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Columna
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Cavilaciones castrenses

Excepto el puñado de posibilistas que clamará en el desierto, el Parlamento venezolano aprobará o derogará lo que ordene Maduro. Nace con la misión de no estorbar

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en diciembre.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en diciembre.MIRAFLORES PALACE (Reuters)

El autoritarismo venezolano estrena su ingenio más reciente: un Parlamento disociado de la voluntad popular que no ejercerá el control del Ejecutivo estipulado en una Constitución que no se cumple, y obedecerá a un presidente que no convocará elecciones creíbles a menos que Estados Unidos y Rusia, con la anuencia o resignación de Cuba, China e Irán, negocien un acuerdo a cambio de la anulación de sanciones y de compromisos geopolíticos. El futurible exige el reconocimiento del chavismo como fuerza política insoslayable y la unidad opositora, tan difícil como la democratización de la antidemocracia protegida por el general Vladimir Padrino.

Los cuerpos legislativos son fundamentales en los Estados de derecho, espacios de ciudadanía y el emblema de la pluralidad, excepto cuando resultan de la teatralización electoral de diciembre, previsible desde que el régimen llegó a la conclusión de que una sociedad arruinada nunca respaldará a los causantes de la ruina, acelerada por Trump. Excepto el puñado de posibilistas que clamará en el desierto, el Parlamento aprobará o derogará lo que ordene Maduro. Nace con la misión de no estorbar.

Consecuencia de un pluralismo agonizante, el Ejecutivo y el Supremo taponaron los accesos al poder, custodiado por un estamento castrense bien avenido con el Kremlin desde antes de que el belicismo de la Casa Blanca precipitara el amueblamiento del Palacio de Miraflores con material de guerra ruso. Cualquier solución remite al centurión Padrino, ministro del Poder Popular de la Defensa, y a los jefes y oficiales encargados del adoctrinamiento de la tropa con arengas contra la apátrida burguesía y sus amigos imperialistas.

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Pero hay reflexión y sentimientos más allá del generalato uncido al régimen por convicción, privilegios o fingimiento. La lealtad castrense puede ser quebradiza, vulnerable a la bancarrota nacional, al sufrimiento de familiares y allegados y a las eventuales ofertas de Biden, que regulará la presión para intentar un arreglo sin baterías de misiles. Urge el entendimiento entre venezolanos, pero la estructura económica del país desestimuló el desarrollo de una sociedad civil restauradora; el Estado rentista la acostumbró a que otros le saquen las castañas del fuego.

La nueva Asamblea no conducirá a la reconciliación, aunque se invoque con palabrería. Manipulada la representación ciudadana, el oficialismo obtuvo el 91% de sus escaños con el 31% de participación, inventó circunscripciones y desconoció el derecho al voto directo y secreto de los indígenas. Las bancadas de verdad se reúnen en los cuartos de banderas y patios de armas de Fuerte Tiuna, donde no pocos mandos y soldados se preguntarán si el sagrado deber de defender la patria exige la inmolación ante el becerro de oro fundido por Chávez cuando se pudrió el bipartidismo. Desaparecido el sumo sacerdote, quedan el simbolismo pagano del tótem y la indigencia de los idólatras.

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