Nos falta ideología
Sospecho que la AfD se siente capaz de perimetrar el ‘Volksgeist’ germano con la misma precisión con la que Nogueras detalla el grado de catalanidad que debería pautar la gestión migratoria de Cataluña

Imaginen a un político que afirmara que hay que controlar la inmigración porque la identidad nacional está en riesgo. Es probable que un aserto tan agresivamente nativista nos incomodara. Imaginen, además, que ese líder político tuviera un pasado en el que hubiera cooperado con el exterminio físico de quienes no compartían sus ideas. Y que esta misma persona, todavía hoy, formara parte de un partido incapaz de condenar la vandalización de la tumba de un socialista asesinado.
¿Estaríamos dispuestos a validar la interlocución política con alguien así en la derecha? ¿Sería un buen socio parlamentario para una formación democrática? Más allá de las afinidades propias y ajenas, ¿consideramos que es mejor que los ultras estén en las instituciones, o deberían hacer un largo recorrido democrático antes de ser normalizados? El político que describo, por supuesto, tiene nombre: es Arnaldo Otegi.
Ahora imaginemos otra formación política que exigiera garantizar un grado específico de “españolidad” a las personas migrantes para poder regularizar su situación. ¿Nos pondríamos en guardia, no es cierto? Si nos vendaran los ojos, es muy probable que nuestro reflejo nos llevara a considerar dicha exigencia como la expresión de una ideología ultra. Y acertaríamos.
Personalmente, no tengo demasiado claro en qué podría consistir esa españolidad, pero sí sé que me resulta turbadora la propuesta, tanto como si se hablara de la italianidad, la germanidad… o la catalanidad de una forma esencialista. Sospecho que los muchachos de Alternativa para Alemania (AfD) se sienten capaces de perimetrar el Volksgeist germano con la misma precisión con la que Míriam Nogueras detalla el grado de catalanidad que, según ella, debería pautar la gestión migratoria de Cataluña.
Lo más preocupante de Otegi o de Nogueras no es la desigual ruina moral que encarnan sus opciones políticas, sino la quiebra del criterio simétrico que, hasta hace poco, nos permitía distinguir lo aceptable de lo inaceptable. No hay nada socialista ni progresista en suscribir pactos infames con fuerzas abiertamente contrarias a nuestras conquistas civiles. Por eso yerran quienes dicen que estamos borrachos de ideología.
Si de verdad las ideologías siguieran jugando algún papel, ningún conservador podría celebrar a un alucinado con una motosierra, ni ningún socialista democrático podría relativizar la violencia o abrazar la xenofobia. Lo trágico, y lo sabemos todos, es que lo indefendible nunca se justifica por una convicción real, sino por un puro y oportunista interés propio.
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