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Columna
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Cambio de régimen

Sin el acuerdo, la Roca se habría quedado perdida y sola en el espacio exterior, de la UE y de la nueva relación entre Londres y Bruselas

Lluís Bassets
Paso fronterizo entre España y Gibraltar en La Línea de la Concepción.
Paso fronterizo entre España y Gibraltar en La Línea de la Concepción.PACO PUENTES (EL PAÍS)

Gibraltar y la idea de soberanía tienen casi los mismos años. Unos pocos más esta última si situamos su aparición en la Paz de Westfalia en 1648, cuando se configuraron los Estados europeos tal como los hemos conocido hasta ahora. La delimitación de fronteras tardó algo más, como demuestra el Tratado de Utrecht de 1713, que convirtió en inglés el Peñón hasta entonces español, y se alargó propiamente hasta la II Guerra Mundial.

Siendo aproximadamente de la misma edad, han hecho vidas dispares. Las rocas suelen ser inamovibles. No pueden separarse del continente como hizo la península ibérica en la imaginación novelesca de José Saramago. Las ideas, en cambio, se mueven y tienen vida propia, nacen y mueren.

La secesión británica de la Unión Europea, bajo la bandera de la recuperación de la soberanía, ha tenido el efecto de producir el efecto contrario al menos en dos territorios: en la isla de Irlanda y en el Campo de Gibraltar. La intensidad del deseo soberano lleva consigo el castigo: cuanto más quieres, menos recibes; cuanto más pretendes acaparar, más tienes que compartir, siempre terminas perdiendo cuando creías ganar.

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Sin el acuerdo cerrado entre Londres y Madrid, que mantendrá a Gibraltar y su población dentro del espacio de libre circulación europeo, la Roca se habría quedado perdida y sola en el espacio exterior, fuera de la UE, pero también del tratado británico con Bruselas. La colisión entre la roca y la idea conducía a los gibraltareños al peor de los mundos después de haber habitado el mejor.

En este continente donde se ha muerto y matado tanto por las disputas soberanas ya no hay independencia que valga. La interdependencia y la corresponsabilidad de Arancha González Laya son las que cuentan. Y si no habla de soberanías compartidas es para que no se espanten las almas más sensibles de las soberanas derechas españolas y británicas.

Han quedado chascados quienes soñaban con un Brexit que dividiera y debilitara a los europeos. Es el fracaso del soberanismo. Europa está cambiando a toda prisa en el mismo momento en que Estados Unidos, desembarazados ya de Trump, también van a intentar el cambio. Lo demandaba Zbigniew Brzezinski, el ya desaparecido consejero de Seguridad, hace más de 10 años: “Estados Unidos y Europa son indispensables cada uno para el otro, pero necesitamos un cambio de régimen en Estados Unidos y necesitamos un régimen en Europa”. En ello estamos.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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