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Columna
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Froilán contra todos

Pocas navajas hay fuera de las discotecas pijas de Madrid para los sablazos que meten dentro

Felipe Marichalar, en una salida nocturna con amigos en 2020.
Felipe Marichalar, en una salida nocturna con amigos en 2020.Raúl Terrel (Europa Press)
Manuel Jabois

Hace poco, una chica comunicó a sus amigas que las invitaba a su cumpleaños en un reservado de una discoteca muy exclusiva (?) de Madrid. La noticia la tuvo loca a ella y a sus amigas durante días: al parecer, un reservado VIP en la discoteca de moda no es cualquier cosa. El día del cumpleaños se fueron todas de cena, que pagaron a la cumpleañera porque el pico de un reservado, con su champán y su historia, debe de ser fino. Al llegar a la discoteca, las metieron sin problema —ese momento excitante de saltarte la cola porque estáis en otro nivel, de forma natural o pagando— y al llegar a la entrada del reservado, la chica se separó de sus amigas para gestionar los detalles con un responsable. Pronto las amigas vieron que las cosas no iban bien: la cumpleañera hacía aspavientos, el hombre negaba con la cabeza. Finalmente, la chica se acercó al grupo para decir que había un problema con el dinero (siempre hay un problema con el dinero para esta gente, y cuanto más tienen, más problemas hay) e hizo colecta entre todas. Una de ellas, aún alarmada y nueva en estas lides, me lo contó días después. Pero es así siempre, y aún es peor cuando pagan: a saber lo que esperan que pagues tú. El legendario quiero y no puedo del pijo hortera, que se aprovecha de que en ciertos sitios basta querer, porque ya podrá otro en tu lugar. Pocas navajas hay fuera para los sablazos que meten dentro.

Una de esas discotecas —no la de la anécdota— se llama Vandido. El fenómeno sociolingüístico de los nombres de los bares pijos de Madrid hay que desarrollarlo, y creo que las periodistas Ángeles Caballero y Analía Plaza están en ello; dos reporteras de distintos periódicos porque el asunto lo merece, como la coalición internacional mediática para dar abasto con Wikileaks, que tenía menos enjundia. Fuera de Vandido se produjo una reyerta con navajas en la que estuvo involucrado Froilán, sobrino y nieto del Rey, si bien no del mismo. Fue una riña típica navajera —informó El Confidencial— entre amigos de Froilán y otro grupo, y uno de los amigos del aristócrata se llevó un navajazo de 2,5 centímetros. Una facción de los Borbones Don’t Play contra una escisión violentísima de los Velázquez Kings, que se disputan ese tramo de la noche del barrio de Salamanca.

Este mismo año tuvo otra pelea inquietante. En un bar, Froilán se saltó la cola para ir al baño, uno se lo recriminó, Froilán le soltó el patriótico usted no sabe quién soy yo, y al final el que resultó no saber quién era el otro fue Froilán, que atrapó una galleta. Inquietante porque quien se salta una cola por no aguantarse las ganas de ir al baño, qué no se saltará el día que tenga ganas de ponerse la corona.

De todo esto hay algo seguro: la factura correrá a nuestra cuenta, aún no sabemos cómo. Al menos Froilán destina ese dinero en algo provechoso y, con suerte, si el amigo clama venganza, aún resucita la antigua Fábrica de Armas de Toledo. Dicho lo cual, y por acabar con espíritu navideño: sabiendo la que se le iba a liar, y pudiendo escapar y esconderse para minimizar daños, Froilán se fue con su amigo al hospital, dio la cara y allí estuvo hasta que lo sanaron. Que si es Hugo Arévalo, y el corte se lo meten a Iñigo Onieva, ya te digo yo quién iba a acompañar a la novia de Onieva a casa.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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