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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España, europea

Amplio consenso en torno al paquete de la UE; tensiones sobre su traducción

Imagen del Congreso de los Diputados.
Imagen del Congreso de los Diputados.

España sigue siendo abrumadoramente europeísta. La conclusión más significativa del debate parlamentario celebrado ayer sobre la cumbre que aprobó el alabado plan de recuperación económica de la UE estriba en que su representación política también sigue la misma pauta. Si bien con la excepción de la formación ultraderechista, todos los partidos —especialmente las izquierdas y los centristas— demostraron su sintonía con los propósitos del plan, y sus avances, aunque expresando una amplia gama de matices (sobre los contratiempos del proceso negociador) y más de una incógnita (sobre su despliegue inmediato).

La virtud de este renovado europeísmo es doble: por una parte, fortifica desde el lado Sur la construcción comunitaria, supliendo ciertos cortocircuitos de la última ampliación al Este. Por otra, el progreso en las decisiones de la UE contra la nueva gran recesión posibilita cubrir con su apoyo persistentes deficiencias de la trayectoria nacional, en lo económico, lo político y lo institucional.

Con ese trasfondo ambiental y esas credenciales sobre la potencia y beneficios proyectados por el paquete aprobado, lógicamente el Gobierno de turno —cofirmante del mismo— debía cosechar un sólido reconocimiento parlamentario. Pero sería cicatero olvidar que ello se debió también a su eficaz labor preparatoria, promoviendo la Carta de los Nueve en favor de una suerte de plan Marshall financiado con endeudamiento mancomunado (o sea, de responsabilidad limitada, no mutualizado o de garantía intercambiable, como por error se repitió); a su propuesta de emisión de eurobonos de vencimiento indefinido, que balizó las del dúo Berlín-París y de la Comisión. Y, ya en faena, a la colaboración discreta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para diluir los obstáculos de los reticentes (en vez de agravarlos con exigencias extemporáneas) y confiando el manejo táctico a las presidencias (rotaria: Angela Merkel); del Consejo (Charles Michel) y de la Comisión (Ursula von der Leyen).

Quizá el éxito repartido desconcertó la labor del líder de la oposición, cuya rotunda rapidez oratoria, y en la áspera crítica a las contradicciones del Gobierno y del propio Sánchez, quedó del todo ayuna de lo que se espera del partido de Estado que es el PP: mayor complicidad para consagrar el plan como bóveda de la política económica interna en los próximos años; cierta cortesía con los logros del rival; pautas viables y no de manual precocinado para aplicar creativamente un plan que al mismo tiempo ensalzó y minimizó; elogió y rebajó; hizo suyo y alienó. Pablo Casado perdió así la oportunidad de elevar su estatura a la del cogobernante en la sombra a la que debiera aspirar todo líder opositor, y quedó desguarnecido por el anuncio de la moción de censura de Vox, que le amenaza más a él que al propio Sánchez.

Mayor interés tuvo la traslación del paquete europeo al ámbito presupuestario interno. La competencia claramente abierta entre Ciudadanos y Esquerra Republicana por hegemonizar su eventual apoyo al próximo Presupuesto no solo beneficia tácticamente al Ejecutivo. Lo hace también a la disponibilidad de un abanico más amplio de las políticas (incluida la territorial), su flexibilidad práctica y la capacidad de agrupar esfuerzos de distinto signo en el empeño común de recuperar la economía y el bienestar social. No es poco hoy, en esta dura prolongación pandémica y de inquietante recesión económica.


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