El odio está en el aire
Convendría que, sin renunciar a la crítica, nos comportásemos con cierta prudencia, intentando calmar los ánimos en vez de inflamarlos
Es posible que Stefan Zweig se llevara un susto al ver a todos los que hoy citamos El mundo de ayer como quien se pone una librería de atrezo para las videoconferencias, y quizá el recientemente fallecido Juan Genovés, autor del cuadro que simboliza la Transición, se sorprendiera al oír cómo reivindicaban el espíritu de concordia políticos que se han especializado en la división. El Gobierno funciona generalmente como una asociación de un partido central de la España democrática con dos de los grandes impugnadores de la Transición, Unidas Podemos y el independentismo. Su adversario de referencia es el tercero, Vox, que imposibilitó en el Congreso una declaración en recuerdo de Genovés. El mito de la Guerra Civil es más entretenido que el mito de la Transición.
Podemos se basaba en la idea de que la Transición era un timo que había permitido a las estructuras franquistas mantener el poder; la democracia liberal, el teatrillo que camuflaba esa estafa. Fueron la primera fuerza nacional que defendía los escraches: la intimidación física se presentaba como una especie de rendición de cuentas. Pablo Iglesias apoyó en 2016 la concentración “Rodea el Congreso” contra la formación de Gobierno de Mariano Rajoy. Ahora vemos acosos inaceptables (que en Cataluña y el País Vasco se producen hace tiempo) a otros políticos, como el propio vicepresidente Iglesias. Vemos amenazas entre líderes, que pasan de Lakoff a una peli mala de gánsteres. Pablo Echenique pone la foto de un periodista en Twitter, lo acusa de “sicario” y dice por dónde anda por si alguien lo ve. Ya no nos sorprende que se deslegitime al adversario: por su clase, por su profesión. Un matón de ultraderecha con decenas de miles de seguidores lanza una campaña de acoso contra una científica porque no le gustan sus ideas.
Muchas veces las divisiones tienen que ver más con la identidad que con las políticas: nadie sabe muy bien qué hacer. Esta polarización dificulta la evaluación de las medidas y el análisis. Los partidos y comentaristas tienen parte de responsabilidad; la hostilidad se acaba filtrando a la ciudadanía, que afronta una situación muy difícil. Convendría que, sin renunciar a la crítica, nos comportásemos con cierta prudencia, intentando calmar los ánimos en vez de inflamarlos. No solo para evitar que la violencia verbal o simbólica se transforme en otra cosa, sino porque tal y como son las cosas ya dan un poco de asco. @gascondaniel
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