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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Naufragio trágico-marítimo

Uno de los mayores dramas ocurrido en el Mediterráneo exige de la UE acelerar medidas que frenen tanta muerte

Supervivientes rescatados del naufragio en unas instalaciones en Kalamata, en el suroeste de Grecia.
Supervivientes rescatados del naufragio en unas instalaciones en Kalamata, en el suroeste de Grecia.Angelos Tzortzinis / POOL (EFE)
El País

La tragedia en el mar esta vez no es siquiera cuantificable. Apenas es posible establecer la cifra de fallecidos en el naufragio del pesquero abarrotado de migrantes que había partido del puerto libio de Tobruk y se hundió la madrugada del miércoles en aguas de la fosa de Calipso, en la zona más profunda del mar Jónico. En las comunicaciones previas al naufragio con los servicios de la organización humanitaria Alarm Phone, los ocupantes indicaron que viajaban unas 750 personas. Otras fuentes estiman que podían ser unas 400. Sea cual sea la cifra real, se trata de una de las mayores tragedias ocurridas en este mar de muerte en que se ha convertido la ruta central del Mediterráneo. De momento se han contabilizado 79 cadáveres y solo se han rescatado con vida 104 pasajeros, todos hombres jóvenes, cuando se sabe que en las bodegas viajaban decenas de mujeres y niños sin ninguna posibilidad de escapar: posiblemente la cifra ascenderá a varios centenares de muertos.

La historia trágica que ha vivido de nuevo el Mediterráneo no puede achacarse más que a causas humanas. Desde hace tiempo, los traficantes que organizan estas travesías utilizan naves de mayor envergadura para hacer recorridos más largos y maximizar el negocio. El 5 de junio se interceptó una embarcación con 90 pasajeros, 30 de ellos menores; el domingo pasado, 90 migrantes fueron rescatados en un yate a la deriva y el miércoles se rescató otro velero con 81 pasajeros en el sur del Peloponeso. La mayor parte de ellos parten de Libia, un país convertido en un Estado fallido tras el derrocamiento de Gadafi, pero recientemente también se ha observado un aumento de la actividad de las mafias en Túnez. Se estima que en lo que llevamos de año han muerto ya más de mil personas en esas arriesgadas travesías, que se suman a los 3.800 muertos registrados en 2022.

Un barco tan grande con una carga tan desmesurada nunca debió partir del puerto, pero una vez en alta mar, la protección de los migrantes debía haberse abordado como una prioridad y no con la pasividad que parece haber imperado en este caso. La versión de que los ocupantes del barco habrían rechazado la ayuda de los servicios costeros griegos, porque su objetivo era llegar a Italia, tampoco puede servir de coartada para pasar página. El barco fue detectado por los efectivos de Frontex, la agencia europea de vigilancia de fronteras, el martes por la tarde y se hundió en la madrugada del miércoles. En el momento del rescate, los supervivientes llevaban cinco días sin beber agua, lo que da cuenta de las lamentables condiciones de la travesía.

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La conmoción ante esta catástrofe humana debe dejar de ser resignada y activar de forma mucho más decidida a las autoridades europeas a encontrar cuanto antes las bases para acuerdos de política migratoria capaces de actuar y reducir al mínimo el riesgo de repetir episodios tan inasumibles. Mientras Europa discute con lentitud exasperante, se suceden los naufragios y las denuncias de las organizaciones humanitarias por el trato que reciben los migrantes y por las devoluciones en caliente. Europa no puede seguir actuando como si la pérdida de centenares de vidas humanas se tratara de una fatalidad inevitable.


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