_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No hay nada peor que la irrelevancia

Europa no tiene más remedio que ponerse a correr para no quedar atrás

Jorge Marirrodriga
El Gran Canal de Venecia, con la silueta de la iglesia de San Giorgio Maggiore al fondo.
El Gran Canal de Venecia, con la silueta de la iglesia de San Giorgio Maggiore al fondo.DEREK JAMES SEAWARD

La decadencia no es que sea mala, es que es muy complicada. Cuando dentro de unos siglos, quien lo haga, repase la historia de Europa desde 1900, probablemente llegue a la conclusión de que el siglo XX fue el que marcó la decadencia de Europa. Dos brutales guerras civiles, una posterior división geográfica y política de unos 50 años, pérdida de influencia en el mundo, retraso en la carrera tecnológica… en suma: arrinconamiento. Eso sí, un nivel de bienestar ciudadano impresionante y refinado respecto a la gran parte del planeta. El sueño de millones de personas de otras latitudes que, legítimamente, se imaginaron que, algún día, llevarían una vida protegida y hasta placentera paseando por el Distrito VII de París, de compras por Oxford Street o en el concierto de Año Nuevo en Viena. Luego, la realidad es otra cosa, pero los sueños también mueven el mundo. Sin embargo, salvo en algunas cosas —como las personas, a pesar de lo que diga la publicidad—, la decadencia no es inevitable. Habitualmente es producto de una serie de circunstancias, pero también de decisiones. La historia es una buena maestra porque está llena de numerosos ejemplos de cómo no hacer las cosas, aunque —advertencia— no conviene tomarla como un libro de recetas de cocina.

Algunas naciones de Europa han transitado ya por la senda en la que nos encontramos ahora. Muchos de quienes creen que Venecia no es más que un carísimo e incómodo parque temático se sorprenderían al conocer que no hace tanto fue la capital de un pujante imperio comercial, líder en investigación, tecnología y práctica económica. El descubrimiento de nuevos mercados (léase América y China) y de rutas a estos, la arrinconaron. Sobrevivió unos cuantos siglos más con sus óperas, su arte y sus líos internos, hasta que aquello también terminó. Cuando Barack Obama dio un giro radical a la estrategia de EE UU para centrarla en el Pacífico no hizo sino repetir lo que para Venecia fueron la caída de Constantinopla, Vasco da Gama y Colón. Obama mandó a Europa al rincón. Trump no ha hecho sino ignorarla.

Maniobrar desde el rincón es difícil, pero no imposible. La idea, ya sobre la mesa, de que Europa le proponga a Washington una estrategia global, especialmente ante lo que supone la amenaza china, es un buen intento de demostrar que el Viejo Continente todavía está lejos de quedar como gran tienda de souvenirs. Pero convendría ir adelantando algún trabajo, por aquello de que nadie te va a ayudar si no te ayudas. Hay que moverse del rincón. Diplomacia, inteligencia de Defensa e inteligencia económica —los venecianos sabían mucho de esto— son campos en los que es preciso avanzar ya a pasos agigantados. Y no en “mecanismos de cooperación”, sino en organismos cuasi únicos. En Tecnología y Defensa es más complicado porque hace falta tiempo y dinero. Pero no hay opción, porque en esta carrera los segundos quedan eliminados. No hay nada que una más que una amenaza. Y la irrelevancia es de las peores. La alternativa es ser un romántico escenario en el siglo XXII.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_