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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dilema europeo

La UE debe establecer vínculos entre erogación de fondos y Estado de derecho sin que la negociación cause graves retrasos en el plan de recuperación

Un grupo de personas en el interior de la sede del Parlamento Europeo en Bruselas.
Un grupo de personas en el interior de la sede del Parlamento Europeo en Bruselas.Reuters

Empezó ayer una semana clave para la entrada en vigor, en tiempo útil, del ingente plan europeo de recuperación económica, con el duro pulso entre el Parlamento Europeo y el Consejo y bajo la presidencia semestral alemana. Factor central de las diferencias entre ambas instituciones —las dos comparten poder legislativo sobre el presupuesto— es el rigor que se incorpore al mecanismo de control de respeto al Estado de derecho, y en cómo las ayudas del plan, vehiculadas desde el presupuesto, se condicionan a ese cumplimiento. No es la única diferencia —hay otras, sobre la cuantía total o los programas concretos—, pero sí la más sustancial, porque versa sobre cuestiones de principios, siempre más difíciles de dirimir que las meramente aritméticas.

Como exige la plena adhesión a los valores democráticos, y con ella este periódico, tiene todo el sentido vincular los fondos europeos a la calidad del imperio liberal de la ley en todos los socios, sin exclusiones. Sería contradictorio financiar con el común esfuerzo de los contribuyentes a países con Gobiernos que violan el Estado de derecho, en un club cuyo primer cimiento es la democracia.

Igualmente imperativo es el mandato de salir de la crisis según los planes de esfuerzos financieros comunitarios mediante deuda común diseñados con inusual contundencia y celeridad por los líderes europeos. La velocidad de su aplicación es esencial. La segunda ola de la pandemia en todo el continente es un incentivo a atenerse al calendario: las medicinas sirven poco tras la muerte.

Un retraso en la llegada de las ayudas a todos los países incrementaría el riesgo de que las capas y territorios más desfavorecidos acabaran inclinándose, desafectos y frustrados por las expectativas denegadas, hacia propuestas cargadas de recelo antieuropeísta o incluso hacia ese iliberalismo populista que ahora solo alcanza de gravedad a dos de los socios del club comunitario, Polonia y Hungría.

Democracia y prosperidad se consagran así, como pocas veces, en la doble cara de una misma moneda. El Parlamento presionará, sabedor entre otras cosas de que Varsovia y Budapest también necesitan como agua de mayo el plan de recuperación. Y la presidencia del Consejo y la Comisión deberán equilibrar esa exigencia democrática con la urgencia social del gran paquete de medidas antirrecesión. Encontrar el punto exacto en que se conjuguen positivamente, en beneficio de la mayoría de los ciudadanos del bloque, prioridades en apariencia contrapuestas es una nueva importante prueba de sabiduría política que afronta el club en esta época de desafíos inauditos.

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