La vida congelada
Tanteamos hacia la nueva vida con una mezcla de miedo hacia el futuro y nostalgia de un pasado que ahora parece una comedia francesa
Un chiste presenta a un pesimista que se lamenta: Estamos fatal, no puede ir peor. Y el optimista dice: No te preocupes, ya verás como sí.
Al principio de la pandemia algunos escribían que nos obligaría a abandonar las distracciones. La guerra cultural y el combate infinito por los símbolos quedarían suspendidos: lo material volvía como una evidencia biológica y económica. Nos enfrentábamos a la pandemia con los procedimientos de la Edad Media y esperábamos enterrar el posmodernismo o el neoliberalismo, lo que viniera más a mano. Por otra parte, la amenaza era tan grande, ubicua e invisible a la vez, que la polarización disminuiría un tiempo. Pero hemos visto que seguimos discutiendo encarnizadamente por las mismas cosas y que podemos convertir el sectarismo en el marco de análisis de cualquier situación, aunque su principal característica es la producción de puntos ciegos.
Si una forma rápida de saber si alguien es o no independentista es preguntarle si considera que el secesionismo es un movimiento de abajo arriba o una construcción de las élites, es fácil adivinar las simpatías ideológicas de la mayoría de la gente en la primera frase sobre la gestión de la covid-19. Era también fácil de prever que el estado de alarma y el clima llevarían a que los Gobiernos exigieran rendición de cuentas a los ciudadanos.
Llevamos —si hemos tenido suerte— unas semanas de vida congelada. Incluso se han congelado las despedidas de decenas de miles de personas. Esas muertes son la gran interrupción. Pero también son interrupciones las de los trabajos y las empresas, las de las familias, los amigos o los amantes. El virus no solo ha trastocado la educación de los niños, de una manera que revela injusticias y desigualdades, también ha devastado su proceso de socialización. La crisis económica, además del sufrimiento inmediato, será un corte tremendo de expectativas. Tanteamos hacia la nueva vida con una mezcla de miedo hacia el futuro y nostalgia de un pasado que ahora parece una comedia francesa, con la sospecha de nuevas interrupciones y la evidencia de nuestra fragilidad (que no es lo único que podemos ver: cuántas cosas se ignoran, pero cuánto se ha podido aprender también del funcionamiento del virus). En el cansancio de muchos a veces figura la sensación de un tiempo robado por la enfermedad: somos gente en suspenso, con la conciencia de que se va restando cada vez más a cada vez menos. @gascondaniel
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