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Columna
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Los jueces terminan emancipándose

El Tribunal Supremo modelado por los nombramientos de Donald Trump empieza a revertir sus sentencias en un sentido progresista

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la Casa Blanca.Alex Brandon (AP)

A Donald Trump empiezan a torcérsele las cosas. En sus ya casi cuatro años como presidente ha nombrado a más de 200 jueces, incluyendo dos vitalicios del Tribunal Supremo. Todos conservadores y algunos incluso ultras. Solo por esta tarea, que le ha dado una mayoría conservadora en la corte constitucional, ha tenido el apoyo republicano, sin que importaran los destrozos de su lamentable curso presidencial. Pues bien, este tribunal derechista ha empezado a ofrecer frutos progresistas, con el lógico desconcierto en la Casa Blanca y las filas republicanas, el regocijo de los demócratas y, sobre todo, el alivio entre quienes admiran el sistema de controles y equilibrios de poderes (checks and balances) construido por la democracia estadounidense.

Este tribunal conservador tomó hace un año una resolución menor, como fue denegar a la Administración el derecho a preguntar sobre la ciudadanía de los encuestados en el censo, para evitar que se utilizara como sistema de control de inmigrantes. Pero ahora ha emitido dos sentencias trascendentes, una reconociendo que los derechos de los LGTB son exactamente derechos civiles, especialmente en el mundo laboral; y otra rechazando la anulación del programa establecido por Obama para evitar que fueran expulsados 700.000 dreamers o soñadores, jóvenes nacidos en el extranjero, pero educados e integrados en el sueño del ascenso social.

No es la primera reversión de la tendencia del tribunal. El carácter vitalicio de los jueces y su atención a la evolución de la sociedad conducen a compensar los excesos de los otros dos poderes, especialmente el Ejecutivo. Las sentencias sobre derechos civiles que precedieron a la supresión legal de la segregación racial salieron del tribunal presidido por Earl Warren, nombrado por Eisenhower. Entre 2002 y 2003, con William Rehnquist, nombrado por Nixon y elevado a la presidencia por Reagan, el tribunal confirmó la discriminación positiva en la educación superior, garantizó la protección constitucional para gays y lesbianas en su vida privada y protegió los derechos a prestaciones sanitarias a las familias de los empleados públicos.

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Ahora ha sido John Roberts, el presidente nombrado por George W. Bush, quien ha decantado al tribunal. Y, en el caso de la sentencia sobre los LGTB, con la compañía de Neil Gorsuch, último nombramiento de Trump y ponente de una sentencia en la que los conservadores han perdido por seis votos contra tres.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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