Rueda dentada
Mantener sus nombres en el móvil era como si nada hubiera sucedido, no renunciar a proyectos comunes que su muerte había interrumpido


Después de resistirme durante años he tenido que desechar mi viejo teléfono móvil que, al parecer, pertenecía a una generación perdida en el pasado. El cambio me ha obligado a tomar una decisión muy traumática. Ese móvil obsoleto contenía nombres, direcciones y números de teléfono de amigos que ya habían muerto. Algunos permanecían aún anclados en mi lista de favoritos. Me resistía a borrarlos. Con algunos de esos nombres había compartido momentos muy felices, aventuras, fiestas, viajes por todo el mundo, veranos, trabajos, debates, éxitos, fracasos, muertes compartidas de otros amigos, la rueda dentada del tiempo sobre nuestras vidas. Mantener sus nombres en el móvil era como si nada hubiera sucedido y una forma de no renunciar a proyectos comunes que su muerte había interrumpido. A veces durante los insomnios de madrugada me daba por marcar algunos de esos teléfonos para ver si alguien levantaba el auricular desde la otra parte. Sonaban infinitamente lejos, fuera del tiempo. Uno de ellos seguía comunicando como sucedía siempre cuando él vivía; en otro se oía solo una tos; a otra llamada respondió una voz femenina muy cascada que me preguntó si yo aún seguía vivo. No supe qué contestar a esa pregunta tan comprometida y colgué. Otros teléfonos no tenían cobertura, cosa lógica, ya que si uno se encuentra en el más allá, no tener cobertura equivale, por fin, al descanso eterno. Me sentía feliz llevando en el bolsillo a todos mis amigos muertos. Me negaba a darles una sepultura definitiva. Puesto que dentro de unos días se celebra la fiesta de los difuntos, antes de borrarlos de mi agenda he depositado una flor de pensamiento sobre su tumba. Mi nuevo teléfono tiene a merced de la yema de los dedos todas las aplicaciones adaptadas a las exigencias de la vida moderna. Ahora lo ocupan solo los nombres de cuantos siguen vivos bajo la rueda dentada del tiempo.
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