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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa y la desigualdad

La encíclica de Francisco, con fuertes críticas al populismo y la globalización sin reglas, es una aportación interesante

El papa Francisco el pasado sábado durante una visita a Asís.
El papa Francisco el pasado sábado durante una visita a Asís.ABACA (GTRES)

Los mensajes del papa Francisco suelen tener impactos diferentes entre los no católicos y los católicos, especialmente en el seno de una Iglesia en la que el sector conservador ofrece resistencias colosales contra su pensamiento y su gestión. Y esa será probablemente la suerte de la nueva encíclica, Fratelli tutti, la tercera en ocho años de mandato, un texto de fuerte carga política y relevante en un tiempo de pandemia que exacerba la desigualdad, el potencial de pobreza y las diferencias entre seres humanos. La encíclica, firmada simbólicamente en la iglesia de San Francisco de Asís, de quien Bergoglio tomó nombre por su compromiso con la pobreza, establece una hoja de ruta política con fuertes críticas al liberalismo, a la globalización sin reglas, al consumismo, al populismo, a la falta de empatía hacia los inmigrantes y a lo que considera tiranía de la propiedad privada sobre el derecho a los bienes comunes. “Tierra, casa y trabajo para todos” es la esencia de un texto que intenta arrojar claridad sobre las responsabilidades de la desigualdad creciente y que propone una mirada compasiva e inclusiva hacia todos los seres humanos frente a la bandera del beneficio propio. Especialmente comprometido es su pronunciamiento en contra de los nacionalismos “exasperados, resentidos y agresivos”. “La historia da muestras de estar volviendo atrás”, dice.

Desde un punto de vista global, sus palabras resuenan estos días con un especial valor al dar voz a las grandes franjas de población que se ven excluidas y huérfanas de referentes que las defiendan. En un mundo en el que crecen los populismos bajo el liderazgo de Donald Trump, en el que se fortalecen dirigentes nacionalistas con escaso apego democrático como Putin o Erdogan y en el que el modelo europeo se ve debilitado por potencias que avanzan con menor respeto a los derechos democráticos como China, la emergencia de un discurso que alerte contra los excesos de un sistema que produce “esclavos y descartes” debe ser bienvenida. El Papa, finalmente, lidera una comunidad de más de 1.300 millones de personas y sus palabras tienen valor.

La encíclica afronta retos en el seno de la propia Iglesia, donde las élites se resisten al pensamiento del Papa, a su afán de transparencia —que ha llevado a publicar estos días las cuentas del Vaticano por primera vez en cuatro años— y al acuerdo alcanzado con China, puesto en cuestión por EE UU en el reciente viaje de Mike Pompeo a Roma. Y arrastra un déficit en torno a la otra desigualdad, la de género, por un lenguaje y un contenido exclusivamente masculinos que ha motivado protestas de numerosas católicas. Pero, con sus carencias y dificultades, valga la iniciativa de volver a colocar al ser humano en el centro del debate. En un mundo que debe repensar su forma de organizarse, es una interesante aportación.

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