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Columna
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¿Pero con quién te has juntado, Biden?

Más le valdría al presidente de EE UU reconstruir la relación con Europa y recuperar compañeros de viaje serios, reconociendo nuestra dependencia mutua. Porque Occidente será un pacto euroatlántico renovado, sin vasallajes, o no será

ilustración Máriam 16.01.22
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

¡Vuelve Boris compungido ante la Cámara de los Comunes! Ahora es por una fiesta en el jardín de Downing Street… ¡en medio del primer confinamiento! Él, cándido, pensó que “el evento era de trabajo”, aunque pide perdón a sus compatriotas. El Reino Unido está para el desguace. Mientras, al otro lado del mundo, Australia titubeaba frente a una estrella del tenis que, más que como negacionista, se comporta con la soberbia del que piensa que está por encima de todo y de todos. ¡Pobre niño rico! Y siguiendo por la anglosfera, miren a Estados Unidos, donde Biden apoya una ley electoral que revierta las limitaciones al voto de las minorías en Estados republicanos. Le boicotean hasta desde sus propias filas, gripando su ambiciosa agenda legislativa nacional. ¿De verdad hay que creerse que los planes para Occidente de la anglosfera son serios? ¿Pero con quién te has juntado, Biden? ¿Dónde está la fortaleza de la gran alternativa a la alianza euroatlántica?

Iba a ser el gran abrazo virtuoso entre los principales países anglófonos, con la guinda del pacto del Aukus entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, con China en la mira y la UE en Babia, con nuestra única superpotencia militar, Francia, fuera de la fiesta. Se formalizaba un nuevo cisma en Occidente, con París y Londres tirando hacia lados opuestos. Fue Boris, siempre el rubio y pizpireto Boris, quien creó el clima de sospecha incumpliendo lo pactado con el Brexit, jugando sucio con Europa en las disputas contractuales sobre las vacunas y finiquitando el pacta sunt servanda sobre el que gravita la llamada civilización occidental. Pero la ridícula “Gran Bretaña Global” de la que habla solo es la muñeca de Estados Unidos. Dimitió como nación hermana del viejo continente y tiene otros compañeros de viaje: un Estados Unidos que jamás lo mirará de tú a tú, y Australia, que está a más de 9.000 millas.

Nuestro otro desafío existencial, tras el disgusto y el ridículo de Afganistán, está en Ucrania, desde la que la Rusia de Putin se coloca en el centro geopolítico para despistar a Washington de su obsesión por China y ningunea deliberadamente a Europa, que no le sirve para fortalecer su estatus. Quiere un lugar en el centro del juego estratégico del siglo XXI, justo entre Estados Unidos y China. Pero tiene razón Michel Duclos, viejo diplomático francés, al decir que Europa tiene más cartas de las que piensa. No es solo que Pekín infravalore la importancia del mercado europeo, o que en nuestras relaciones comerciales con Moscú los triunfos estén en manos de la Unión: la alianza entre Rusia y China jamás tendrá la solidez de los lazos históricos que configuran el mundo euroatlántico como bloque. Más le valdría a Biden reconstruir la relación y recuperar compañeros de viaje serios, reconociendo nuestra dependencia mutua. Porque Occidente será un pacto euroatlántico renovado, sin vasallajes, o no será. Y sin Occidente, ¿qué será del mundo?

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