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ANATOMÍA DE TWITTER
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los bots son los demás

Una teoría de la conspiración afirma que internet murió hace años y que el contenido hoy lo produce la inteligencia artificial

¡Yo no soy un bot! ¡Tú eres un bot!
¡Yo no soy un bot! ¡Tú eres un bot!
Jaime Rubio Hancock

Hay una teoría de la conspiración loquísima que dice que internet murió hace cuatro o cinco años y que la mayor parte del contenido nuevo está preparado por inteligencias artificiales y propagado por bots. The Atlantic describe y critica esta teoría en un artículo que añade que el Gobierno estadounidense cuenta con el apoyo de influencers para mantener viva esta ilusión. El objetivo: controlar nuestras ideas y de paso animarnos a seguir comprando cosas que no necesitamos. Como si yo necesitara que la CIA me convenciera de que quiero otra chaqueta.

Hay motivos para sospechar de internet: por ejemplo, hace poco EL PAÍS publicaba la historia de un sueco, Sverker Johansson, que programó un bot que ha publicado diez millones de artículos de la Wikipedia. Y Twitter está lleno de bots. Ojo, algunos son bots buenos y no intentan engañar a nadie: nos recuerdan, por ejemplo, tuits en una fecha concreta, o simplemente nos van dando la hora, por si no tenemos un reloj a mano. No se hacen pasar por personas reales para inflar los números de seguidores, ni intentan cambiar nuestro voto con mensajes programados.

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La teoría de la conspiración también se basa en un defecto de las pantallas que Zoom y Meet apenas pueden paliar: estamos solos detrás de nuestro móvil o de nuestro monitor. Si nos lo proponemos, resulta relativamente fácil creer que esos tuits que aparecen en la app no los ha escrito nadie y solo son el trabajo de los agentes de una oscura agencia de manipulación política rusa, que por algún motivo hace chistes muy buenos sobre El Chiringuito.

El problema es que en realidad no hay tantos bots como creemos. Hay muchos, por supuesto: en 2018, Twitter cerró 70 millones de cuentas falsas. Y durante la campaña electoral para las elecciones generales de noviembre de 2019, una investigación académica identificó más de 40.000, sin que ningún partido político se librara de la plaga. También sabemos que Rusia, Irán y China llevan años creando y usando cuentas falsas para interferir en la política de otros países.

Sin embargo, la inmensa mayoría de los perfiles a los que vemos discutir en Twitter son de personas reales. De hecho, más que una acusación, bot se ha convertido en un insulto. Es una forma de decir que los demás son zombis que actúan al dictado de las consignas de sus partidos políticos predilectos, mientras que nosotros tenemos un criterio propio y razonado. Es decir, caemos en el sesgo de atribución: todo el mundo es débil y manipulable menos nosotros, que somos independientes e incorruptibles. Los bots siempre son los demás.

Y, claro, olvidamos que nosotros también podemos parecer un bot a ojos de otros tuiteros. Acaba ocurriendo como en esa teoría de la conspiración que mencionábamos al principio, o como en el meme de los Spider-Man que se señalan: todos creemos que todos los demás son bots y que nosotros somos una excepción, los últimos humanos de internet.

Es verdad que hoy en día es difícil estar seguro de lo que es real y lo que no. ¿Y si yo soy un bot que intenta convencer a los lectores de que los bots no existen? Al fin y al cabo, lo primero que diría un bot es que no es un bot. Y luego añadiría que no hay tantos bots como parece. Y por último simularía tomarse la teoría tan poco en serio que incluso se atrevería a bromear con la posibilidad de que fuera cierta.

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Sobre la firma

Jaime Rubio Hancock
Editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa de humor.

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