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Columna
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La gula

Es legítimo que se vele por el destino del dinero, pero cuando los que desconfían de abrir la bolsa se hacen llamar “los frugales”, la cuestión empieza a ser sospechosa

Lola Pons Rodríguez
El primer ministro de Suecia, el canciller de Austria y la primera ministra de Dinamarca, durante la cumbre de la UE en Bruselas.
El primer ministro de Suecia, el canciller de Austria y la primera ministra de Dinamarca, durante la cumbre de la UE en Bruselas.JOHN THYS (AFP)

De los siete pecados capitales, la gula es el más incomprendido para los países mediterráneos. La condena al apetito desmedido casa mal con una cultura donde disfrutamos hablando de comida en torno a la mesa; si el argumento de origen es que el primer pecador fue Adán por comer algo tan frugal como una manzana, nosotros, con el mantel manchado de hedonismo, aún lo entendemos menos. Por eso, aunque la palabra gula es vieja en español (significaba ‘garganta’) ha resultado en una familia más bien corta de palabras derivadas (engullir, goloso, golilla, engolarse...).

Históricamente, España ha pasado mucha hambre, y los esfuerzos para sobrellevarla han producido personajes decisivos en nuestra literatura: nos compadecemos del pícaro Lázaro de Tormes, que iba de noche a hurtar un mendrugo del arca de su amo y al ver cuatro panes juntos decía estar ante un “paraíso panal”; nos apiadamos de otro de sus amos, el escudero, que por la dignidad de su honrilla salía con mondadientes de casa para aparentar haber comido.

En la reciente cumbre europea, los Países Bajos y sus aliados han regateado el volumen de ayudas que han de distribuirse en el fondo de recuperación por la crisis y han exigido con suspicacia un control de los desembolsos. Es legítimo que se vele por el destino del dinero, pero cuando los que desconfían de abrir la bolsa se hacen llamar “los frugales”, la cuestión empieza a ser sospechosa. Llamarse frugales nos convierte al resto de países en gastosos, indolentes y despreocupados; desde la tarima de la geografía y de la moralidad, los frugales nos acusan de gula sin ninguna templanza verbal.

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Hace unos años, un político holandés con mucho recorrido en Europa, Jeroen Dijsselbloem, dijo estar a favor de la solidaridad entre países, pero avisó de las obligaciones en contrapartida con una frase injuriosa: “No puedo gastarme todo mi dinero en copas y mujeres y seguidamente pedir apoyo”. La historia se repite ahora. Entiendo que la dignidad patria se sienta herida, pero esto no nos debería espantar demasiado en España. De vez en cuando, algún político nuestro repite argumentos similares, pero cambia y achica el sur al que se veja. ¿Les suena eso de “aquí somos frugales, pero los andaluces se lo gastan en fiestas...”? Siempre hay un sur al que acusar de gula. @Nosolodeyod

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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