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ANATOMÍA DE TWITTER
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los tiburones y las teorías de la conspiración

Por qué resulta tan difícil combatir los bulos en las redes sociales

Jaime Rubio Hancock
Twitter tibron rape
A la izquierda, un tiburón alfombra manchado; a la derecha, un rapeVelvetfish / PEDRE (Getty Images)

Una tuitera británica compartió hace unos días una foto de un pez rarete. Según comentaba, se trataba de un tiburón alfombra manchado. El bicho llamó la atención porque no tiene el aspecto que uno se espera de un tiburón, hasta el punto de que menos de una semana más tarde, el mensaje ya sumaba más de 10.000 retuits.

Pero había un problema: como recogía el analista Alex Barredo en su boletín sobre tecnología, no era un tiburón alfombra, sino un rape, que se parece, pero no es lo mismo. La tuitera lo sabe porque se lo han comentado decenas de personas, incluidos biólogos marinos. Pero no ha borrado su mensaje y muchos siguen compartiéndolo sin haber visto su corrección posterior, que apenas se ha retuiteado.

Como explica el periodista Ryan Broderick, también en su boletín y también hablando de esta foto, se trata de un error inofensivo. Si no pasa nada muy extraño, no pondrá en riesgo la democracia ni la salud pública. Imagino que lo peor que puede suceder es que un estudiante de Biología Marina se líe en un examen por culpa del tuit.

Pero es un ejemplo de lo difícil que es combatir un bulo: un tiburón vende más que un rape y se comparte miles de veces, por lo que el algoritmo de Twitter, o de la red social que sea, le da aún más difusión. Y cuando alguien lo intenta desmentir, corre el riesgo de darle más visibilidad. Además, a la autora le sabe mal borrar la foto original porque tampoco es tan grave (solo es un rape) y está llena de “me gusta” y trae seguidores nuevos, que es algo que siempre anima.

Por supuesto, todo esto es más peligroso cuando no se trata de un error, sino de una falsedad que se mantiene con mala fe porque le resulta útil a quien la mueve. Aquí hablamos, por ejemplo, de bulos sobre La Resistencia que mantienen incluso exdiputados, de mentiras sobre inmigrantes y de fabulaciones sobre las vacunas. Y da igual que se desmienta todo esto: los tuits se quedan sin borrar y las ideas no cambian. Eso es un tiburón y no te puedes fiar de los biólogos marinos porque están financiados por el lobby del rape.

Siguiendo con las vacunas, este miércoles se publicaban y compartían en medios datos que vuelven a demostrar que los pinchazos funcionan. Eran cifras y gráficos que deberían contribuir a que se apagaran las escasas pero machaconas teorías de la conspiración al respecto. Como publicaba EL PAÍS, “las personas no vacunadas de entre 60 y 80 años tienen 25 veces más riesgo de muerte por covid”. Y, proporcionalmente, hay muchísimos más infectados y hospitalizados sin vacunar que vacunados.

En España nos hemos vacunado mucho (menos mal) y los negacionistas de verdad (no las personas con dudas) son cuatro. Pero estos cuatro hacen mucho ruido, como se puede ver en las respuestas a los tuits y publicaciones que compartían estas cifras y gráficos. Los conspiranoicos no se creían nada: los datos eran todos falsos, o se podían interpretar de maneras rocambolescas, o quizás el Gobierno no quiere admitir que la tercera dosis hará que nos salgan aletas.

No hablamos de opiniones: podemos pensar lo que queramos sobre las farmacéuticas, sobre David Broncano o sobre la vida marina. Y, por supuesto, todos nos equivocamos (yo lo hago varias veces al día). Pero algunos ya deberían ir admitiendo que las vacunas funcionan y son seguras, y dejarse de plandemias y demás juegos de palabras justitos. Eso sí, los demás también nos podemos apuntar la historia del tiburón y el rape, que todos tenemos nuestros puntos ciegos y a todos nos gusta recibir de vez en cuando algo de casito de las redes sociales.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Redactor en Ideas y columnista en Red de redes. Antes fue el editor de boletines, ayudó a lanzar EL PAÍS Exprés y pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor. Estudió Periodismo y Humanidades, y es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'.

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