Soledades
Hay demasiada gente encerrada en su ordenador y pasa rápido de la desgana a la obsesión cuando le ofrecen una manera impactante de participar en un engaño colectivo
Hay días buenos, malos o derrotados. Son muy difíciles los días derrotados, porque la falta de esperanza empuja hacia el escepticismo o hacia la sonrisa cínica. Suena el despertador, las noticias empiezan a insistir en la radio, en los periódicos, el mundo continúa con su rutina del mal, y todo supone una repetición. ¿Sobre qué escribo hoy? Da lo mismo, sobre cualquier cosa. Lo que parece un recurso fácil es un riesgo, porque los sentimientos desganados navegan con facilidad entre la falta de compromiso y las obsesiones. La otra cara del chiste fácil es el fanatismo. Solo hay un paso entre no creer en nada y acabar en las manos de un dogma. De ahí que desemboquen en compañías autoritarias las estrategias del circo político que sustituyen las verdades por golpes de efecto.
La derrota, el yo no tengo de lo que escribir, dimito, no es una forma de irse, sino de abandonarse a la obsesión. Es lo que estudia la sociología cuando intenta comprender por qué las noticias falsas tienen más éxito que la información veraz en las redes. Hay demasiada gente sola, encerrada en su ordenador, y pasa rápido de la desgana a la obsesión cuando le ofrecen una manera impactante de participar en un engaño colectivo. Mejor engañarse juntos, odiar juntos. Por eso me parece imprescindible comprender la realidad, aprender a negociar con la soledad, saber cuáles son los asuntos que nos salvan de ella. Que la derrota no se convierta en desgana.
No estás sola, alguien te ama en la ciudad, no tengas miedo… Recuerdo una canción de Miguel Ríos que me acompaña desde hace mucho tiempo. Una almohada para soñar. Pienso en mi familia, en mis mayores, mis hijos, mis amigos, mi trabajo… y combato la desgana. La vida recompensa. Me gusta escuchar y leer no solo la necesidad de conseguir un alto el fuego, sino de reconocer un Estado palestino.
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