Ingratos corazones
Hay gente en ‘Los Soprano’ empeñando su vida y su honor por una tierra que no conocieron ni sus abuelos
Hay un momento en Los Soprano en que Tony y Carmela hablan de un colegio en el que la Navidad se llama “fiesta de invierno” o “fiesta que empieza por la palabra N”; allí da clases un conocido del matrimonio, pero está de baja por sobredosis de éxtasis. La serie está sembrada de bombas de relojería de esa clase, muchas de ellas sutiles, otras sobre las que se cimenta no solo un episodio concreto (Cristóbal) sino que forman parte de la esencia de la obra. Una de las más interesantes es la relacionada con la identidad cultural. O dicho de otra forma: ¿hasta qué punto son italianos esos tipos? ¿Cuándo se deja de ser italiano —o español, o gallego, o catalán, o lo que sea—?
En el episodio Cristóbal, por ejemplo, una facción de la mafia de Nueva Jersey se aplica con sus métodos contra los nativos americanos que quieren boicotear el Día de Colón, la consagración del navegante descubridor al que se le contrapone la visión indígena: un genocida. Les ahorro el debate porque es modernísimo. Los mafiosos consideran que con la protesta se ataca Italia, la identidad italiana, el orgullo italiano; que es un menosprecio de Estados Unidos a Italia, al igual que la apropiación de ciertas comidas y ciertas bebidas. Son mafiosos de apellidos italianos que comen pasta a todas horas, que utilizan expresiones y gestos italianos, que visitan locales italianos, que pertenecen a una estructura del crimen organizado originada en Italia y que, cuando por fin viajan a Italia cumplidos los 40 años, terminan cayendo en el ridículo haciendo su parodia involuntaria de italianos a los verdaderos, gritando “commendatori” a los viejos y perdidos en un mundo del que desconocen el idioma y la cultura, convertidos súbitamente en una especie de exploradores de su supuesta propia tierra. Como le ocurre a la generación de Anthony Soprano, hijo de Tony y nieto de Johnny, dos hombres nacidos en Estados Unidos. De ahí que el chico, como recuerda Ricardo Sánchez Ramos en este brillante trabajo en Código Cine sobre el final monumental de la tercera temporada, asista al espectáculo de adultos llorando emocionados mientras escuchan Core’ngrato y pregunte qué diablos significa.
De los muchos espectáculos que ofrece Los Soprano, el de las raíces es uno de los más importantes. Todo adquiere un sentido espectacular cuando los diálogos y las tramas se precipitan por la vertiente identitaria. Hay gente en esa serie empeñando su vida y su honor por una tierra que no conocieron ni sus abuelos. Hay gente dispuesta a matar ciñéndose a sus códigos porque alguien se mete con el culo gordo de su mujer (hecho que merece una de las mejores frases de la serie pronunciada por Johnny Sacks: “No más comentarios sobre el peso de la gente. Son ofensivos y destructivos”). Y un protagonista que mira para otro lado cuando uno de sus subordinados asesina de una paliza a una chica embarazada de 20 años pero lo elimina cuando sospecha que ha matado a un caballo.
De todo esto, también de la frágil línea que separa los indicios de psicopatía que la doctora Melfi sospecha en Tony Soprano, emerge un resumen al final del episodio Cristóbal, cuando Silvio quiere continuar la cruzada proitaliana en defensa de Colón contra los nativos y Tony, que hizo un par de esfuerzos, se resigna a que la protesta se lleve a cabo. Silvio protesta y Tony, cogiéndole de la pechera, le da una clase política de primer nivel acerca de las particulares cruzadas culturales: “Esto nuestro es un negocio”.
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