“El PP o el caos”
La frase de Casado quería evocar los grandes males que afligirían a Castilla y León si no se concentraba el voto en sus siglas, pero ha acabado siendo sintomática
Pablo Casado cerró su campaña electoral castellanoleonesa con una frase sonora. “El PP o el caos”. En esa frase reverbera otra, también contundente, atribuida al rey Luis XV de Francia: ”Après nous, le déluge”, aunque no compite con su belleza, ni que sea porque se la dedicó a su favorita, la habilidosa y egregia cortesana Madame de Pompadour, ese nombre aromático evocador de repostería y helados: “Después de nosotros, el diluvio”. Ahí es rien.
Pero la expresión carecía entonces del sentido apocalíptico-militar que se le atribuyó y que cobró predicamento durante la Revolución Francesa. Ocurría que el Borbón menor era aficionado a estudiar el cosmos y temía que a su llegada el cometa Halley se estrellase contra su reino. Por fortuna, pasó de largo, en abril de 1759. Así que hoy se emplea para indicar indiferencia, egoísmo o pasotismo de quien la lanza: las próximas generaciones… que se las compongan como puedan.
Seguro que no era esa la intención de Casado, sino la de evocar los grandes males que afligirían a su región si no se concentraba el voto en sus siglas. Pero ha acabado siendo sintomática. Tenemos al PP, como solíamos. Pero, además, el caos, o sea, la incertidumbre de si acabará cediendo ante Vox y le franqueará su primer ingreso en un Gobierno regional. Hipótesis que cruje las cuadernas del partido. No hay mejor receta para votar contra él que su sometimiento a los ultras. De aquí que todos se esfuercen en negarle de momento el pan y la sal, a ver si otros —como el PSOE— le sacan las castañas del fuego.
De la miseria retórica conservadora tampoco se salvó la noche del domingo el portavoz Pablo Montesinos: los votantes “nos han dado la razón”, “el cambio de ciclo es incontestable”, dijo con sonrisa profidén el extertuliano antes moderado, aparentando seguridad. “Hemos liberado a Castilla y León de una moción de censura”, inventó el también portavoz —repescado— Javier Maroto. Mientras, el pírrico vencedor, Alfonso Fernández Mañueco, se concentraba consigo mismo, silente, pugnando por improvisar algo coherente en vez de un artificio rijoso.
Fíjense. Los perdedores ante las expectativas y los ganadores que en realidad pierden necesitan siempre largo rato para recomponer la cara y el rímel y ensayar los dedos de la victoria en falsa V, antes de aparecer. Hasta las políticas suicidas brindan episodios fieramente humanos. Tan tiernos como aparecen ambos empleados/portavoces en la virtual macrogranja trituradora de 130.000 gallinas, desequilibrada, desquiciada y desnortada propiedad intelectual del descompuesto líder del PP.
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