Altos hornos
Hay noticias que son como ranuras abiertas en el decorado de la realidad

Me produce extrañeza verme en el espejo con barba o sin ella, pues me la he puesto y me la he quitado tres o cuatro veces a lo largo del confinamiento. Me produce extrañeza ver salir de debajo del chorro de la ducha un brazo, que debe de ser mío, para coger el frasco de champú. Me extraña ver el telediario, donde acaban de decir que el Gobierno italiano ha decidido entregar 500 euros a cada contribuyente para que se vayan de vacaciones y de este modo puedan abrir los chiringuitos de la playa. Suena raro. ¿Por qué no darles un millón para que se compren un piso y reactiven el sector inmobiliario? Hay noticias que son como ranuras abiertas en el decorado de la realidad. Te asomas a ellas y ves la maquinaria que dirige nuestros deseos y necesidades. Ves la impresora de fabricar los euros destinados a los paraísos fiscales, los destinados al consumo de víveres, de ropa, los destinados a la adquisición de productos de limpieza, al lujo de las clases altas y a la menesterosidad de las medias y a la miseria de las pobres. Todos los euros parecen iguales, pero todos son distintos. El billete de 20 que llevo en mi cartera nada tiene que ver con el que lleva un millonario en la suya, entre otras cosas porque el millonario no lo lleva en la cartera, lo lleva en la mente y paga en todas partes con la mente. Un millonario entra en un concesionario de yates y se compra este o aquel y sella el trato con el vendedor por telepatía. No necesita ese tráfico de dinero sucio, quizá infestado de coronavirus.
Esto es lo que ves cuando te asomas a las grietas que se abren en las paredes de la realidad: los altos hornos en los que se forjan las costumbres y las clases sociales y las religiones económicas que amueblan nuestro mundo.
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