia de la explosión de una bomba de racimo que encontraron en el terreno al lado de su casa, donde estaban trabajando. “Pensamos que era un juego y comenzamos a desmantelarlo. Mi hermano lo arrojó contra la roca y explotó al impactar. Nuestro vecino estaba cerca de nosotros y nos llevó al hospital”, cuenta Mustafa.
Desde que estalló la guerra en 2011, el régimen sirio, apoyado por Rusia, ha utilizado más de una decena de modelos de bombas de racimo, según la Red Siria por los Derechos Humanos. Esta organización ha documentado entre 2011 y hasta abril de 2023 la muerte de 2.971 civiles, incluidos 765 niños y 304 mujeres, como resultado de la explosión de minas terrestres. Además, 382 civiles, incluidos 124 niños y 31 mujeres, perdieron la vida como resultado de la explosión de restos de municiones en racimo —más de 600.000 personas han muerto en la guerra Siria desde que comenzó el conflicto, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos—. Hasta 2021, Siria era el país con mayor número de víctimas en el mundo por municiones en racimo, una posición que ahora encabeza Ucrania, de acuerdo con el informe de la Alianza Internacional para la Eliminación de las Municiones en Racimo y la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Terrestres.
Los tipos de municiones de racimo que, según Al Omar, encuentran con frecuencia son los ShOAB-0.5 y AO-2.5RT/RTM. Son las mismas armas mencionadas en un informe de Human Rights Watch en el que se asegura que Siria y Rusia las han utilizado a gran escala en sus ataques. “Estamos intensificando las sesiones de sensibilización sobre los restos de guerra en las escuelas”, señala el responsable de desactivación de armas. También la Red Siria por los Derechos Humanos apunta directamente al régimen de El Asad y a Moscú en un informe en el que afirma que la mayor parte de los explosivos fueron situados en zonas fronterizas, especialmente entre Siria y Turquía. “Hay que seguir trabajando en su eliminación porque son un peligro real”, asegura en una entrevista con este diario el director de la organización, Fadl Abdul Ghani, .
Los bombardeos de artillería y aéreos que de vez en cuando continúan apuntando a la región noroeste de Siria pueden obstaculizar las operaciones para buscar y eliminar estas municiones. “La solución es parar los bombardeos contra civiles por completo y que los equipos especialistas comiencen a retirar estos restos de una manera cómoda y a gran escala. Estos bombardeos nos impiden visitar muchas zonas y pueblos para trabajar cómodamente en eliminar estos restos”, concluye Al Omar. “La situación es peligrosa porque nosotros, en la red siria, todavía estamos registrando heridos y muertos”, explica Ghani.
Reem Rahmoun, de 26 años, conoce el riesgo, pero aun así es una de las voluntarias que trabajan en la desactivación de explosivos. “Nos sometimos a un curso de alta precisión para aprender sobre los tipos de restos de guerra y municiones sin detonar y tratar con ellos sin dañarnos a nosotros mismos ni a nuestros colegas”, dice Rahmoun desde Al Nayrab, el lugar en el que en este domingo de marzo el equipo de Al Omar ha logrado retirar un posible explosivo. Pese al peligro, le compensa, porque le hace feliz “salvar vidas”. No hay estadísticas precisas disponibles sobre las víctimas de restos de guerra y municiones en racimo en Siria, pero, según datos de la ONU, alrededor del 28% de la población siria mayor de dos años sufre algún tipo de discapacidad como consecuencia de la guerra.
Sin el tratamiento adecuado, las secuelas de las amputaciones y las heridas se agravan. Abdul Rahman sigue sufriendo las consecuencias de la explosión cuatro años después. Ninguna organización financió su tratamiento y los costos se han convertido en una carga para su familia, ya que necesita medicamentos y humectantes para reparar la piel. Sin recursos, su madre solo puede curarle con aceite de oliva. Y el pequeño, que antes de la explosión era un niño inquieto y que disfrutaba con el juego, tiene ahora miedo de todo lo que le rodea.
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