Hoy toca martillazo
Las personas valoran vacunarse o no en función del partido que votan. En ese circo se ha convertido nuestra vida cotidiana. Hay que estar ingresado en la UCI para creer en una enfermedad
Qué hermosa expresión del mundo político en el que vivimos que sea precisamente en el Reino Unido donde se han dispensado las primeras vacunas de facturación alemana-estadounidense contra el coronavirus. Recién elegido, Boris Johnson se erigió en el gran negacionista del contagio. Él, que había ganado la campaña del Brexit con un aliento febril a favor de un país recuperado, independiente y autónomo, se negaba a tomar medidas contra la pandemia, a cerrar negocios y confinar ciudadanos, porque su idea de “Gran Bretaña primero” podría debilitarse. Hasta que contrajo la enfermedad y rectificó en su actitud. Ahora, liberado del paraguas de la Agencia Europea del Medicamento, corre a ser el primero en vacunar a la población civil. A estas alturas ya sabe que un país autónomo es un imposible en nuestro tiempo. Somos, lo queramos o no, una pieza en el rompecabezas. Sin nosotros, el mundo puede seguir funcionando, pero nosotros sin el mundo, jamás. Pronto tendrá que entender, él y otros muchos como él, que la vacuna ha de llegar a todos los países del mundo para ser efectiva, que no basta ser el primero, hay que ser generoso, hay que compartir, que la vicisitud de los demás es también un poco la nuestra.
Nos aproximamos a la conclusión del proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea. Las negociaciones están pendientes de flecos de enorme valor práctico. A partir del día en que se firme la separación, comenzará el trabajo contrario, volver a solidificar acuerdos, pactos, relaciones de ida y vuelta. Hace poco leía en una novela deliciosa, Otoño, de Ali Smith, la descripción del día siguiente de aquel referéndum por el Brexit. “En todo el país había júbilo y tristeza... En todo el país, el país se hacía añicos”. Ojalá que los británicos sigan pasando sus vacaciones en nuestro país por mucho tiempo. Al fin y al cabo, el sol es la batería indispensable de todo ser humano, por encima de cualquier otra fe. Por tranquilizarles, habría que decirles que de políticos capaces de hacer añicos a su país por un interés oportunista y personal vamos todos sobrados. En lo que antes se llamaba izquierda y en lo que antes se llamaba derecha. No consiste tanto en una ideología como en una forma de estar en el oficio, de esa equivocada creencia en que el arte de la política consiste en dividir, enfangar, enfrentar y achuchar a unos contra otros.
En una encuesta reciente publicada en España por varios medios, era muy significativo que la relación de los ciudadanos con respecto a la vacuna dependía de manera mayúscula de su sesgo ideológico. La conclusión del estudio era espeluznante. Las personas valoraban vacunarse o no en función del partido que votaban. Es otra expresión de la irracionalidad. Pero en ese circo se ha convertido nuestra vida cotidiana. Hay que estar ingresado en la UCI para creer en una enfermedad. Hay que quedarse en paro para defender las políticas de ayuda al desempleo. Hay que estar vinculado sentimentalmente a una mujer que aborta para sostener que son imprescindibles las leyes de interrupción del embarazo. Hay que tener un hijo con una identidad sexual particular para entender que hay gente con identidades sexuales particulares. Si seguimos por este camino, habrá que golpearse con un martillo en el dedo para sostener que eso duele. Es más, creo que estamos exactamente en ese momento de la historia de la inteligencia humana.
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