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TintaLibre
Columna
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La izquierda española en el espejo de la italiana

Un mapa de la irrelevancia electoral y otras lecciones para evitarla

Protestas en Nápoles durante el Día del Trabajador en 2024
Protestas en Nápoles durante el Día del Trabajador en 2024CESARE ABBATE (EFE)

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Vista desde lejos, Italia parece un misterio. Aunque sólo sea porque al frente de sus instituciones, las más antifascistas de Europa, está un partido heredero del fascismo. Un partido que se llama ‘Fratelli d’Italia’ pero está dirigido por una mujer... Si además miramos a la izquierda, el misterio se profundiza. Hace sólo cuarenta años, en las elecciones europeas de 1984, el Partido Comunista Italiano se hizo con el 33%. ¿Dónde fue a parar toda esa gente, toda esa fuerza? Desde luego, no a las papeletas ni a las urnas. Un rápido mapeo nos lo muestra.

A la izquierda del Partido Demócrata -una criatura ya difícil de etiquetar en sí misma, una torpe imitación de su homónimo norteamericano, más que un partido una ensalada de corrientes socialdemócratas, liberales y católicas unidas solamente por la gestión del poder y la falta de alternativas- el panorama es estrecho y confuso. El sujeto electoralmente más relevante es Alianza Verdes e Izquierda, una coalición nacida no hace ni dos años de la confluencia de los Verdes con una pequeña fuerza de izquierda descendiente de una de las muchas escisiones del viejo mundo comunista. Una unión basada, más que en un análisis en profundidad, en la necesidad de superar las barreras que impone el sistema mayoritario. En 2022 salió “bien”: con un 3,3%, la coalición, aliada con el PD, logró entrar por los pelos en el Parlamento, lo que ahora le permite existir y ofrecerse como un recurso para las asociaciones y candidatos “cívicos”. Sin embargo los problemas persisten: se trata de una estructura casi sin sedes ni militancia, expresión sobre todo de una clase política que, tras años de oscilaciones y cambios de nombre, ha decidido situarse en el centro-izquierda, configurándose como una “corriente externa” del PD.

Del mundo del PD llega también Michele Santoro, periodista de 73 años y antiguo eurodiputado, que en estas elecciones europeas lanza su propia lista, Paz Tierra Dignidad, reagrupando a algunos individuos de diversas extracciones políticas y lo que queda de Rifondazione Comunista. Aunque Santoro es muy conocido y la lista se caracteriza por el tema de la paz, siempre valorado por los italianos, los sondeos le atribuyen alrededor del 1,5%, muy por debajo del 4% requerido para entrar. No está claro si el proyecto tendrá futuro o si será abandonado tras las elecciones, como se ha visto tantas veces en los últimos 15 años.

Más allá de las urnas, en la sociedad, existen colectivos, centros sociales, movimientos ecologistas y feministas, una galaxia de experiencias de lucha que, sin embargo, no siempre tienen representación política. Entre ellos, el más relevante es Potere al Popolo, el partido italiano más joven en cuanto a su fecha de fundación y la edad de sus portavoces y dirigentes. Fundado en 2018, Potere al Popolo es la única fuerza de la izquierda italiana que no deriva de experiencias pasadas: activo en las movilizaciones por Palestina, que en Italia han visto entrar en política a una nueva generación, empeñado en construir raíces sociales con sus Case del Popolo y su actividad mutualista, capaz de suscitar cierta polémica en los pocos espacios concedidos en los medios de comunicación, el partido no consigue lograr resultados electorales significativos.

Y, sin embargo, a la izquierda no le faltan razones: además de la arrogancia de la derecha en el gobierno, Italia es el único país de Europa donde los salarios permanecen estancados desde hace treinta años, las condiciones de los trabajadores han empeorado y cada año se producen más de mil muertes en el trabajo.

Es un país donde se recorta constantementeen la educación, la sanidad, la investigación y los servicios sociales, donde la fiscalidad es injusta y la enorme evasión fiscal recompensa a los más ricos, mientras se suprimen las ya escasas medidas de redistribución. ¿Cómo es posible que la izquierda, en todas sus variantes, no consiga crecer?

Sería simplista atribuir esta irrelevancia a supuestas incapacidades de los partidos actuales. Ciertamente, se están pagando los errores de las direcciones del ciclo 1989-2008: la precipitada disolución del PCI, la infructuosa participación en gobiernos de centro-izquierda que hicieron las peores reformas neoliberales, la oscilación entre la persecución del poder y la construcción de una alternativa fantasma, entre el pragmatismo sin ideales y la rigidez ideológica sin consecuencias reales. Pero eso no es todo.

La catástrofe se produjo por profundas razones históricas. En primer lugar, la caída del Muro de Berlín tuvo efectos en el sistema político italiano comparables a los de los países de Europa del Este, dado el papel de Italia como “bisagra” durante la Guerra Fría. En segundo lugar, las transformaciones que afectaron a su economía marginaron a la clase trabajadora y dieron protagonismo a una pequeña burguesía feroz, a corporaciones de diversa índole, a una burguesía a menudo entrelazada con la mafia, corrupta y clientelista.

En tercer lugar, la familia en Italia es proveedora de trabajo y servicios y fuente de ahorro, lo cual determina, incluso entre los más jóvenes, actitudes conservadoras y contribuye a neutralizar los conflictos. Es dificil poner en cuestión la autoridad familiar si también de adulto dependes de tus padres, es dificil emprender una lucha laboral si el trabajo se consigue a través de redes familiares. Por último, la hegemonía cultural desarrollada por las televisiones de Berlusconi ya en los años 90, en un país donde el anticomunismo y la antipolítica siempre han sido fuertes, ha conducido a la eliminación de la memoria, a la ignorancia y a la insignificancia generalizada.

Todo esto no sólo hace que no se construya una oferta de izquierdas válida, sino que no exista siquiera la demanda. O que ésta sea una demanda confusa, que no tiene claro qué pide y contra quién se dirige, que toma los caminos más diversos, empezando por una furiosa retirada a la esfera privada. Y quizás sea precisamente de esto de lo que la Italia de Meloni sea un laboratorio, más que de un fascismo incipiente. De un profundo proceso de pasivización y despolitización, que en el mejor de los casos produce queja, recriminación por todo, fenómenos reactivos, pero que es incapaz de generar una representación estable de un deseo de cambio. En este sentido, no es sólo la izquierda la que está en crisis, sino la política misma, entendida como la reconexión de un tejido social desgarrado, como la convergencia de múltiples experiencias singulares en una dimensión colectiva, en una temporalidad común que se convierte en objeto de libre discusión. Individuos cada uno en posesión de su pequeño trozo de verdad, deambulando como sonámbulos, complaciendo perezosamente los impulsos que les guían y rechazando cualquier compromiso serio.

Aquí es donde entra en juego la apuesta de Giorgia Meloni. Consciente de su propia fragilidad y de la fluidez de los apoyos, se alinea lo más estrechamente posible con las posiciones estadounidenses para sacar partido de su carácter insustituible en una coyuntura internacional difícil. Y así, pasar a reconfigurar, de rebote, el espacio interno italiano en un sentido autoritario. Su propuesta de reforma presidencialista no es, como en el fascismo histórico, el instrumento para sofocar una fuerte lucha de clases, sino el intento de aprovechar la oportunidad de desarticular definitivamente la posibilidad de que los oprimidos se organicen, y también de construir simbólicamente un nuevo comienzo: ya no la República nacida del antifascismo y del repudio de la guerra, sino un sistema político que pueda imponer sin demasiados obstáculos los intereses económicos y geopolíticos de nuestro “bloque”, al tiempo que ofrece una figura que es capaz tanto de dar indicaciones como de absorber las recriminaciones.

¿Es tan diferente la situación en España? Es cierto que en muchos aspectos Italia es un caso único. Y que la izquierda española tiene en el PSOE de Sánchez una fuerza todavía socialdemócrata y mucho más consistente que el PD, es cierto que Podemos y Sumar tienen una base electoral mayor que la izquierda radical italiana y que existen partidos nacionalistas de izquierda con un apoyo significativo. Y sin embargo algunos debates de los últimos meses parecen en realidad un eco de la Italia de los años 2000. Por ejemplo, el dilema entre “permanecer dentro” del gobierno, apoyándolo como “lo menos malo”, pero arriesgándose a ser consumido por él, o “permanecer fuera”, criticando al gobierno para llevarse consigo a los decepcionados pero

produciendo más decepción. O entre desarrollar una organización propia o disolverse en confluencias más amplias. En realidad, lo que hemos visto en Italia, es que son todos falsos dilemas: la izquierda se ha consumido quedándose dentro y quedándose fuera, ya sea desarrollando su propio proyecto autorreferencial que construyendo coaliciones vagas e indefinidas. El problema -que sólo ahora se hace evidente- reside más bien en hacer política. Es decir, analizar y definir los sujetos, los intereses y las relaciones de poder en juego, identificar los procesos profundos que configuran al propio sujeto de referencia, organizar su expresión, ser capaces de imponer algo al sistema a través de la autonomía de las estructuras propias, determinar una reconfiguración del sistema según una directriz más favorable al propio proyecto y reanudar el ciclo desde un nivel más avanzado.

Si la izquierda radical española quiere evitar la “italianización”, está obligada a analizar en profundidad las dinámicas de clase e identificar a sus sujetos más allá de la simple “opinión” transversal que se interpreta de forma populista. El objetivo es poner en marcha sus medios de comunicación sobre esta base, como una batalla cultural que no es sólo para tomar una posición dirigida siempre solo a los tuyos, sino la capacidad de volver a conectar la experiencia cotidiana con los grandes procesos históricos, con un amplio horizonte de sentido. Debe trabajar para construir su militancia -carnés de afiliación, redes de simpatizantes, presencia sindical- y su arraigo territorial, lo que le puede permitir sedimentarse, incluso electoralmente, y construir lazos fuertes con los representantes electos y comunidades que ofrezcan una respuesta a la disociación cognitivo-afectiva que produce la crisis. Es inútil fijarse en cuestiones abstractas en lugar de apuntar correctamente en qué niveles institucionales, en qué aparatos burocráticos y en qué sectores sociales es posible atrincherarse para no dejarse arrastrar por un resultado electoral desafortunado. Tal vez evitando cambiar de marcas y quemar dirigentes todo el tiempo, mientras se improvisan direcciones autocráticas que reproducen las revanchas internas en cadena.

Es fácil decirlo, por supuesto. Pero seguramente lo que la izquierda radical española no puede permitirse ahora es la resignación o el inmovilismo. Si las catástrofes enseñan algo, es que hasta que no ocurren se pueden evitar. Desde la cárcel Gramsci escribió: “Incluso cuando todo está o parece perdido, es preciso reanudar tranquilamente el trabajo, empezando de nuevo desde el principio”. Su ejemplo habla a una nueva generación de la izquierda italiana, que está empezando de cero, brotando en el desierto. En España sigue habiendo un humus, un sotobosque, un público. Puestos a elegir, siempre es mejor volver a empezar desde uno, desde dos, desde tres.

*Salvatore Prinzi es investigador en Filosofía del CNR y activista en movimientos sociales en Italia.

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