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Columna
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Contra la excepción española

En la Transición y ahora, la sociedad va muchos kilómetros por delante de la dirigencia y de los estigmas y estereotipos que los intelectualmente perezosos utilizan para tratar de dar color a sus relatos

Pepa Bueno
Policía Local, Nacional y personal de Protección Civil aplauden al personal sanitario del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria en Tenerife.
Policía Local, Nacional y personal de Protección Civil aplauden al personal sanitario del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria en Tenerife.Ramón de la Rocha (EFE)

Podría ser de otra manera. Los españoles hemos demostrado una disciplina social que incluso a nosotros nos ha sorprendido. La inmensa mayoría ha cumplido con rigor uno de los confinamientos más duros de Europa. Nada más anunciar el Gobierno que julio y agosto pueden ser meses vacacionales —o algo parecido—, las consultas para reservas en la playa o en el interior se dispararon. Pero no antes.

Ya nos pasó otra vez. En 1976, a la muerte del dictador, este país sorprendió al mundo y encontró la manera de sobreponerse durante la Transición a los asesinatos de la extrema derecha, de ETA, a la ruina económica y a la inexperiencia de la democracia. Falta cerrar la herida de los muertos en las cunetas y en las fosas comunes, que en aquel momento se aplazó y lo tenemos en el debe 40 años después. Pero supieron hacerlo. No éramos una excepción. España no era diferente. La sociedad iba muchos kilómetros por delante de la dirigencia y de los estigmas y estereotipos que los intelectualmente perezosos utilizan para tratar de dar color a sus relatos.

Ahora se vuelve a hablar de la excepción española. El panorama político es ciertamente desolador. Un Gobierno incapaz de articular mayorías para asuntos vitales en momentos críticos; una oposición hambrienta de poder, que le lleva la contraria a los hechos y a la ciencia; una extrema derecha bravucona y exaltada; y un sinfín de partidos nacionalistas o independentistas periféricos, progresistas o conservadores que, a la hora de verdad —y estamos en una gran hora de la verdad— , no se mueve, en su mayoría, de los intereses de su esquinita.

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Y sin embargo, podría ser de otra manera. Es de otra manera. Los sanitarios han compartido sus conocimientos ante una enfermedad nueva, como si no hubiera 18 sistemas públicos de salud. A rigurosa distancia y con mascarillas, decenas de ciudadanos los apoyan ante centros de salud y hospitales. Hay redes de apoyo en todos los barrios, activadas por voluntarios que reparten alimentos y productos de higiene. Empresas grandes y pequeñas han puesto su logística y sus fondos al servicio de la emergencia sanitaria y económica. Hay miles de autónomos reinventándose. Y en esta crisis se ha puesto a los vulnerables en el frontispicio de todas las políticas. Esto también es España.

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