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Columna
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Disolución de cuerpos represivos

Ahora no son solo los negros los movilizados contra la violencia policial, sino todas las minorías

Lluís Bassets
Manifestación en Colorado por la muerte de George Floyd.
Manifestación en Colorado por la muerte de George Floyd.JASON CONNOLLY (AFP)

El consejo municipal de Minneapolis quiere desmantelar su departamento de policía. Una antigua consigna izquierdista que llamaba a la disolución de los cuerpos represivos está a punto de hacerse realidad en la mayor ciudad de Minnesota. No es una anécdota local, sino expresión de un profundo cambio en la concepción del orden público. Su calibre es similar, aunque de signo contrario, al que se produjo después de los atentados del 11 de septiembre de 2011 respecto al terrorismo.

La consigna presente en todas las manifestaciones por la muerte de George Floyd reclama limitar los presupuestos y los poderes de los 17.000 departamentos de policía que hay en Estados Unidos. A la hora de la verdad nadie llega a imaginar una sociedad sin policía, pero ha prendido un firme propósito reformista, que quiere convertir a los cuerpos de seguridad en protectores de los ciudadanos y no en sus enemigos, tal como son percibidos, y con razón, por parte de las minorías raciales y especialmente por los afroamericanos.

Numerosos Estados y ciudades han empezado a aprobar limitaciones a los márgenes de acción policial. Una propuesta de ley demócrata ha entrado en el Congreso. La maniobra de estrangulamiento que dejó a Floyd sin respiración quedará prohibida por ley. Será obligatorio registrar en vídeo las acciones peligrosas de los agentes del orden. La inmunidad policial reconocida por los tribunales ha empezado a resquebrajarse.

El debate efectivo no será sobre la disolución de las policías, sino sobre su control, sus presupuestos, el tipo de armamento autorizado y, sobre todo, la misión que se les encomiende. En esto consiste la consigna de defunding the police (retirar fondos a la policía) entonada en las manifestaciones, que significa desviar parte de los recursos dedicados ahora a las guerras urbanas hacia las políticas y los servicios sociales.

Black Lives Matter ya es un movimiento triunfante, siete años después de su fundación en reacción a intervenciones policiales como la que terminó con la vida de Floyd. La oposición a la violencia policial ha penetrado incluso en las filas de los votantes republicanos. La popularidad del presidente está por los suelos y los senadores y congresistas trumpistas empiezan a temer por sus escaños. Ahora no son solo los negros los movilizados contra la violencia policial, sino todas las minorías, incluyendo los jóvenes blancos, en un movimiento transversal que se funde con #MeToo y con la protesta social que surgió con #OccuppyWallStreet. Las réplicas de este terremoto desbordan a Estados Unidos y alcanzan todo el planeta, empezando por Francia y Reino Unido, donde la muerte de Floyd está obligando a revisar el comportamiento de sus policías y el racismo estructural de sus sociedades.

Queda por ver si el volantazo hacia la izquierda de la sociedad estadounidense dejará tirada en la papelera de la historia a la presidencia catastrófica de Donald Trump. O si, por el contrario, la derecha sacará petróleo de la radicalidad de una consigna tan popular como quimérica.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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