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Columna
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Orquestas de verano

El silencio de estas noches tiene aún otro indeseado efecto. Permite seguir oyendo a nuestros políticos, algo que otros veranos no era posible, precisamente por la música

Julio Llamazares
Si algo va asociado a las fiestas estivales son las orquestas.
Si algo va asociado a las fiestas estivales son las orquestas.

Este verano del coronavirus, que recordaremos durante mucho tiempo por lo extraño, lo que uno echa más en falta es la música de las orquestas, esa banda sonora de los veranos que nos acompaña siempre, incluso cuando la memoria ya no recuerda las canciones que tocaban en tal o cuál ocasión. Las orquestas de verano no tocan tanto para que la gente baile como para llenar las noches de los veranos de fantasía y para que las recordemos luego.

Este verano del coronavirus, con la gente embozada detrás de las mascarillas y el miedo aleteando en el ambiente, se ha quedado sin banda sonora, por lo que nadie lo recordará con nostalgia, me temo. Si acaso con ese sabor de los veranos desperdiciados con el que los que hicimos el servicio militar recordamos los nuestros en el cuartel o quienes pasaron por una enfermedad o por la muerte de un familiar en uno de ellos lo evocan. Veranos desperdiciados pero con banda sonora al menos que nos recordaba otros más felices y nos hacía soñar con los que vendrían.

Este verano ni siquiera nos permite eso. Las orquestas han guardado sus instrumentos y sus trajes de fantasía y el silencio se ha apoderado de las noches, en las que sólo los grillos y las sirenas se oyen ahora, puesto que hasta los vehículos y las motos parecen haber callado en su mayor parte. ¿Adónde van a ir si no hay música ni fiesta? A cambio, el ruido del mundo se ha reducido a un rumor extraño en el que uno cree adivinar el miedo, ese temor inquieto y lleno de voces bajas que nos acompañó día y noche durante tres meses esta primavera y que con el final del confinamiento y la vuelta a la “normalidad” había desaparecido. Pero ha regresado con los numerosos brotes que se propagan por todo el país y que auguran nuevos tiempos difíciles en el otoño, si no antes. La palabra confinamiento ha vuelto a sonar y no como una posibilidad remota, para nuestra desgracia.

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El silencio de las orquestas tiene aún otro indeseado efecto. Permite seguir oyendo a nuestros políticos, algo que otros veranos no era posible, precisamente por la música de aquéllas, y que era de agradecer. Sin la música de las orquestas y la algarabía y el ruido que llenaban las noches de los veranos normales, en las de este se siguen oyendo las voces que las televisiones y las radios repiten continuamente y que dan vueltas una y otra vez al monotema de este año tan siniestro ignorando que la gente necesita olvidarse de él por algunos días y, de paso, de unos políticos de los que todos estamos ya cansadísimos, incluso aunque compartamos sus opiniones. Que uno de ellos, en esta situación, anuncie una moción de censura contra el Gobierno para la vuelta de las vacaciones (si tan urgente es apartarlo del poder, ¿por qué no la presenta antes?) o que el presidente de una comunidad autónoma se niegue a participar en una reunión de todos los presidentes autonómicos con el del Gobierno central a fin de fijar criterios para abordar el reparto de las ayudas europeas, lo que indica es su deseo de que la bronca siga todo el verano para que la población no se olvide de que están ahí. Ellos se irán, pero sus voces seguirán sonando y no habrá música que las acalle, con todas las orquestas obligadas a parar y los músicos soñando, como todos, con veranos más relajados.

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