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tribuna
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‘Homoginia’

El virus de la homofobia ha acabado multiplicándose y calando en el discurso de muchos políticos y de la ciudadanía que los vota. El resultado es una nueva realidad

Lona de Vox en Madrid
Lona desplegada por Vox en Madrid, el pasado 20 de junio, que la Junta Electoral Central ordenó retirar.Alberto Sibaja / Zuma Press / ContactoPhoto (Alberto Sibaja / Zuma Press / Co)
Rafael M. Mérida Jiménez

A nuevas realidades, nuevos términos que las definan. El término homofobia se antoja ya demasiado modesto para describir situaciones que se repiten y multiplican dentro y fuera de nuestras fronteras. Lo que estamos sufriendo no es una “aversión hacia los homosexuales, tanto masculinos como femeninos”, según la propuesta del Diccionario panhispánico de dudas, sino puro y duro odio. El virus de la homofobia, del que hablaba hace unos meses, ha acabado multiplicándose y calando en el discurso de muchos políticos y de la ciudadanía que los vota. El resultado es una nueva realidad: la homoginia.

¿Quiénes son homóginas? Aquellas personas que, con independencia de, por ejemplo, su sexo, credo, ideología, origen, profesión o afición traspasan la línea de los derechos humanos y odian a quienes no nos identificamos como heterosexuales. La aversión es un rechazo o una repugnancia que puede emplazarse en una esfera íntima. El odio la trasciende y se fortalece en la pública. El odio se practica con chistes que se ríen, con insultos que hieren o con palos que matan. Del humorista al asesino, todos son homóginos.

Las personas homóginas también se definen por su voto político: así, votando a partidos que, en su día a día, olvidan o erosionan los derechos individuales y colectivos, no solo de lesbianas, gais, bisexuales y trans, sino, por supuesto, también de tantas otras multitudes minoritarias en razón de etnia, documentación o finanzas. Resulta obvio constatar que Vox y el Partido Popular son grupos no solo homofóbicos sino, además, homóginos: a los hechos de las últimas semanas basta remitirse.

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Huelga constatar que la circunstancia de autodefinirse como lesbiana, gay, bisexual o trans, sin ir más lejos, no es vacuna alguna para evitar las enfermedades mentales que son la homofobia y la homoginia. Una enfermedad como esta no entiende de orientaciones sexuales ni de identidades de género. Por la misma regla de tres que ser gay no le hace a uno más tolerante, tampoco le hace inmune a las aversiones y los odios.

El virus de la homofobia (como el de la xenofobia clasista y el del racismo selectivo) ha calado hasta extremos insospechados en nuestra sociedad, una democracia parlamentaria. Como el virus de la anticultura, tan rampante y locuaz siempre. Me temo que gran parte de los homóginos muestran desasosiego ante las prácticas culturales menos tradicionalistas. O que, dicho al revés, cifran la práctica cultural en un público de caballeros con corbata y gemelos de perfil hetero o de señoras con mantilla y peineta que no sean trans. Es por tan perogrullesca razón que promueven y encomian la censura.

No alegra que homofobias y homoginias campen a sus anchas en tantas democracias de mayor o menor rancio abolengo en los últimos tiempos. O en tantos tribunales civiles, como el estadounidense, y eclesiásticos, como los de toda la vida. Y en muchísimos medios de comunicación, tampoco necesariamente reaccionarios. La tragedia añadida es que muchas redes sociales camuflan el odio bajo un manto protector que, en verdad, es un anzuelo consolatorio en tiempos de aguas turbulentas.

Resulta altamente descorazonador que tantos jóvenes no hayan descubierto el potencial de su voto. Pero más triste aún es constatar que algunos insignes ancianos hayan perdido la memoria y que edulcoren el pasado de la dictadura franquista al brindar su confianza a partidos en cuyos genes o en cuyas agendas está grabado a fuego el patriarcado antifeminista y el antiecologismo. Los jóvenes debieran de ser motores de nuevas conquistas; ojalá que los mayores se comporten como sabios y no a la manera de cascarrabias de TBO.

Fijémonos más en las vigas en nuestros ojos que en las pajas, o los vagones, en los ajenos. Muy probablemente cierta “gente de bien” a la que se aludía hace unos meses en el Senado, en el debate de una ley rara como ella sola, se sienta impelida a la ceguera en materia de unos derechos que ni le van ni le vienen. No dudo de que en esa ecuación también habrá mucha “mala gente” que votará contra la homofobia y contra la homoginia, que es votar contra el racismo y la misoginia, por la sanidad y la educación públicas, a favor de la igualdad y de la justicia social: hay variedad de opciones y no valen excusas.

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