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Columna
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Confianza

Nuestro país puede ser uno de los más beneficiados por el fondo de reconstrucción. Hay que transmitir la certeza de que serán bien empleados esos recursos

Emilio Ontiveros
Isidre Fainé conversa con José María Álvarez-Pallete tras la conferencia de Pedro Sánchez ayer en La Casa de América en Madrid.
Isidre Fainé conversa con José María Álvarez-Pallete tras la conferencia de Pedro Sánchez ayer en La Casa de América en Madrid.Mariscal (EFE)

De emergencia sigue siendo la caracterización con la que en la mayoría de los países avanzados se contempla la gestión de la pandemia, tanto en términos sanitarios como económicos. Junto a los indicadores que la realidad nos ofrece cada día, los pronósticos de las instituciones supranacionales refuerzan la presunción de que los daños al bienestar seguirán siendo importantes y su restauración bastante más complicada de lo que se anticipaba hace apenas dos meses. Aun cuando no sean precisas paralizaciones generalizadas de la actividad económica, su normalización está todavía muy condicionada por la información incompleta acerca de la extensión del virus y la lenta reconstrucción de los daños sufridos.

Nuestro país sigue siendo uno de los más castigados, tanto en términos de daños sanitarios como económicos. La capacidad de maniobra para superar los segundos es menor que la de otros europeos. No solo por la estructura sectorial de nuestra economía, del censo empresarial o del mercado de trabajo, sino también por un menor margen de actuación de nuestras finanzas públicas. Esta era la razón que nos llevaba a confiar en que las instituciones europeas echaran una mano, abordando el tratamiento de esta crisis de forma distinta a como lo hicieron en la pasada. Y, afortunadamente, Europa ha cambiado: ha decidido endeudarse para que los Estados miembros accedamos a recursos que faciliten no solo la recuperación de los daños sino la reconstrucción sobre bases más firmes. El nuestro puede ser uno de los más beneficiados por ese fondo.

Pueden ser 140.000 millones de euros, más de la mitad en subvenciones, los susceptibles de fundamentar una economía más moderna, menos vulnerable a crisis como la actual. La condición necesaria: transmitir la confianza de que serán bien empleados esos recursos. Eso quiere decir que se asentarán en un marco presupuestario y un plan de saneamiento de las finanzas públicas a medio plazo, así como en reformas compatibles con esa voluntad modernizadora con la que nació el fondo de reconstrucción. Y eso exige el respaldo de todas las administraciones públicas y de los partidos políticos que las gobiernan o puedan llegar a hacerlo. Pero también es necesario el respaldo empresarial, en la medida en que idealmente esos proyectos formarán parte de iniciativas público-privadas, sugeridos por la Comisión Europea, en torno a la transición energética o el fortalecimiento digital.

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La cohesión empresarial y política en torno a ese propósito de superación de la emergencia no pude ser interpretada como apoyo a un Gobierno, sino como la fundamentación para aprovechar esa oportunidad histórica que ha puesto Europa ante nosotros. Y, con ella, fortalecer también la confianza de las familias españolas y de los empresarios; de los españoles y extranjeros, de los que no acudieron al acto de ayer, pero la necesitan para retomar sus decisiones de inversión y creación de empleo.

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